Es significativo el hecho de que durante los últimos años diversos dirigentes políticos y sindicales autodefinidos como peronistas se hayan referido a sus adversarios, de manera reiterada, como “la Derecha”. Y lo es porque nunca antes, desde 1945, ni en las palabras de Perón ni en las de sus glosadores o difusores se había realizado tal caracterización. Como enemigos cabales del Peronismo eran vistos “la oligarquía” (un concepto estrictamente político, ni económico ni ideológico) y “el comunismo”, lo cual no requiere mayores explicaciones. ¿Por qué, pues, este giro? ¿Por qué este sesgo? No se trata de un tema menor, ya que la identificación del enemigo es el punto de partida para definir una gran política, y, además, porque los cambios en el lenguaje denotan intenciones de cambiar el “sentido común”, según la propuesta de Gramsci.
¿Ha existido un cambio tal? ¿Cuál era la relación real de Perón con todo aquello que suele rotularse, a veces equívocamente, como la Derecha? Creo que, a partir de la obra de Claudio Chaves (El Perón liberal) no podemos engañarnos sobre la prehistoria política del personaje: militar vinculado al justismo, claramente antirradical, preocupado por la eventual expansión comunista como resultado de la Segunda Guerra Mundial, Perón difícilmente pueda ser asociado a empresa política alguna de signo socialista o progresista. ¿Significa esto que fuese un admirador del Fascismo? Con la documentación de la que ahora se dispone el tema es discutible, aunque -en todo caso- la percepción de la experiencia italiana como un intento de modernización del Estado era compartida por actores tales como Winston Churchill, algunos de los animadores del New Deal americano, los neosocialistas de Henri de Man en Bélgica y los “planistas” de izquierda en Francia o Getulio Vargas y su Estado Novo. Con lo cual, más que una definición ideológica, lo que comportaría es una actitud generacional.
En realidad, la visión política de Perón, en plena maduración a lo largo de la década del ‘30 parece sumar a la continuidad de las formas republicano-democráticas de la Constitución y las instituciones económicas propias de la “sociedad burguesa”-propiedad privada de los medios de producción y de cambio- una atención progresivamente más alerta respecto de los desajustes sociales que estas últimas puedan producir y una voluntad cierta de prevenir los riesgos de ese mal mayor que sería la guerra civil, el cual tan agudamente le había impresionado durante su breve paso por España. Este conjunto de ideas-fuerza habían hecho de Perón un conservador potencialmente revolucionario, como advirtiera Hipólito Paz en sus Memorias. Quizás más genuinamente conservador que sus camaradas los oficiales nacionalistas, ya que la empresa política de aquél traducirá el propósito de regenerar la vitalidad del orden constitucional histórico en lugar de reemplazarlo por nuevos modelos ideológicos, por “derechistas” que estos pudiesen parecer.
Perón resulta, en ese sentido, la expresión más lúcida y, al par, más controversial de ese estado de conciencia que difusamente animó a la mayoría de nuestros militares desde las vísperas históricas del 4 de junio. Aunque su personalidad a veces desaprensiva y su conducta frecuentemente disruptiva le creasen no pocos conflictos dentro de la institución, no dejó de sentirse siempre un hombre del Ejército. Se propuso electoralmente como el continuador de la obra del ‘43 y en el ‘55 evitó la temida contienda interna renunciando ante sus mandos cuando aún se hallaba en una situación estratégica favorable. Antes de ello, y nuevamente en 1973, deberá rechazar enérgicamente las propuestas de milicias populares surgidas entre algunos de los suyos. Su reintegración formal al Ejército en 1973 coincidió con la reafirmación en la identificacion del enemigo como la guerrilla marxista. Entre una y otra fecha cuántos encuentros y desencuentros, errores y horrores…
Quizás el que mayores consecuencias tuviese respecto de la fecundidad de la experiencia tal como originalmente se había planteado, fue el no completamiento del sujeto sociológico que hubiese debido vehiculizar históricamente la visión de Perón. La tesis filosófica central de la cultura política peronista es la de la tan reiterada “Comunidad Organizada”. Sin embargo, la concreción histórica de la misma no excedió suficientemente el campo de los sindicatos de trabajadores industriales y de servicios. En ese plano las estructuras creadas o consolidadas tuvieron una vitalidad genuina que nunca alcanzaron sus homólogas fascistas o falangistas, como se evidenciaría luego de 1955. No mucho más allá. No era esa, sin embargo, la idea primigenia del Peronismo. ¿Qué factores provocaron ese deslizamiento? Es un hecho que, al menos durante 1944, el entonces Vicepresidente había enfocado su atención especialmente hacia la clase media. Como registra Adamovsky: “En sus discursos, Perón asignaba a esa clase un lugar central en la vida de la nación. ‘La historia del desenvolvimiento de los modernos pueblos de la tierra afirma, de una manera absolutamente incontrovertible, que el Estado moderno es tanto más grande cuanto mejor es su clase media’”. Tras lo cual llegaba la obligada convocatoria: “Para desempeñar ese papel la clase media tenía que abandonar su ‘complejo de inferioridad’ y superar su individualismo, organizándose para la defensa de sus intereses colectivos”. El eco de este llamamiento, sin embargo, fue menguado si se lo compara con el registrado en los estratos socioeconómicos inferiores. Del mismo modo, los intentos de articular a los universitarios, profesionales y empresarios (CGU, CGP y CGE, respectivamente) jamás alcanzaron la masividad ni la vitalidad de las entidades gremiales de los asalariados (CGT). En cuanto a la organización social de base territorial -el “vecinalismo”-, corporizado en los centros vecinales, sociedades de fomento, etc., recibió una atención tardía y episódica.
Finalmente, la interlocución de Perón con el capitalismo de alto bordo nunca llegó a despegar, salvo excepciones individualísimas. Y esta es otra de las diferencias profundas que pueden observarse respecto del fascismo, del nacionalsocialismo o del franquismo. En la segunda mitad de 1944 el Vicepresidente mantuvo dos diálogos –uno en la Bolsa de Comercio y otro en un domicilio particular- con algunos de los exponentes más significativos del empresariado No hay duda de que el coronel tenía una percepción real y aguda sobre el peligro de que el fin de la Segunda Guerra Mundial favoreciese el crecimiento del comunismo en el país. Esta sensibilidad dominaba, por lo demás, todo el ambiente del GOU. Perón trató de contagiar a su auditorio de hombres de negocios de tal prevención. El planteo del líder militar era que si los patronos no cedían voluntariamente parte de sus utilidades a los asalariados, la revolución social les quitaría la totalidad. Un planteo que algunos derivan de la presunta inspiración fascista de Perón, manifestada en la concepción del Estado como “gran equilibrador” en el proceso de distribución de la riqueza. Pero la propuesta, en su simplismo, también habría podido ser calificada de socialdemócrata por analistas mejor dispuestos. Lo cierto es que Perón no pudo armar una “pata empresaria” suficientemente significativa. Y en ningún momento dejó de percibir el desequilibrio resultante para su filosofía de la Comunidad Organizada. Ese desequilibrio lastró las políticas económicas del primer Peronismo, lo cual intentó ser corregido en el segundo mandato sin resultados suficientemente convincentes. Y también afectó la capacidad del régimen para generar una clase dirigente de reemplazo, hecho que crípticamente señalara Ernesto Palacio, diputado peronista, en su memorable Teoría del Estado.
No puede negarse que el proyecto de “Comunidad Organizada”, aún en la medida parcial en que se llevó a cabo, constituyó un significativo amortiguador social del que carecieron otros países en fases análogas de su desarrollo, y que la ampliación del acceso a la salud, la formación profesional y el turismo, por ejemplo, contribuyeron durante varios lustros a la movilidad social ascendente. La consecuente aceleración de la misma fue incuestionable, y en ese sentido Perón profundizó el proceso de “nacionalización de las masas” que los gobiernos conservadores habían iniciado a comienzos de siglo por medio de la enseñanza y el servicio militar.
Tampoco puede desconocerse el pasivo, que resumiríamos en dos rubros. Por una parte, es cierto que toda comunidad política es espontáneamente “corporativa”, en el sentido inocente del término. Acercar la institucionalidad a estas realidades básicas es naturalmente plausible. Pero, por otro lado, el corporativismo propiamente institucional tiende a desembocar en un cul-de-sac del que sólo puede sacarlo eficazmente un poder público fuerte, un árbitro efectivamente capaz de romper el bloqueo de los sectores sociales en conflicto. Cuando ese poder se eclipsa, por cualquier razón que fuere, la ausencia de una Clase Política mediadora tiende a convertir a las organizaciones sociales en feudos abroquelados en sí mismos. Es decir, ya no en amortiguadores sino en frenos de mano para el desarrollo. En buena medida ésta fue en la Argentina la historia de las últimas décadas de la “Comunidad Organizada”
En cualquier caso, las transformaciones operadas en 1944/45 habían alcanzado para lograr el objetivo de anticipación estratégica del Ejército del ‘43 respecto de las semillas del “Frente Popular” plantadas por el Partido Comunista en la década previa. Era esto lo que Perón representaba cuando en los meses posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial se viera obligado e enfrentarse con la izquierda norteamericana anidada en el Departamento de Estado.
Y esa labor, al igual que todo lo que ocurra después de su retorno de 1973, deja bien en claro por qué debe atribuirse a Perón la calidad de un hombre de derecha. Porque la Derecha es la “neguentropía”, es decir la respuesta, en el plano político, a las tendencias hacia la desagregación y el caos. Es la fuerza de “persistencia de los agregados” según el lenguaje peculiar de Vilfredo Pareto. Es, en suma, el instinto de conservación de las sociedades, su voluntad de perseverar en el ser.
La coincidencia profunda entre Perón y la Derecha es afirmada por los progresistas no peronistas, ciertamente con implicancias denigratorias. Y es esquivada u ocultada por los progresistas peronistas. En todo caso, mientras no se atreva a debatir libre y objetivamente el tema, el Peronismo actual nunca será un verdadero sujeto político; siempre un objeto de cooptación.