La esperanza cristiana

¿Cómo se armonizan y ensamblan lo histórico y lo eterno?

Guardar

Nuevo

Jesús de Nazaret
Jesús de Nazaret

“Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva” (Juan 6:51)

“El cristiano está comprometido a construir la historia de acuerdo con el diseño de Dios…Y se opone al proyecto del Reino de Dios, el que unos pocos lo tengan todo y una mayoría no tenga nada” (Gaudium et spes, 39, cit. por San O.A.Romero Homilías 6:256)

En las palabras del Apóstol Juan aparecen arriba citadas los dos reinos “el reino de Dios” y el “de los cielos”; “la ciudad de los hombres” y “la Ciudad de Dios” en términos de San Agustín . Esto pertenece a la esencia de la religión cristiana y con el nacimiento y la palabra de Jesús -Dios hecho hombre- comenzó la realidad concreta de la religión cristiana. Sin embargo, si bien el comienzo fue histórico, la consumación del reino de Dios en la tierra será escatológico cuando vuelva al mundo el Hijo del hombre e instale en la gloria del Padre a los justos de todas las naciones. Opinaremos sobre el mientras tanto: ¿Cómo se armonizan y ensamblan lo histórico y lo eterno? ¿Dios y la política, la política y la conducta ciudadana?

“Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien”.

En la religión católica hay virtudes cardinales (la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza) y virtudes teologales (la fe, la esperanza y la caridad). Estas últimas están dirigidas en orden a la relación del ser humano con Dios.

La esperanza es una virtud que se predica en el Evangelio y su conceptualización se encuentra en el catecismo Nros. 1817 a 1821.

En la presente nota nos vamos a limitar a algunos aspectos de la esperanza, término no sencillo, recurriendo al Papa Francisco y a dos de los grandes cristianos de los primeros tiempos como San Pablo y San Agustín. Antes de ello digamos que en su uso vulgar es un concepto polisémico que en primer término denota una emoción que se refiere a la satisfacción de un deseo y que en el plano sagrado está relacionada íntimamente con la fe. La esperanza cristiana no es cualquier esperanza. En cuanto a la disposición hacia la esperanza es preciso distinguirla de la actitud del optimismo, buen ánimo, fuerza o empeño para lograr los objetivos que uno se propone.

Que nos dice de la esperanza San Pablo o el “Apóstol de los gentiles”

El “Apóstol de los gentiles” o “Apóstol de las naciones”, San Pablo fue uno de los apóstoles más fascinantes. Judío y fariseo, de espíritu libre, poseedor de un gran magnetismo personal, había nacido unos años después de Cristo y tras incorporar sus enseñanzas se ocupó de viajar evangelizando las principales poblaciones periféricas del Imperio Romano como Antioquía, Corinto y Efeso. También Roma. Lo hacía difundiendo y expandiendo la Palabra. Fundó comunidades entre griegos, judíos y gentiles. Sus escritos forman parte fundante de la doctrina cristiana. Cartas que dejaba a los integrantes de esas comunidades.

Los gentiles eran los excluídos por los israelitas por integrar tribus paganas, aquellos que no eran judíos o se habían unido a los árabes o palestinos como los habitantes de Samaría.

La llegada del apóstol Pablo, anunciando al Salvador e invitando al pueblo a hacer suya la Novedad de la esperanza cristiana produjo una gran conmoción. Traía la Novedad de la esperanza de los hombres en la consumación del reino de Dios, la antigua Promesa para cuyo cumplimiento vendría el mesías o Salvador según la Alianza entre Dios y Abraham. Marana tha! (¡Señor ven!) clamaban los fariseos y zelotes del pueblo de Israel y después negaron la legitimidad del Hijo de Dios y rechazaron a los apóstoles. San Pablo llegó a esos pueblos a decirles que tuvieran confianza en la Palabra de Jesucristo, que Él -les dijo -es el camino, la verdad y el sumo bien que vino para dar el Mensaje del Padre y redimir al hombre ofreciendo su cuerpo y su vida. Promesa que consigna el apóstol Juan “Si comes del pan vivo que bajó del cielo” y abrazas la esperanza cristiana “vivirás para siempre” (Juan, 6:51).

La esperanza según San Agustín

Para Agustín, en relación a la existencia temporal del hombre y la esperanza, se funda en la eternidad. Enseña que el hombre, cuando se asoma a ella, en su intención o intensidad, memorativamente, o cuando se asoma introspectivamente en su extensión, asume el riesgo de consumirse en la esperanza terrena de lo futuro y transitorio. Cuando el hombre pecador en su propia dimensión temporal deposita la esperanza de los bienes futuros y transitorios en forma ordenada con el fin supremo, trascendente y eterno, entonces la carne “descansa en su esperanza” (Según nuestra lectura de P.Laín Entralgo, pag. 16 La Espera y la Esperanza y cita de San Agustin, De Civ. Dei, XIII, 20).

En relación con la distensión temporal de la humanidad “en la serie secular de sus recuerdos, empresas o esperanzas” señala San Agustín que su Idea será descarriada si se limita al pasado de su civitas terrena, y certera cuando esta se haya ordenado siguiendo el hilo luminoso de la historia sacra, desde Adán hasta Cristo y desde Cristo hasta el fin de los tiempos. (aut. cit. op. ct. Pag. 16). Y para finalizar esta brevísima referencia al pensamiento de San Agustín, sobre su antropología de la esperanz,a transcribimos el párrafo con el que sobre este tema concluye su exposición en la página citada el gran filósofo aragonés al que seguimos.

Dice Laín: “Entendida como peregrinante “ciudad de Dios”, la Iglesia de Cristo viene a ser, para San Agustín, la institución en que el género humano, inexorablemente distenso en su historia, puede vivir también intenso y extenso, replegado hacia la eternidad a que el tiempo histórico conduce. En el fondo mismo de la memoria del género humano -en el origen de la historia universal, interpretada al hilo de la historia sacra- m yace la eternidad creadora y providente de Dios, término y objeto de la esperanza colectiva de la humanidad; y, como en el caso de la existencia individual, esa esperanza lleva secretamente en su seno el ansia multisecular y multitudinaria de un retorno al primer origen. El curso del tiempo no es, contra lo que los griegos pensaron, un eterno retorno, pero sí un retorno a la eternidad.”

La esperanza como anclaje dice Francisco

Desde la condición del hombre y las naciones en el presente histórico entendemos que el pensamiento del Papa Francisco es coherente con la concepción agustiniana de la esperanza tanto en el plano personal, cuanto en su dimensión política. Y sin profundizar en ello queremos retomar la distinción en la actitud humana entre la esperanza y el optimismo.

Dice Francisco que la esperanza no es el optimismo, no es aquella capacidad de ver las cosas con buen ánimo y seguir adelante. No, eso es optimismo, no es esperanza. Ni la esperanza es una actitud positiva frente a las cosas. Esas personas brillantes, positivas... esto es bueno, ¡eh!, pero no es la esperanza. No es fácil… Se dice que es la más humilde de las tres virtudes (teologales), porque está oculta en la vida…Los primeros cristianos, recordó el Papa, la “pintaban como un ancla: la esperanza era un ancla, un anclaje fijo en la ribera” del más allá. Y nuestra vida es justamente caminar hacia este ancla (y concluía preguntando) :”… ¿dónde estamos anclados nosotros, cada uno de nosotros? Estamos anclados justamente allá, en la orilla de aquel océano tan inmenso o estamos anclados en una laguna artificial que hemos construido nosotros…”.

Lo mismo podría decirse -decimos nosotros- de la esperanza en relación a las naciones. En cada caso y para que la espera sea esperanzadora es preciso ver si los gobernantes en la determinación y consecución de sus fines históricos se adecuan a la visión de Dios en la eternidad. Y la unidad de las esperanzas seculares y la esperanza escatológica se logra en la medida en que el pueblo participa en el objetivo principal de la esperanza.

¿Nos morimos y qué pasa?

Pregunta Luis Novaresio al cabo de sus entrevistas como habiendo perdido la esperanza, desesperanzado, y le responde Joan Maragall en su Canto Espiritual.

“¡Nacimiento mayor sea mi muerte!”

Nos recuerda Jaume Subirana columnista del diario español La Vanguardia-Cultura que el último apunte que realizó el poeta catalán en su cuaderno de notas, probablemente para un artículo, en el Diario de Barcelona, que ya no llegaría a escribir (1ro. de octubre de 1860) se titulaba “El elogio de la muerte es que no hay tal muerte”.

Guardar

Nuevo