Religión en política, pero apartidaria

Puede ser una fuente de valores y normatividad en el ámbito público si su lenguaje es traducido en términos seculares

Guardar

Nuevo

El Papa Francisco con una bandera de Aerolíneas Argentinas
El Papa Francisco con una bandera de Aerolíneas Argentinas

La relación entre religión y política ha sido una constante en la historia de la humanidad, donde ambas esferas han interactuado positiva y negativamente. Positiva, cuando la religión se centra políticamente en el bien común tal como desarrollo en La Religión como Crítica a la Vanidad e Idolatría Actual y Religión y Política: la virtud de cambiar anulación por contribución. Negativa, cuando la religión toma posición partidaria o es instrumentada por la política ya expuesto en La Religión en el Discurso Político. Ejemplos de esto último fueron las recientes misas militantes en Argentina como la ocurrida bajo el segundo al mando del arzobispado de Buenos Aires, Mons. Gustavo Carrara, como celebrante principal, caracterizada por cánticos partidarios contra el actual oficialismo y en favor del kirchnerismo; más la foto del Papa Francisco flanqueado por banderas de Aerolíneas Argentinas y del gremio de aero-navegantes. Dicha foto, en pleno tratamiento de la Ley Bases en la Cámara de Senadores de la Nación, manifiesta un claro posicionamiento en favor que dicha compañía continue en manos del estado nacional, contrario a la intención oficialista de su privatización junto con el Correo Argentino y los medios públicos. Podrían sumarse también otros eventos tal como el cura Francisco Olveira quien incendió una publicidad de campaña de Daniel Scioli tildándolo de traidor, y discriminó los servicios de la Fundación Isla Maciel, principalmente su comedor, según el voto político de la población vulnerable que lo necesita.

Max Weber ejemplifica con la laboriosidad, frugalidad y racionalidad de la ética protestante, su rol crucial en el desarrollo del capitalismo en Occidente y cómo las ideas religiosas pueden moldear las actitudes y comportamientos para el desarrollo económico y político, a partir de su influencia en los valores y normas culturales de una sociedad. Pero para su carácter positivo en un estado de derecho republicano y laico, Jürgen Habermas adiciona que la religión puede ser una fuente de valores y normatividad en el ámbito público si su lenguaje puede ser traducido en términos seculares. Bajo esta perspectiva la religión puede contribuir al debate público, pero debe hacerlo de manera accesible a toda la ciudadanía, independientemente de convicciones políticas, partidarias e incluso de particularismos religiosos. Esto es crucial para mantener un espacio de deliberación democrática donde todos los ciudadanos puedan participar en igualdad de condiciones.

En este frágil equilibrio entre religión y política, sin erosionar la laicidad como neutralidad del Estado conduciendo a la discriminación de aquellos que no comparten las creencias religiosas predominantes, Martha Nussbaum advierte también sobre los peligros de la influencia directa de la religión en la política partidaria, socavando los principios de igualdad y libertad religiosa. Porque las instituciones religiosas alineadas con partidos políticos específicos finalizan discriminando a aquellos ciudadanos que no comparten esas creencias religiosas, o que sí pero no aquella política partidaria, erosionando no sólo la laicidad del Estado sino también lo específicos objetivos religiosos.

Más aún, Ieshaiahu Leibowitz ofrece una perspectiva complementaria a la de Nussbaum, sosteniendo, pero ahora desde las propias fuentes bíblicas e inspirado en la labor desafiante de los profetas respecto de los líderes políticos de su tiempo, que la religión debe desempeñar un rol de crítica crónica a todo tipo de gobierno. Así, la función de la religión en la política no es apoyar o minar un gobierno particular, sino mantener una postura ética independiente que denuncie injusticias y abusos de poder, actuando como voces de conciencia que demanden de los gobernantes responsabilidades morales y rendición de cuentas. Esta función profética implica una separación clara entre religión y Estado, donde la primera debe servir de contrapeso moral al poder político, en lugar de ser cooptada por él.

La religión, en este sentido, debe mantener su independencia y evitar ser instrumentalizada para fines partidarios, so pena de comprometer su integridad ética además de socavar los principios de igualdad y libertad religiosa. Desde esta perspectiva, los mencionados eventos recientes en Argentina, entre otros, representan un desvío de este rol crítico.

Ejemplo negativo de injerencia religiosa en la política partidaria fue la facción “Cristianos Alemanes” de las Iglesias Protestantes en la Alemania Nazi, apoyando a Hitler y adaptando la teología cristiana para alinearse con el antisemitismo y el nacional socialismo. Y tal como demuestra Victoria Barnett, erosionando los valores religiosos fundamentales y haciéndose cómplice en crímenes de lesa humanidad.

Durante la misma Segunda Guerra Mundial, la Iglesia Católica en Croacia apoyó al régimen fascista de los Ustaše que gobernaba el Estado Independiente de Croacia, llevando a cabo atrocidades contra serbios, judíos y romaníes, tal como demuestra John Cornwell.

El conflicto en Irlanda del Norte detallado por David MacKittrick y David MacVea, entre unionistas protestantes y nacionalistas católicos estuvo signado por la violencia y división sectaria. La alineación de comunidades religiosas con facciones políticas específicas exacerbó el conflicto y dificultó su resolución pacífica.

No huelga mencionar la Revolución Islámica de 1979 en Irán y el régimen de los ayatolas, estableciendo directamente una teocracia islámica donde el clero chiita ejerce el control sobre el gobierno, violando sistemáticamente derechos humanos fundamentales y fomentando internacionalmente el terrorismo islámico.

También en Sri Lanka y Myanmar, los monjes budistas han activado en política, en el contexto de la guerra civil entre la mayoría cingalesa budista y la minoría tamil hindú, así como apoyando activamente el nacionalismo étnico y la persecución a la minoría musulmana rohinyás. Ambos casos, estudiados por Neil Devotta y Matt Schissler, demuestran como la politización de la religión puede legitimar la militarización de conflictos.

En Israel, el extremismo nacionalista religioso ha llevado al asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin en 1995 por entender que atentaba fatalmente contra Israel al firmar los Acuerdos de Oslo. Acorde a Ehud Sprinzak, este caso destaca cómo la retórica religiosa en la política partidaria puede incitar a la violencia y socavar los esfuerzos democráticos y de paz.

Por otro lado, cuando la religión contribuye a la política para el bien común sin partidismos, resulta tan positivo como el movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos durante las décadas del 50 y 60, liderado por el reverendo Martin Luther King Jr., acabando con la segregación racial.

En Sudáfrica, el arzobispo Desmond Tutu fue crucial en la lucha contra el apartheid. La Iglesia Anglicana y otras organizaciones religiosas condenaron la injusticia racial, promoviendo la reconciliación e igualdad. Aquí la religión fue una fuerza poderosa para el cambio social positivo sin alinearse con un partido político específico.

En Polonia, la Iglesia Católica liderada por Juan Pablo II apoyó el movimiento Solidarnosc, criticando el régimen comunista y luchando por los derechos de los trabajadores y la libertad política. Dicha intervención, basada en principios morales y éticos, fue fundamental para la promoción de la democracia.

El Dalai Lama fue una voz constante de crítica y resistencia pacífica contra la ocupación china del Tíbet. Sin alinearse con facciones políticas, ha defendido los derechos humanos y la autonomía tibetana, promoviendo la paz y demostrando cómo la religión puede influir positivamente en la política.

El rabino Abraham Kook, fundamental en la vida nacional y religiosa de los judíos en Israel, desarrolló las bases teológicas para unificar las diversas facciones de la comunidad judía, seculares, religiosos y pioneros inmigrantes en Israel, promoviendo una visión inclusiva y armoniosa del pueblo judío en su tierra ancestral.

Para concluir, cabe destacar las rectificadoras palabras del arzobispo de Buenos Aires, Mons. García Cuerva y del presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. Oscar Ojea, llamando a no instrumentar banalizando un acto religioso y sus fines específicos, con objetivos políticos partidarios.

Guardar

Nuevo