El futuro de la educación no pide permiso

Lo digital, las redes, las pantallas y la inteligencia artificial pueden contribuir a generar una nueva tecnología del saber que articule lo presente (incluyendo, tal vez, lo escolar) y alcance la Pansofía

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Defender la escuela como si nada sucediera es secuestrar a la Pansofía (Imagen ilustrativa Infobae)
Defender la escuela como si nada sucediera es secuestrar a la Pansofía (Imagen ilustrativa Infobae)

Hacia 1757, el pedagogo bohemio Jan Comenius postuló la idea de que nadie debería saber más que otros, demandando igualdad frente al conocimiento de ricos y pobres, hombres y mujeres y personas con discapacidad. Se trata de la Pansofía (del griego Pan, todos, Sofía, conocimiento): todo el saber humano es para todos los seres humanos.

Para alcanzar la Pansofía, Comenius diseñó la escuela, que revolucionó la enseñanza y la masificó, mundialización del saber a punto tal que hoy, solo un puñado de países carecen de sistema educativo. Para ello, usó el nuevo el invento mecánico: la imprenta, gracias a la cual se podrían multiplicar libros escolares idénticos para que la lectura no fuese privilegio.

La escuela es una tecnología: articula elementos existentes para brindar un resultado más o menos previsible. Sus dispositivos combinados generan efectos esperados. Un dispositivo escolar es la instrucción simultánea: un docente enseña al mismo tiempo a un grupo de alumnos de igual edad, un solo contenido y con mismo grado de dificultad. Para nosotros, esto es obvio; para el siglo XVII fue un cambio fenomenal que pervive al punto tal que en muchos países cada grupo sigue llamándose “grado”. Instrucción simultánea con imprenta mecanizaron la educación.

Hoy, gracias a las escuelas, las personas tienen acceso al conocimiento como nunca antes en la historia. Que una parte mayoritaria de la población mundial esté alfabetizada era impensado tiempo atrás. El actual desarrollo científico acelerado sería impensable sin la formación básica en escuelas.

Sin embargo, no todo es bueno. Datos duros muestran, para quien quiera oír, que ir a la escuela no es garantía de aprendizaje. Y hay muchos que ni siquiera van. La Unesco reconoce que en 2015 apenas el 51% de la población mundial alcanzaba habilidades básicas de lectura en la escuela primaria. Para 2030 propuso la meta moderada de 67%, estimando que aun así 300 millones de niños seguirán careciendo de conocimientos básicos… Ya se sabe que esta modesta meta no se logrará.

El Banco Mundial asegura que la mitad de la población mundial sufre pobreza de aprendizaje: o no asiste a la escuela, o asiste y no aprende. En países en desarrollo asciende a dos de cada tres personas. Se trata de un fracaso escolar masivo, no porque los alumnos abandonan o no aprenden, o porque los maestros no enseñen bien; semejante extensión del fracaso no es atribuible a lo individual. La magnitud solo se explica por tres factores macro y complementarios: el fracaso de la política, de la pedagogía y de la capacidad de la tecnología escolar.

Los que adjudican este fracaso solo a la política reclaman más recursos y reorganizar los sistemas escolares. Esta posición es valiosa y no debe dejarse de lado, pero tiene límites: muchas sociedades que apuestan a la educación también tienen enormes problemas de aprendizajes. Incluso países desarrollados están estancados o descendiendo en las pruebas internacionales mientras crece el fracaso en sus regiones más pobres.

Quienes responsabilizan a la pedagogía, sostienen que un cambio en los métodos solucionará estos problemas, mostrando que en décadas pasadas los chicos aprendían más o apoyándose en nueva evidencia científica. Una mejora didáctica es indispensable, pero ambas explicaciones fallan, pues la eficacia de antaño se daba en sistemas escolares más pequeños y socialmente homogéneos y que no se apoyaban en evidencia científica: el crecimiento del número de alumnos y la diversidad no refutan, pero relativizan la potencia pedagógica. En esta línea están los que apuestan a “la tecnología” sin advertir que la escuela ya es una tecnología y que, no solo en educación, es muy difícil superponer tecnologías con éxito.

Liberar la Pansofía

Quienes creemos que está cerca la superación de la tecnología escolar no descartamos estas soluciones, pero reconocemos que la escuela es un instrumento para la Pansofía, no un fin en sí mismo. Así como Comenius entendió su tiempo y diseñó una tecnología para el aprendizaje masivo, también nosotros podemos entender que lo digital, las redes, las pantallas y la inteligencia artificial pueden contribuir a generar una nueva tecnología del saber que articule lo presente (incluyendo, tal vez, lo escolar) y alcance la Pansofía. Defender la escuela como si nada sucediera es secuestrar a la Pansofía, como la bruja Gothel secuestró a Rapunzel para limitar su poder. Más se defiende en bloque a la escuela, más se la condena a su deterioro.

Al futuro no le importa si queremos escuelas para siempre, así como no nos preguntó si deseábamos que una computadora reemplace a un diario de papel, una aplicación concierte una cita romántica, una plataforma admita asistir una serie en el subte o el streaming permita conversar reduciendo el espacio físico. La ingenuidad es aliada del fracaso escolar masivo.

El futuro de no pide permiso. Soy docente, por lo que no soy fanático de la desescolarización. Pero entiendo que retornar al pasado, meter tecnología sobre tecnología o maquillar la instrucción simultánea para hacerla cool están reprimiendo lo fundamental: que todos sepan todo. Hay que liberar la Pansofía, no encerrarla en la torre.

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