Guerra, geopolítica y globalización: las “tres G” que rigen el mundo de hoy

El principal problema no es que no existe un orden internacional, sino que los actores preeminentes, que deberían estar reflexionando sobre una configuración o plan de convivencia entre Estados, están enfrentados y hasta confrontados entre sí

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Joe Biden y Vladimir Putin, presidentes de dos potencias con frentes de guerra abiertos (Foto: EFE/EPA/Mokhail Metzel/Sputnik)
Joe Biden y Vladimir Putin, presidentes de dos potencias con frentes de guerra abiertos (Foto: EFE/EPA/Mokhail Metzel/Sputnik)

El “regreso” de la guerra ha causado cierta frustración en el mundo y en especial en aquellas capillas de reflexión orientadas a pensar la historia en clave de evolución. Es decir, respondiendo al viejo pero siempre vigente planteo de Immanuel Kant respecto de si la humanidad avanza, se halla estacionada o involuciona.

Desde los enfoques “evolucionistas”, los notables adelantos que se registran en los campos de la biotecnología (la “vida 3.0″), la inteligencia artificial y la conectividad nos llevarán a un horizonte donde los antiguos vicios de la política internacional -por caso, la anarquía entre los Estados, la geopolítica, la guerra, el nacionalismo, el armamentismo, entre los principales- se van volviendo realidades cada vez más anacrónicas e inconvenientes.

Sin duda que el mundo progresa, pero una cosa es la evolución que implica mejoramiento o facilidades para el ser humano -por ejemplo, el experto Yuval Noah Harari considera que en las próximas décadas se alcanzará la “inmortalidad”, entendiendo por ello “empujar” la muerte unas dos décadas más allá de la esperanza de vida de 86 años, que es la que existe en países de altos ingresos- y otra cosa son cambios de escala en el “alma y el corazón” del ser humano, los que hasta el momento no han sido posibles y sobre los que existen, si alguna vez se llegaran a alcanzar, inquietantes incertidumbres.

En este sentido, la situación en la tercera década del siglo XXI no es demasiado diferente de la que existía, digamos, a principios del siglo XX. Casi siempre que comienza un nuevo siglo o tras el final de una contienda mayor crecen las expectativas relativas con un “nuevo amanecer” de la humanidad. Se trata, casi, de una regularidad histórica. Como entonces, tras el final de la Guerra Fría surgió un extendido optimismo.

Más allá de esta regularidad en clave optimista, siempre hay tres situaciones o regularidades categóricas en la política internacional. Ellas son la guerra, la geopolítica y la globalización. Es decir, la confrontación por medios militares entre Estados o entre Estados y otros actores, la relación entre intereses políticos y territorios, y la interdependencia internacional y mundial centralmente comercio-tecnológica.

Sin duda, la guerra es la que mayores cambios produce, pues rara vez una confrontación mayor interestatal no ha tenido como consecuencia la creación de un nuevo orden internacional. Consideremos, por caso, las consecuencias que tuvieron la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), las guerras napoleónicas o la Segunda Guerra Mundial, para no irnos demasiado atrás.

En cuanto a la geopolítica, es tal vez un fenómeno menos discernible, pero de consecuencias categóricas. Si no, observemos lo que de ella o más apropiadamente de su transgresión resultó en Ucrania.

Finalmente, la globalización es un fenómeno que se fue haciendo cada vez más extensivo a medida que se fue “achicando” el mundo. Proporcionalmente, la globalización en el Mediterráneo en tiempos de las ciudades Estados griegas era tan dinámica como la de hoy, cuando el planeta hace tiempo es un grabado completo y conectado.

Lo curioso del mundo actual es que los tres fenómenos están imperando de modo simultáneo.

Cuando hay una guerra de escala, la globalización retrocede sensiblemente; cuando se expande la globalización, la guerra tiende a inhibirse. Por tanto, se trata de dos fenómenos opuestos: mientras la guerra supone un estado de fisión internacional, la globalización supone una situación que tiende a la fusión internacional.

En cuanto a la geopolítica, la actividad política volcada sobre territorios con fines corrientemente asociados a lograr ganancias de poder es casi permanente. La geopolítica también puede suponer colaboración entre Estados, no siempre conflictos. Pero, como advertía Henry Kissinger, las más de las veces la geopolítica trata sobre los intereses de los Estados, no sobre las buenas intenciones de éstos.

Es pertinente aclarar que el vocablo geopolítica es habitualmente utilizado casi para todo aquello que comprende la “agenda negativa” en política internacional. De hecho, anualmente se elabora un índice de riesgo geopolítico que advierte (de mayor a menor) los principales desafíos. Pero geopolítica no puede ser todo, porque si todo en el mundo es geopolítica, entonces nada podrá ser geopolítica. Como hemos dicho, geopolítica alude a intereses políticos volcados sobre territorios. Y en este sentido, las “dos guerras y media” que tenemos en las placas geopolíticas selectivas del globo (Europa del este, Oriente Medio e Índico-Pacífico) se fundan en lógicas de cuño geopolítico.

En efecto, la guerra en Ucrania no se puede comprender fuera de la geopolítica. La marcha incesante de la OTAN hacia el este acercándose a las líneas rojas de Rusia activó, una vez más, la respuesta del actor preeminentemente territorial. Occidente sostiene que Rusia debe abrazar el “pluralismo geopolítico”, es decir, respetar incondicionalmente la soberanía y el principio de no injerencia, pero, en este cuadro, la OTAN no ha sostenido el principio de seguridad indivisible interestatal, un principio crucial para evitar desequilibrios.

En cuanto a la guerra en Medio Oriente, el territorio marca el curso de los acontecimientos. El ataque del terrorismo a Israel el 7 de octubre disparó las viejas cuestiones asociadas a los propósitos territoriales israelíes, pero además “reactualizó” la geopolítica de la negación del territorio de Israel por parte de Irán.

Respecto de la placa geopolítica del Índico-Pacífico, la fuerte rivalidad entre Estados Unidos y China determina una situación casi de “no guerra” entre ambas potencias (de allí aquello de “dos guerras y media”). Además de la puja mayor, es un escenario plagado de conflictos territoriales.

En este contexto, en el que los principales poderes involucrados poseen el “átomo militar”, la globalización implica una diagonal de orden internacional que no llega a serlo, pero se aproxima, pues la gran red de vínculos comerciales y tecnológicos internacionales donde todos ganan vuelve muy cara la ruptura. Como señala Stanley Hoffmann en sus clásicos trabajos sobre orden mundial: “Así, lo que resulta distintivo no es tanto la búsqueda de ganancia absoluta, sino el interés de una ganancia conjunta: la pérdida de otros (o mi ganancia) será compensada, al menos en parte, por alguna ganancia para el otro”.

Aunque la globalización sufrió un impacto tras el referéndum del Brexit y la victoria de Trump en 2016, cerrándose entonces el ciclo vital de la globalización 1990-2015, a los pocos años estaba de nuevo en marcha superando la misma pandemia y la guerra.

Aunque se plantean escenarios de ralentización del comercio mundial, los datos no respaldan el curso del mundo en términos de desglobalización. Tras sufrir una caída del 5 por ciento, en 2023 el comercio mundial de bienes, según datos de la Organización Mundial de Comercio, alcanzó la suma de 24 billones de dólares; en tanto que la caída previa fue compensada por el comercio de servicios, que llegó a 7,5 billones de dólares. De acuerdo a esa autorizada fuente, se espera que el comercio de bienes crezca un 2,6 por ciento en 2024 y un 3,3 por ciento en 2025.

Por ello, para el experto Brad Setser, el auge de las exportaciones de China tras la pandemia socava el argumento de que la economía mundial se está desglobalizando. Por su parte, el especialista considera que, en rigor, el mundo se está reglobalizando, pues hay nuevas realidades que no estaban en tiempos de la anterior globalización o “globalización 1.0″.

El principal problema del mundo de hoy no es que no existe un orden internacional, sino algo peor que ello: los actores preeminentes, que deberían estar reflexionando sobre una configuración o plan de convivencia entre Estados, están enfrentados y hasta confrontados entre sí, y ello sucede en un proceso de creciente globalización, conectividad y robotización.

En breve, estamos en un mundo donde conviven el “océano rojo” y el “océano azul”, para tomar prestado términos del ámbito de los negocios. Es decir, por un lado, la rivalidad, la desconfianza y hasta la guerra; por otro, los acuerdos, las ganancias colectivas y hasta el orden con base en el comercio.

La pregunta es si se mantendrá por mucho esta extraña divisoria de aguas en el mundo, hasta que finalmente se afiance un orden geoeconómico-tecnológico que supla el desorden internacional que los líderes políticos no supieron, no pudieron o no quisieron superar; o si en aquella extraña situación la guerra y la geopolítica acabarán quebrantando la contención comercial y avanzarán descontroladamente las aguas rojas.

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