Las notas hablando del fracaso de la globalización y de un nuevo orden mundial ya se han vuelto una costumbre. En algunas se señala el impacto negativo de la crisis financiera de 2008; en otras las consecuencias de la creciente desigualdad. La desilusión con los resultados pareciera justificar las medidas adoptadas por los EE.UU. y la Unión Europea para rediseñar las cadenas de valor y la aplicación de políticas proteccionistas que implican una pérdida de bienestar por los subsidios y mayores precios.
Los cuestionamientos a la globalización sugieren que es un problema endógeno que demandaría un replanteo sobre el libre movimiento de los factores de producción. Con esa caracterización se sostiene la necesidad de buscar nuevos paradigmas para configurar un sistema económico diferente. Los análisis sobre las consecuencias negativas aparecen como una burbuja sin relación a otros acontecimientos que afectaron la globalización y que no necesariamente son económicos.
La incorporación de China y de Rusia a la Organización Mundial de Comercio (OMC) el 11 de diciembre de 2001 y el 22 de agosto de 2012 respectivamente, después de negociar las condiciones de acceso principalmente con EE.UU., podría considerarse la culminación del proceso de integración económica. Este país concedió simultáneamente el status permanente de nación más favorecida a China en 2000, y a Rusia en 2012 para facilitar el ingreso de sus productos a su mercado. Estas reformas permitieron un rápido crecimiento del comercio. China exportó a los EE.UU. 52.156 en el 2000 pasando a 575.710 millones en 2022. Este proceso estuvo acompañado por el aumento de las inversiones de multinacionales norteamericanas y europeas en China para beneficiarse de las ventajas comparativas en materia de impuestos y mano de obra.
La apertura de las economías alentó el flujo de inversiones a nivel global. Según la UNCTAD, en 1990 las inversiones externas fueron de 204.888 alcanzando su punto máximo con 1.906.338 millones en 2007 para disminuir 1.173.641 millones como consecuencia de la crisis de 2008. En 2015 fueron de 2.056.416 millones para caer a 1.294.738 en 2022. Este incremento de inversiones y del comercio exterior fueron las causas que explican el crecimiento de los países en desarrollo a tasas mayores que la de los países avanzados provocando un cambio relativo en la distribución del PB mundial en favor de los primeros.
Todo indica que la globalización funcionó hasta que los incumplimientos de los compromisos y las ambiciones políticas cambiaron los acontecimientos creando dudas sobre las posibilidades de continuar con el proceso de integración de las economías. Las diferencias en las políticas económicas domésticas con fuerte énfasis en empresas públicas y subsidios para conquistar mercados en detrimento de terceros sumado a intereses geopolíticos minaron la continuidad del proceso de cooperación y de diálogo que son en definitiva las herramientas sobre las cuales se forjó la globalización.
Las declaraciones sobre la necesidad de generar un nuevo orden internacional multipolar, la creación de una red propia de financiamiento para expandir las exportaciones por fuera de los organismos internacionales o los llamados a la desdolarización sumados a la invasión de Crimea en 2014 y el desconocimiento del veredicto del Tribunal de La Haya sobre la soberanía del Mar de China Oriental en 2016, entre otros hechos, terminaron por minar las posibilidades de colaboración. La confrontación provocó el cambio de las prioridades a nivel mundial reflejado en el aumento de los presupuestos y la conformación de alianzas militares de contención.
La globalización pudo avanzar cuando coincidieron las prioridades tanto políticas como económicas reflejadas en el eufemismo “win-win situation”. Ha sido el auge del nacionalismo en Rusia y China, utilizado siempre como una forma de reivindicación de los liderazgos autoritarios, el factor exógeno que originó las anomalías actuales. La globalización o integración de las economías continúa siendo una aspiración válida en especial para los países en desarrollo que solo podrá ser retomada cuando se depongan las ambiciones de transformarse en el nuevo hegemón.