La renuncia de Nicolás Posse pone fin a una relación que se venía deteriorando con Javier Milei.
No estamos frente a una crisis de gabinete sino a un tema vinculado con un funcionario que, a mi juicio, no tenía el spartisse para el cargo de Jefe de Gabinete . Si bien según la Constitución Nacional en su art. 100 inc.1 tiene a su cargo ejercer la administración general del país, o sea una actividad esencialmente técnica, en los hechos ha constituido siempre una función esencialmente política y no gerencial.
Como persona de máxima confianza del Presidente, su misión no es sólo supervisar los actos de gobierno, sino también estar encargado de la negociación política, máxime formando parte de un gobierno que tiene una debilidad institucional y parlamentaria significativa.
De allí que a mi juicio es acertado que la función pase ahora a estar desempeñada por el funcionario que por trayectoria pública y política es quien, dentro del gabinete de Milei, tiene la calificación más alta para encarar los acuerdos con otras fuerzas políticas para plasmar los consensos que el Gobierno necesita para realizar las reformas prometidas en la campaña electoral.
Me refiero a Guillermo Francos, que mantiene la cartera ministerial de Interior, ahora con el rango de Secretaría, lo que seguramente la va a permitir a Milei tener un casillero ministerial disponible para crear la cartera de Modernización, que como se viene anunciando quedaría a cargo de Federico Sturzenegger, sin alterar la estructura del Poder Ejecutivo con la creación de un nuevo Ministerio, lo cual conllevaría traicionar el compromiso de Milei de no crear nuevas estructuras.
Con el discurso de Córdoba el pasado 25 de mayo, el desplazamiento de Nicolás Posse y su reemplazo por Guillermo Francos, queda claro que el Presidente abandona transitoriamente su dogmatismo y da preeminencia al pragmatismo tan necesario para los acuerdos políticos.