Lucila Crexell era, hasta hace pocos días, una más de tantos senadores y senadoras cuyo nombre solo se conoce en sus provincias de origen, en este caso Neuquén. Ese detalle de su vida cambió abruptamente esta semana, cuando se conoció que será la próxima embajadora ante la UNESCO de un gobierno del cual, hasta donde se sabía, era opositora. Al mismo tiempo, Crexell anunció que votaría a favor de la Ley Bases. El oficialismo lo necesitaba desesperadamente luego de varias semanas en las que enfrentó la salida del jefe de Gabinete, un escándalo por su decisión de no repartir alimentos, la renuncia de los encargados de hacerlo, la subida persistente del Riesgo País y de los dólares paralelos, y una votación abrumadora en contra en la Cámara de Diputados.
La Embajada en la Unesco es un premio mayúsculo para una política de esa limitada jerarquía. La persona designada en ese cargo vive en un palacete envidiable, es atendida por empleados de alto nivel, se mueve en un cómodo auto con chofer, gana alrededor de 20 mil dólares mensuales con todo el resto de los gastos pagos y, por decirlo de manera elegante, su trabajo no es demasiado exigente. Muchos libertarios de la primera hora hubieran soñado con estar allí.
Algunos malpensados sugirieron que existía alguna vinculación entre un hecho y el otro. Esto es, que ella votó por un gobierno al que no pertenece y recibió a cambio semejante premiazo. Crexell se apresuró a explicar que no era así. Lo hizo mediante un párrafo memorable, que merece un análisis detallado.
“Esto es una negociación que viene de mucho tiempo antes. Tuve un acuerdo con Pablo Cervi, que es mi suplente. Fuimos juntos en la lista de senadores. Y el año pasado existió la posibilidad de que yo fuera a un organismo internacional. Estábamos trabajando con Patricia Bullrich. Cuando Patricia pierde, ese acuerdo se cae. Bah, no se cae el acuerdo. Nos quedamos sin la posibilidad de hacer ese cambio en las gestiones. En abril se retoma esa posibilidad. Si, es verdad que hubo una oferta y hubo una aceptación. Pero no tiene nada que ver con la aprobación de la Ley Bases”.
O sea, había una negociación entre ella y su candidato a senador suplente. Interesante. ¿Sobre qué cosa? ¿Qué tiene que ver eso con la Unesco? Luego hubo otro acuerdo, esta vez con Bullrich, para que ella fuera a la Unesco. ¿Cómo es eso? ¿Ella comprometió su apoyo a cambio de la embajada? ¿Alguien habló en la campaña de darle a ella una embajada tan poco relevante para la estrategia de un futuro presidente? ¿Apoyaba a Bullrich porque creía en ella, porque le ofrecieron el viajecito o las dos cosas se combinaron de pura casualidad? Finalmente, tampoco pudo ser. Entonces Crexell dice que en abril -justo cuando el Gobierno necesitaba la ley bases- “hubo un ofrecimiento y hubo una aceptación”. Es muy interesante, en este caso, la utilización del verbo: “Hubo”. No es que el gobierno le ofreció y ella aceptó. “Hubo” un ofrecimiento. “Hubo” una aceptación. No tuvo que ver con la voluntad de nadie. “Hubo”. “Ocurrió”. “Sucedió”. Fue un hecho inevitable.
A la anécdota se le debe agregar otro detalle. Unas semanas antes, los senadores hicieron un papelón al aumentarse las dietas a casi $8 millones. En los días previos, hubo una discusión entre ellos. Varios sostenían que sólo tendrían argumentos para justificar un ingreso mensual similar al de altos referentes de La Libertad Avanza, como Karina Milei o Manuel Adorni. Es decir, alrededor de $4.5 millones. Pero ganaron los que pedían más. La más enfática entre ellos -de hecho, la autora del proyecto- fue Crexell. Hubo una propuesta. Hubo una votación. Hubo un aumento.
Así que aquí hay dos opciones. Una, que le compraron el voto. La otra, es que “hubo” un ofrecimiento y “hubo” una aceptación. Crexell tiene suerte de que hay un batallón de colegas buscando chanchullos de Juan Grabois y los movimientos sociales. De lo contrario, tal vez el debate público sobre su conducta hubiera sido un poco más ácido. No solo sobre su conducta, sino también sobre la de quien facilitó que “hubiera” un ofrecimiento. En este caso, se trata de Guillermo Francos, el flamante jefe de Gabinete, que seguramente solo participó en esta coincidencia de ofrecimientos, aceptaciones, embajadas y cambios de votos.
Sea como fuere, ese gambito posibilitó que Javier Milei tuviera una semana de verdad victoriosa. Aprobó la Ley Bases, resolvió el swap con China, consiguió un preacuerdo con el Fondo y el Indec informó una fuerte desaceleración de la inflación, a un impensado 4,2 por ciento. Para coronarla, terminó la semana con una cumbre en Italia, donde se movió cómodamente entre los máximos líderes del mundo. Si la vida fuera siempre como esta semana, el paraíso estaría a la vuelta de la esquina. Pero las semanas anteriores habían sido muy malas. Se verá cómo sigue.
En cualquier caso, hay varios rasgos interesantes de Milei que quedan expuestos en este recorrido. Como cualquier persona, puede hacer las cosas muy bien o muy mal. En el primer caso, logra la aprobación de una ley clave, luego de un arduo trabajo de negociación que duró cinco meses, con bloques propios insignificantes en el Congreso. Es muy difícil hacer eso. Refleja una capacidad política muy respetable. En el segundo, ocurre todo lo contrario: pierde por paliza en Diputados una semana antes. Es un proceso muy volátil. Pero conviene no subestimar que, cuando se propone algo, está en condiciones de lograrlo. Es un componente muy relevante de su liderazgo.
Por otro lado, es capaz de enarbolar las banderas más principistas a los gritos pelados y luego permitir que se realicen negociaciones al estilo de la política más tradicional. ¿Qué querés a cambio de tu voto? Una estadía en un palacete francés con todo pago durante tres años. Ok, lo tuyo está.
Tal vez a eso se refería Francos el día de su asunción cuando dijo: “El Presidente me elige a mí porque se da cuenta que con la política argentina a él se le hace complicado porque no la entiende, porque tiene diferencias, por X motivos y yo tengo una posibilidad mayor de dialogar y ahí viene la propuesta”.
Hace un año, Luis Novaresio le preguntó a Milei qué haría si el Parlamento le rebota las leyes. Milei le dijo que primero insistiría, luego metería un flor de ajuste fiscal, luego llamaría a una consulta popular, pero que jamás negociaría porque era una cuestión de valores.
En ese contexto, Milei citó una historia bíblica, como lo haría desde ese momento tantas veces:
“Moshé descubre que era judío. Según el faraón iba a ser su heredero. Había desplazado a Ramsés, a su hijo, para que el hijo de la hermana fuera su heredero. ¿Sabés qué podría haber dicho Moshé? Podría haber dicho: mirá, yo asumo como faraón, sigo teniendo esta vida en el Palacio, y luego libero al pueblo judío. Siendo faraón, ¿quién se lo iba a negar? Nadie. Pero se fue. Estuvo con el pueblo. Se convirtió en un esclavo más. Luego, tuvo un inconveniente. Fue apresado. El faraón lo mandó a llamar y le dijo: ‘Si vos me decís que no sos judío, para mí no sos judío’. Entonces Moshé le dijo: ‘No solo soy judío. Sino que también te exijo que liberes a mi pueblo’. El faraón le dijo: ‘¿Ah, si?’. Y lo dejó en manos de Ramsés. En ese momento, todavía Moshé no creía. ¿Y qué terminó pasando? Volvió, liberó al pueblo judío. Si lo mirás ex post, el resultado es el mismo. Pero, ¿son iguales? No. Porque uno estaba basado en una mentira. El otro estaba basado en la verdad”.
Viejas historias.
El feroz pragmatismo presidencial se aplicó también en las relaciones con China. Milei fue muchas veces muy terminante al respecto. Primero dijo que Argentina cortaría todo vínculo con China porque no debería tratar con comunistas asesinos. Cuando, en la campaña, le explicaron que eso destruiría la situación económica del país, Milei cambió el discurso. Dijo que no habría relaciones entre los gobiernos, porque él no estaba dispuesto a vincularse con comunistas asesinos, pero que los privados podrían comerciar con quien quisieran. Esta semana, en función de la necesidad de renovar el swap, el Presidente negoció directamente con comunistas asesinos. Además, subió a sus redes una imagen con las banderas de Argentina y de la República Popular China entrelazadas. La bandera china es roja de punta a punta.
¿Quién es, entonces, el Presidente? ¿El que denunciaba en público que su padre le pegaba palizas terribles y decía que lo consideraba muerto o el que luego se reconcilió con él y denuncia a quienes “se meten” con sus padres? ¿El que calificaba a Patricia Bullrich como terrorista asesina de niños o el que la designó como ministra de Seguridad? ¿El que celebra a Luis Caputo como su “ministro rockstar” o el que lo fulminaba en 2018 por haberse “fumado irresponsablemente 15 mil millones de dólares”? ¿El que se desvivía de amor por Fátima Florez, o el que la despachó con un comunicado dos meses después? ¿El que se emocionaba al recordar la manera en que Nicolás Posse lo acompañó cuando todo el mundo lo abandonaba o el que lo despidió de manera humillante?
Tal vez sea un poco de todo eso. En cualquier caso, es alguien muy capaz de cambiar de acuerdo al contexto. Algunos celebrarán, con sobradas razones, su pragmatismo y otros se preocuparán, con sobradas razones, por su imprevisibilidad y su impiedad. En cualquier caso, en esta breve etapa, los chinos ya no son comunistas asesinos y Moshé es capaz de ofrendarle una embajada a una senadora neuquina.
En todo este periplo, de cualquier manera, hay algo en lo que Milei no cede, que es su pelea para bajar la inflación. Su persistente liderazgo se juega entero por ese objetivo. El 4,2 por ciento de esta semana es un gran triunfo porque aun cuando, como es obvio y hubiera sucedido en cualquier caso, queda mucho por delante, la cifra es lo suficientemente baja para permitirle convivir con los problemas pendientes sin que eso derive en un escenario dramático. Él prometió penurias. Cumplió. La recesión tiene niveles parecidos a los peores momentos de la historia argentina. Sostuvo que esas penurias bajarían la inflación. Pareciera que está cumpliendo. Prometió que luego ese proceso sería expansivo gracias a la inversión. Si la teoría es correcta, lo que es un condicional gigantesco, será Judás Macabeo, Moshé, José de San Martin, Terminator o lo que se le ocurra.
Por ahora, se saluda con Joe Biden, hace arrumacos con Giorgia Meloni, se abraza con Volodimir Zelensky, se abraza con el Papa Francisco y es elogiado por Elon Musk.
Quién lo ha visto y quién lo ve.