Tiene un doctorado honoris causa de la UBA y ha visitado varias veces Buenos Aires, presentándose en universidades, no para debatir, porque sus seguidores -seguidoras mayormente- no debaten sino que la escuchan como los miembros de una secta a su gurú. En sus viajes a Argentina, se ha codeado con las referentes del NiUnaMenos y con otras exponentes del feminismo local, como Dora Barrancos, que fue asesora del presidente Alberto Fernández durante sus cuatro años de gestión con perspectiva de género.
Más aún: Judith Butler es citada como referencia indiscutible en todos los textos oficiales que hablan de la ESI. Es una de las inspiradoras de la locura de hablarles de transgenerismo a los nenes desde el jardín. La epidemia trans, o sea el contagio de la disforia de género en adolescentes, tiene su origen en los delirios que repite “elle” (ese es su pronombre desde que, recientemente, se le antojó que no es hombre ni mujer).
Para tener una idea de la influencia de esta señora en cabezas locales poco pobladas, va un párrafo de uno de los documentos sobre ESI destinados a formación docente: “En la modernidad se establece y asume al binarismo como norma organizadora de la sexualidad. Como afirma Judith Butler, esta lógica se basa en dos principios reguladores: la reproducción biológica y la presunción de heterosexualidad obligatoria”.
Primero, esto no lo instauró la modernidad. Sería genial que Butler y sus seguidores nativos expliquen qué sociedad humana —histórica o prehistórica— no se construyó sobre la base del binarismo. Cualquier antropólogo les podría explicar que la humanidad se organizó desde el fondo de los tiempos sobre la base de la pareja mujer-varón para la crianza de los hijos. Esto no implica que heterosexualidad y monogamia hayan sido absolutas, pero sin lo que Butler llama “principio regulador de reproducción biológica”, no existiría la humanidad. Sucede que el enfoque predominante en los cientistas sociales de hoy consiste en negar la biología. Todo es construcción. Todo debe ser deconstruido.
La noticia es que Butler acaba de sacar un nuevo libro, ¿Quién le teme al género?, en el que se dedica a atacar a las feministas que no se pliegan a su postura trans. Aclaro de nuevo, aunque no debería ser necesario: no se trata de negar la disforia de género, que existe, es un trastorno -contra lo que dice el activismo trans, sigue catalogada así por el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM), de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría-, que atañe a una ínfima proporción de personas.
Las feministas que se han mostrado en desacuerdo con la idea de que para transicionar de un género a otro basta con la sola expresión de la persona; o que se inquietan ante la hormonación de menores o la invasión de deportes femeninos por mujeres trans; o que, más aún, sostienen que ninguna cirugía hace que un hombre o mujer biológicos dejen de serlo, son ferozmente atacadas por el lobby transgenerista -ahí está el caso de J.K.Rowling, la autora de Harry Potter-, estigmatizadas en redes, censuradas, canceladas y en muchos casos expulsadas de sus trabajos o puestos académicos.
Pues bien, en su nuevo libro, Judith Butler se dedica a atacar a estas feministas a las que llama TERF (por Trans-Exclusionary Radical Feminist, Feminista radical trans-excluyente). Las acusa de hacerle el juego al conservadurismo político. A la extrema derecha. Recoge todas las críticas vertidas en Internet: no son verdaderas feministas; son racistas, transodiantes y defensoras del colonialismo y el imperio, etcétera.
Como muchas otras feministas, Butler hace una amalgama entre patriarcado y capitalismo, aunque las sociedades más “capitalistas” son también las más igualitarias en materia de género. “Deberíamos estar haciendo alianzas entre comunidades que sufren de explotación capitalista y patriarcado, de homofobia y transfobia, de racismo”, ha dicho. Sin sorpresas, lo suyo es el wokismo, la lucha contra el racismo cuando éste ya ha desaparecido en términos estructurales y contra el colonialismo idem. Ni hablar del patriarcado que hace tiempo es historia en Occidente.
Butler defiende el “feminismo decolonial” que, según una página afín a sus ideas, sería: “Corriente que hace una crítica a la teoría de la colonialidad del poder (la imposición e invención del concepto raza por parte de los colonizadores europeos -hombres blancos de clase media-)” y para la cual “también el ‘género’ es una invención europea impuesta a través del colonialismo, que no existía antes de ese período”. O sea, como “forma de control de las mujeres colonizadas” se les impuso “el ámbito doméstico como el único espacio propio, y así también las tareas reproductivas y de cuidado como una cuestión ‘normal’...” La aplicación local del feminismo decolonial da esto como resultado: “Las categorías género y raza son centrales para comprender que en América Latina y el Caribe todavía persiste el patrón de dominación colonial del poder y del saber”.
Antes de la llegada de los españoles, ¿las mujeres no parían hijos ni hacían “tareas de cuidado”? ¿Salían a cazar y a guerrear?
“Si tu género no es binario o no conforme, debes poder decirles a quienes tienen el poder de abyectarte o discriminarte, que tu derecho a vivir es no ser impugnado por un cierto poder de esa manera”, decía también Butler. Pero, ¿acaso el poder no promueve y avala el feminismo, el transgenerismo, la descalificación de la heterosexualidad, la doctrina queer, etc? Salvo que pensemos que la burocracia de la ONU, los organismos internacionales o los gobiernos no son el poder.
Todo lo que Butler milita es parte del statu quo o, mejor dicho, el statu quo se sirve de estos charlatanismos para anestesiar las conciencias. Porque la prédica de Butler no ataca al poder, afecta a las personas, a las familias, a los menores sometidos a estos delirios…
“¿Qué relación encuentra entre heteronormatividad, capitalismo y género?”, le preguntan a la gurú del no binarismo. “El capitalismo siempre ha dependido de la familia heterosexual normativa y (ésta) reproduce género, pero también reproduce el patriarcado”, contesta, insistiendo en que el capitalismo necesita “reproducir la familia heteronormativa al servicio de esa economía”. Pero a la economía capitalista le conviene mucho más la mujer emancipada sin hijos.
Estas ensaladas entre feminismo, antiracismo, anticolonialismo y anticapitalismo llevan a caer en contradicciones flagrantes. Y Butler viene acumulando varias. En octubre de 2022, cuando murió una joven iraní víctima de violencia policial por no usar el hiyab según la norma, Butler dijo. “Es absolutamente horrible que esta mujer de 22 años haya sido asesinada por la policía y que haya sido detenida por aparentemente usar el hiyab de una manera que no se consideraba aceptable”. Pero enseguida agregó: “Al mismo tiempo, es importante que no culpemos al hiyab. Muchas mujeres usan el hiyab y se sienten libres de hacerlo, y disfrutan haciéndolo, es parte de su vida, de su religión, de su forma de pertenencia”. Y, en referencia a las protestas que estallaron en Irán a raíz de este crimen, sentenció: “No creo que deshacerse del hiyab sea el objetivo de esta demostración. El objetivo de esta manifestación es oponerse a la violencia policial contra esta joven”.
Traducción: Judith Butler quiere vivir en una sociedad donde pueda ser mujer o varón o ninguna de las dos cosas a su antojo, pero para las iraníes está genial vivir en un país donde es obligación usar el hiyab. Y donde se las relega al ámbito doméstico. ¿Cómo sabe que disfrutan el hiyab si están obligadas a usarlo?
Estas gansadas que dijo en 2022 no generaron ni un arqueo de cejas de las feministas, tan celosas y awake (despiertas) para detectar desigualdades, micromachsimos, violencias simbólicas, etc.
Como esto pasó sin censura, Butler lo hizo de nuevo. Esta vez puso en duda las violaciones de que fueron víctimas muchísimas israelíes durante el raid de Hamas por varios kibutz en la zona fronteriza con Gaza. Como ella cree que eso fue “un acto de resistencia” de los palestinos, prefirió negar la violencia sexual hacia las mujeres.
O sea, las mismas feministas extremistas que al hombre blanco occidental cristiano y heterosexual lo condenan con la sola palabra de una denunciante dudan de que Hamas haya ejercido violencia contra mujeres israelíes pese a la profusión de pruebas. Ni hablar de que pusieron en duda la palabra de estas víctimas que en otro contexto hubieran considerado verdad revelada. “Yo te creo hermana”, pero…
La socióloga y escritora franco-israelí Eva Illouz escribió un largo artículo en el que se dijo “estupefacta” ante “las declaraciones más antifeministas” que había escuchado y el hecho de que “las pronunció un ícono del movimiento queer”.
“Ante la violencia sexual sin precedentes sufrida por las mujeres israelíes a manos de los combatientes de Hamás, ante los reportajes de la prensa, los informes de juristas, de médicos, de ONG que documentan los abusos, ante las imágenes difundidas de una joven asesinada y exhibida en las calles de Gaza entre cánticos de la multitud, ¿qué dice Judith Butler el 3 de marzo? Pide pruebas”, escribió.
Illouz subraya que, más grave que las palabras de Butler, es el gesto de escepticismo con el cual las acompaña. Dice que se parece a la cara que hubiera puesto “un policía de hace cincuenta años a una mujer que fuera a poner una denuncia a comisaría”. En efecto, basta ver el video...
Y agrega, no sin ironía: “Judith Butler ha hecho carrera cuestionando las nociones de objetividad, de esencia y de realidad, todas ellas presentadas como puras construcciones sociales. Ahora exige una megaobjetividad y megapruebas”.
Es gracioso que una filósofa ultra feminista como Butler, que alerta en su último libro sobre la vuelta del conservadurismo y su supuesto avance contra derechos de minorías, defienda a grupos y regímenes que no reconocen los derechos que ella ve peligrar.
El filósofo y escritor Fernando Savater lo dijo con todas las letras: “Paul Preciado y Judith Butler son dos mierdas”. Por si no quedaba claro, agregó: “O sea, son malísimos, son charlatanes…”
Preciado y Butler son dos de los principales responsables de que el feminismo actual haya sido copado por el transgenerismo abrazando la ideología de género: ya no se puede decir “mujer”, lo correcto es “persona gestante”, y hay que aceptar el capricho identitario sexual (“autopercepción”). Cada vez más, el feminismo toma la forma de un ataque en toda la regla contra la heterosexualidad.
Paul Preciado es un trans (era Beatriz Preciado) español, famoso por decir lindezas tales como que hay que “estigmatizar el esperma blanco” y por llamar a boicotear a los varones heterosexuales “a través de la abstinencia y la homosexualidad, pero también por la masturbación, la sodomía, el fetichismo, la coprofagia, la zoofilia… y el aborto”.
Nadie llamó a esto discurso de odio…
Butler, por su parte, se declara no binaria ya que vive en rebelión con el sexo “asignado”, el de nacimiento, el real. Su teoría de que sexo y género son dos categorías completamente separadas, que se nos asigna un sexo al nacer y se nos impone un género a través de la educación -por lo tanto la liberación consiste en negar la biología- impregna casi todos los contenidos que se proponen para la llamada ESI, que de educación sexual tiene poco y nada, y de ideología de género, todo.
En su libro, Judith Butler ataca a Kathleen Stock, filósofa y escritora británica, que en 2021 fue cancelada en la Universidad de Sussex y se vio obligada a renunciar por presión del lobby trans. Vale aclarar que Stock es, junto con la tenista Martina Navratilova y la escritora Julie Bindel, una de las creadoras de The Lesbian Project.
“Butler declara que yo personalmente aporto ‘toxicidad’ y ‘crueldad’ al insistir en que un varón que se declara mujer sigue sin serlo”, dice Stock. Y agrega: “En los histriónicos cálculos de Butler, no afirmar las reivindicaciones identitarias de otra persona es al parecer más traumático que cualquier cosa que un cirujano pudiera hacerle a un adolescente trans”.
Stock pregunta: “¿Le preocupa (a Judith Butler) que los médicos administren fármacos que destrozan la fertilidad de adolescentes físicamente sanos? ¿Le molesta que se ingrese a violadores con mujeres presas o que se permita a cualquier hombre entrar en el vestuario de una mujer si así lo decide? ¿Le fastidia ver a hombres corpulentos pulverizando récords en el deporte femenino?”
Apunta así a lo central, las consecuencias de las teorías butlerianas: “No hay ningún intento real de tomarse en serio las crecientes pruebas procedentes de hospitales y denunciantes de negligencia médica contra niños, niñas y adolescentes en nombre de la ‘afirmación’ [sobre esto: ver el Informe Cass]; el creciente número de agresiones contra mujeres y niñas como resultado de la autoidentificación [N. de la R: se refiere al hecho de que se habilite a que cualquiera con solo decirlo ‘cambie’ de sexo, como sucede hoy en Argentina]; la desmoralización de mujeres deportistas desplazadas; o el dolor físico y psicológico de las personas detransicionadas”. Butler no niega esto último, lo minimiza: “La tasa de arrepentimiento de personas[que han cambiado de género] de todas las edades es muy pequeña”, dice.
Butler niega que el género sea una ideología, como hacen todos los que la promueven, porque si no es una ideología, es una verdad revelada, es obligatoria. Es lo que vienen haciendo las autoridades argentinas especialmente desde la Ley Micaela, que impone una capacitación obligatoria para todos los agentes de la administración pública: los contenidos están impregnados de ideología de género, de falsedades o verdades a medias sobre la condición pasada y presente de las mujeres en la Argentina.
Como no les alcanzó con eso, ahora la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, lanza una escuela para garantizar la capacitación en género para trabajadores estatales y municipales. Con orgullo anuncian la primera Escuela de Género, Gobierno y Comunidad de la provincia que tiene como objetivo formar en la perspectiva de género a los agentes estatales, pero también a organizaciones comunitarias, empresas, clubes y sindicatos. No se salva nadie.
¿Qué van a enseñar en esta Escuela? ¿Que el sexo biológico te lo “asignan” al nacer? ¿Que un feto es una larva? ¿O la mentira de que a una mujer le pagan menos por el mismo trabajo que a un varón? ¿Y por qué no que el “yo te creo hermana” vale sólo si el acusado está en la vereda de enfrente? Ante el caso Espinoza, ya demostraron que son buenos discípulos de Judith Butler.
Ella/elle dice que los “estudios de género” -la nueva falsa ciencia que se multiplica en todas las universidades- son un “campo diverso, marcado por el debate interno”. Es totalmente falso. No hay ningún debate de momento que cualquiera que se atreva tan siquiera a preguntar es acusado de transodiante.
Kathleen Stock, que lo sufrió en carne propia, dice, en respuesta a la pregunta del libro: “A título personal, ni remotamente me asusta el género, entendido sin más como expresión sexual y corporal, pero sí que me asusta mucho lo que Judith Butler ha hecho con él”.
A todos nos debería asustar. Sobre todo nos debería asustar la inconsciencia, la falta de mirada crítica y el dogmatismo de sus seguidores locales.
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