La interacción entre la sociedad y su dirigencia tiene un antes y después desde la irrupción de las plataformas de comunicación digital y los nuevos formatos informativos a través del streaming.
Atravesamos una época en la que el modelo tradicional de inserción en el debate público y la participación política no logran interpelar a generaciones más jóvenes, que eligen y fomentan una modalidad distinta, que se asemeja mucho más a sus hábitos de comunicación y sociabilización dentro del universo digital.
Cuando hablamos de las interacciones en el entorno digital, no es acertado reducirlas ni minimizarlas a la pantalla, como si no tuvieran un impacto en la difusión de discursos o en la organización de acciones. Lo que se genera en ese universo tiene mayoritariamente un reflejo en la agenda del debate público. Si lo analizamos desde la comunicación política, por ejemplo, los nuevos liderazgos han comenzando a elegir estos espacios para desarrollar su estrategia de comunicación y, en muchos casos, acercarse a las audiencias jóvenes de esa manera. Lo relevante, además, es que no se trata de un reemplazo de los mecanismos tradicionales (la marcha, la plaza, entre otros) sino una manera distinta para involucrarse en esos mismos espacios, pero principalmente a politizarse.
Esta nueva tendencia, la de la politización digital, plantea desafíos para ambas partes y en distintos niveles.
Para quienes deben representarnos, no es posible ignorar las reglas del contexto actual en las que la masividad, instantaneidad y horizontalidad son elementos indisociables de la interacción digital. Para comunicar decisiones o proponer debates hay que tener en cuenta no sólo consideraciones sobre el contenido (lo que voy a decir), sino sobre el futuro que tendrá ese material en el ecosistema digital, es decir, en los riesgos de la exposición inmediata y en la vigencia que tendrá en la posterioridad, ya que todo queda a disposición del público. Ya no se puede pretender que un contenido se limite al consumo en “el acto”, sino que al menos debe tener en cuenta que ese material será escuchado por cualquier persona en el futuro, a riesgo de quedar anacrónico o descontextualizado. En la era de la viralización, una frase desafortunada o un error involuntario pueden generar desde un escándalo mediático hasta un problema judicial, porque sencillamente se pierde el control sobre la intención y el propio contenido por parte de quien habló o respondió.
En lo que hace a la práctica de comunicar ante este nuevo contexto, el objetivo consiste en lograr contenidos en poco tiempo, porque la atención de las audiencias jóvenes es cada vez menor y más dispersa. Es menos probable que un joven lea discursos extensos a que consuma, por ejemplo, la información en formatos ágiles, didácticos y con impacto visual. Es un desafío comunicacional para una dirigencia que debe adaptarse y aprender a dialogar con generaciones que tienen hábitos distintos y, quizás, esperan que el mensaje se reduzca al modelo Tik Tok.
Por otro lado, si analizamos los desafíos para el sistema tradicional, entendido como aquellas estructuras de participación, debate y acción política no digitales, el surgimiento de estas plataformas ha ofrecido alternativas para involucrarse, especialmente para los más jóvenes. Las redes sociales, por ejemplo, han demostrado enorme eficacia para movilizar a personas a una plaza o a un evento, pero, principalmente, han facilitado herramientas para que individuos que al principio estaban atomizados hayan logrado construir una identidad colectiva a través de las comunidades digitales. De repente, una conversación espontánea en una red social conllevó al principio de un nuevo espacio político. Estas plataformas hacen horizontal el debate entre las propias personas, sin fronteras geográficas ni tampoco demasiados filtros para las expresiones, formando una cultura de “nichos” y, en lo que respecta a la participación política, de mucha desinhibición al momento de compartir una opinión en esos nuevos entornos, que quizás sean las charlas de café bajo estás nuevas reglas digitales.
Por fuera de la “anarquía” que muchas veces vemos en la conversación digital, es posible (y de hecho sucede) crear estructuras para los grupos que comparten intereses con un costo bajísimo en lo presupuestario, organizativo y ejecutivo, que además son fácilmente ampliables y escalables a nivel internacional. Además de una alternativa en la manera de participar en lo público, las plataformas también han tenido un rol en la interacción con los referentes políticos y quienes toman decisiones. De repente, el presidente se encuentra leyendo y respondiendo lo que un usuario anónimo publicó en su cuenta. Por más acostumbrados que estemos a está dinámica, es toda una novedad ese nivel de horizontalidad en la comunicación, y aunque no deberíamos presuponer que tiene un alto grado de influencia sobre la toma de decisiones, o al menos deberíamos reconocer lo difícil que sería medirlo, ese tipo gestualidades motiva a más personas a elegir estos medios para conectarse con lo que está sucediendo.
Por otro lado, las plataformas de comunicación digital han implicado una lógica en el consumo de información que exige mucho más criterio individual para poder filtrar el contenido por las facilidades de acceso que ofrece. A veces es difícil distinguir una fake news, evitar el “bait” o sencillamente sólo leer los títulos de las noticias por juzgarlos como suficientes. Tanta oferta de contenido plantea el desafío de jerarquizar y descartar mucha de la información que circula en los medios para seguir lo que sucede en la coyuntura. Siempre sería deseable evitar el recorte sin contexto, o buscar más de una fuente de información, pero es una cultura de la información que aún no hemos desarrollado en Argentina. Difícilmente a un ciudadano le interese seguir una sesión completa en la Cámara de Senadores, y su único approach sea a través de un comentario que no logre reflejar todo lo sucedido. Estas reglas de juego tienen algunas desventajas para la actividad política, que se intensifican en un contexto que, por momentos, pondera una postura hacia la antipolítica.
En ocasiones, un recorte tiene la misma validez que un argumento desarrollado en el contexto de una discusión, o una discrepancia es interpretada como una agresión y genera una campaña de desprestigio injusta contra quien lo dijo. Todo lo que sucede está bajo la lupa y es puesto sobre la mesa de discusión, aunque no siempre con la rigurosidad que correspondería.
La tendencia sugiere que el fenómeno de la politización digital se profundizará, en particular con los más jóvenes que eligen (y probablemente lo sigan haciendo) esta modalidad de inserción a lo público. Estas plataformas han tenido un impacto significativo en la comunicación y estructuración política por su dinámica orgánica y descentralizada que las hace independientes y difíciles de controlar. En la actualidad, cualquiera puede (hasta sin buscarlo) viralizar una protesta individual que termine en una marcha. Esta es la premisa para intentar abordar algunos de los desafíos comunicacionales, de participación y de acceso a la información en nuestros días.
Como difícilmente esa “esencia” se modifique, lo interesante consistirá en seguir analizando las interacciones sociales que se generan a través de estás herramientas; sus implicancias para generar nuevos vínculos en la política; y, finalmente, su capacidad para influir en la agenda pública, en una época en la que cualquier persona puede, eventualmente, convertirse en un nuevo referente público.