Macron o las dificultades de ser demócrata en el siglo XXI

La semana entrante se llevará cabo una segunda ronda de votaciones

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Marine Le Pen con algunos simpatizantes al término de la jornada de las elecciones francesas (EFE)
Marine Le Pen con algunos simpatizantes al término de la jornada de las elecciones francesas (EFE)

Y se cumplió el veredicto de los expertos. El presidente de Francia Emmanuel Macron perdió la puja electoral. Se impone ahora una figura gubernamental inédita en el resto del mundo: la cohabitación entre un régimen centrista y un legislativo de derecha o, mejor dicho, de lo que se considera derecha en el siglo XXI. En este caso se trata de una derecha antiinmigrantes, nacionalista y punitiva. Hace menos de un siglo la derecha era librecambista, global y contraria a las regulaciones.

La semana entrante se llevará cabo una segunda ronda de votaciones para determinar quiénes ocuparán los puesto parlamentarios en carreras en que, al haber más de dos candidatos, ninguno obtuvo el 50%. Pero los resultados serán igual de ominosos para Macron. La Asamblea francesa estará dividida en un 45% que representará Agrupación Nacional (RN), liderado por Marine Le Pen, y el 40% que representa el Nuevo Frente Popular (NFP), liderado por Jean-Luc Mélenchon. El 15% restante se dividirá entre la alianza centrista creada por Macron y un sinnúmero de partidos no afiliados a las coaliciones de derecha o izquierda.

Dadas estas proporciones, ninguna fuerza política logrará obtener los 289 escaños que representan la mayoría absoluta. Esto complicará aún más la situación ya que la gobernabilidad demanda el acuerdo entre las diversas facciones para alcanzar esa cifra. No es por tanto factible que el presidente Macron pueda gobernar estableciendo coaliciones porque las fuerzas que pueden construir una mayoría son opuestas y practican la rivalidad a muerte. De allí que no es descabellado predecir que los próximos tres años de gobierno en Francia serán de una inmovilidad peligrosa.

En efecto, la segunda parte de esta década será marco de otra transformación de la economía mundial provocada por dos fuerzas. La primera y más evidente es la penetración del aparato productivo por la Inteligencia Artificial. Esto afectará la disponibilidad y accesibilidad al empleo. Y en el proceso habrá más de un conflicto social. La segunda es el reacomodo industrial mundial en el que China se tornará en una aspiradora de las economías africanas. Estas sirven de perfectas plataformas para colocar allí algunas actividades manufactureras de poco valor agregado de las que China se está desembarazando para concentrarse en bienes de alta tecnología como los vehículos eléctricos, los transmisores y acumuladores de datos y las redes de comunicación. Esto encarecerá las importaciones francesas provenientes de África, con lo cual se podría instalar un proceso de inflación estructural. Desde luego, también está el tema de la diversificación de la matriz energética para reducir costos de producción y generación. Y por último, pero no menos importante, está la inmigración que el pueblo francés desea eliminar por completo al experimentar día a día la presencia de colonias islámicas en sus vecindades y pueblos.

Ninguno de estos retos se puede confrontar sin mayoría parlamentaria porque se requiere de reformas profundas en el aparato estatal. Y una mayoría parlamentaria es precisamente lo que Macron no tendrá a lo largo de sus tres años restantes de mandato. Porque en su afán de practicar la democracia decidió entregarle al pueblo la decisión sobre cómo conformar la Asamblea en momentos de profunda frustración cívica, que se manifestó en las urnas de votación con una insólita fuerza anti-gobierno. Macron estará por lo tanto en la incómoda posición de presidir mas no gobernar.

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