Una Argentina provisional

Aunque el Gobierno intentará revestirlo de la épica refundacional y rupturista que ha venido progresivamente extraviando, el nuevo Pacto de Mayo difícilmente se erija como un símbolo de concertación y consenso que proyecte una imagen de gobernabilidad

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Javier Milei
Javier Milei

El gobierno de Javier Milei ya transita el segundo semestre con el mismo ritmo frenético, muchas de las contradicciones, y gran parte de los enormes desafíos con los que llegó a sentarse en el codiciado “sillón de Rivadavia”.

Si bien la demanda de cambio y la impugnación generalizada a una dirigencia política tradicional que no pudo o no supo resolver ni los problemas estructurales propios del siglo XX ni encarar los desafíos del siglo XXI, siguen muy vigentes y explican -en gran medida- tanto la tolerancia social a los ingentes sacrificios del ajuste como los altos niveles de aprobación del gobierno, el camino para el gobierno está todavía plagado de obstáculos, escarpadas pendientes y curvas sinuosas.

La incertidumbre no da tregua y parece convertirse ya en un rasgo característico de esta época de altísima volatilidad y extrema liquidez, en la que todo lo que hasta ayer parecía sólido hoy “se desvanece en el aire”. Una realidad que, convertida en un tsunami arrollador, convierte las pretendidas victorias de ayer en nuevos y enormes desafíos de un presente que parece tornarse perpetuo y exorciza la llegada de un futuro cada vez más lejano y esquivo.

En este contexto, los nuevos bríos que pareció insuflar la tan exigua como importante victoria legislativa en el Senado que le sirvió al gobierno para emitir una largamente reclamada señal de gobernabilidad que aplacara el clima de inquietud que venía creciendo en los mercados, a la que se sumaron otras noticias positivas como el índice de inflación de mayo o la renovación del swap con China, duraron muy pocos días.

El optimismo que el gobierno intenta transmitir no logra cristalizarse en los mercados, que continúan evidenciando que los operadores económicos e inversores aún tienen serios reparos y dudas con respecto a la sostenibilidad del proyecto encabezado por Milei. Ni el larguísimo feriado local permitió calmar las embravecidas aguas, y las acciones y bonos que cotizan en Wall Street, que habían experimentado una suba tras la sesión en la cámara alta, se quedaron a mitad de camino y tras la caída en los últimos días, están muy lejos de volver a los precios máximos.

Algo similar ocurrió con el riesgo país, que después de saltar de los 1200 puntos básicos a casi 1600, apenas consiguió tras la sesión del Senado perforar los 1.400 puntos básicos. A ello deben sumarse las dificultades para acumular reservas que se evidenciaron este mes, y que mostraron al Banco Central en varias jornadas con saldo vendedor, una tendencia negativa que algunos analistas ya consideran que será dominante en el segundo semestre, y que no generará un crecimiento de las reservas netas.

El informe del FMI en virtud del cual se aprobó la octava revisión del acuerdo, aún con algunos elogios a las políticas fiscales del primer semestre, seguramente coadyuvó a la incertidumbre reinante entre los inversores, al plantear algunas dudas respecto al futuro de la política cambiaria y una eventual salida del cepo.

Lo cierto es que lo que el gobierno ha presentado como el gran logro del primer semestre, la desaceleración de la inflación, hoy empieza a mostrar sus límites en tanto eje de un programa económico sostenible, y parece no ser suficiente para los meses que vienen. Ni para los potenciales inversores, ni para los mercados financieros, ni para los organismos internacionales de crédito, ni para el empresariado local. Y, muy probablemente, tampoco lo sea en un futuro no tan lejano para los ciudadanos de a pie.

En este sentido, a pesar de la fuerte caída de la actividad económica, que para muchos analistas tocó su piso en varios sectores, no se espera una recuperación rápida, sobre todo en aquellos sectores que dependen del consumo interno. Allí asoma con fuerza el fantasma de la desocupación, en momentos en que ya se registran despidos y suspensiones de trabajadores. Los números son desalentadores: la actividad fabril cayó en abril 14,2% en términos interanuales, en la construcción ya se perdieron más de 100 mil puestos de trabajo registrados desde agosto de 2023, y las ventas minoristas pymes cayeron 16,2% en lo que va del año.

Sin evidenciar voluntad alguna de asumir riesgos en el corto plazo, ni con el levantamiento del cepo, ni con la rebaja de impuestos, ni mucho menos con políticas activas para estimular el alicaído consumo y apuntalar la recuperación, y pese a que la Ley de Bases y el paquete impositivo todavía tenga que atravesar el último tramo de un largo camino en Diputados, el gobierno probablemente se aferre a la narrativa anti-casta que tanto rédito le ha granjeado, aún aunque ello horade sus propias capacidades en un mediano plazo.

Es que el ya famoso “principio de revelación”, que permitió ventilar varios escándalos y situaciones que alimentan las emociones negativas de la opinión pública con respecto a la política tradicional, junto al desconcierto, aletargamiento y fragmentación de la oposición, no solo de la más radical sino también de la más predispuesta al diálogo, le han permitido al gobierno “aguantar” aún frente al deterioro del humor social frente a la recesión y las demoras en la prometida recuperación.

Sin embargo, en política, como en la vida misma, nada (o casi nada) es para siempre. Si bien la oposición sigue evidenciando problemas para posicionarse y definir sus contornos frente al oficialismo, el propio espacio libertario manifiesta también una evidente incapacidad para consolidarse y crecer en un proceso de acumulación política de cara a las elecciones intermedias de 2025.

Así las cosas, el gobierno de Milei intentará una suerte de relanzamiento con la reversión del postergado pacto de mayo, ahora emplazado para el 9 de julio en Tucumán. Aunque seguramente intentará revestirlo de la épica refundacional y rupturista que ha venido progresivamente extraviando, difícilmente se erija como un símbolo de concertación y consenso que proyecte una imagen de gobernabilidad, en un contexto en el que las diatribas y ataques contra la “casta” seguirán teniendo centralidad en la estrategia oficialista.

Todo un fresco de la volatilidad, fragilidad y provisionalidad de una Argentina que no logra ni salir de la crisis ni generar consensos mínimos para comenzar a allanar ese camino.

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