La agonía de la esperanza

Vivimos un momento difícil porque el Gobierno está políticamente extraviado y la oposición, demasiado fracturada como para convertirse en alternativa

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Simpatizantes de Javier Milei frente el Congreso de la Nación
Simpatizantes de Javier Milei frente el Congreso de la Nación

Todo esfuerzo implica una expectativa de mejor mañana o de mejor presente.

El gobierno anterior estaba agotado y, en alguna medida, se había transformado en una enorme burocracia que confrontaba con el resto de la sociedad. La opción “Milei” significó para muchos la apuesta a lo distinto, la búsqueda de la alternativa, salir de algo que una parte de la ciudadanía -30%, que gracias a los votos de Juntos por el Cambio se transformaría en un 56% en la segunda vuelta- veía gastado o decadente, y favorecer el arribo de un gobierno que les permitiera confiar en un cambio susceptible de dejar atrás el tan mentado populismo, culpable, a su entender, de todos sus males, incluido el brutal shock inflacionario generado a partir del 10 de diciembre.

En cierto modo, se encuentra en Milei una cantidad de síntomas de gran espectacularidad: apariencia de rock star, presentaciones de corte stand up, transgresión desde la gestualidad ampulosa hasta el uso manifiesto de la grosería, la injuria, la vulgaridad, las analogías escatológicas -particularmente en un estudiado y fructífero uso de las redes sociales- defensa de la violencia mediante la ostentación de una motosierra, e incitación al odio hacia el empleado y el agente estatal (docentes, investigadores, científicos, médicos, enfermeros, etc.) a quienes él, sus seguidores y la prensa complaciente hacen responsables del mal uso de los dineros públicos (el célebre “con la tuya”, “con la nuestra”) y al goce cruel de su desaparición mediante despidos, cierres de entidades, recortes a las universidades, pero con pequeño o nulo peso en la vida de sus votantes. Muchos de ellos son jóvenes nacidos y criados en democracia que ignoran todo de pasados y nefastos gobiernos liberales, y los demás están representados por una gran parte de las clases medias y populares que oscilan entre el desconocimiento de esos principios y una difusa adhesión a ellos. Todos votaron casi exclusivamente en contra del kirchnerismo.

Con esos y otros curiosos rasgos, sumados a un extraño mesianismo judeo-cristiano, Milei pretende iluminar a Occidente con su propuesta individual anti estatista. Nos recuerda, sin duda, a la última dictadura que en su demencia asesina estaba convencida de ser la reserva moral de la civilización occidental y cristiana. Esta espectacularidad y esta pretensión de protagonismo se oponen claramente a la profundidad del pensamiento y no son más que una marca de superficialidad, liviandad e ignorancia, atractivas también, lamentablemente.

Es llamativo que una sociedad que no logra resolver con sentido común sus conflictos termine cada tanto ofreciendo al mundo soluciones que no tiene ni logra aplicar en su país. Quizá, la política internacional sea el ámbito más sensible en el cual advertimos un nivel de conflictividad que nada tiene que ver con las necesidades y urgencias de nuestra sociedad.

El retorno a la idea de las importaciones para abaratar nuestros precios nos deja el sabor amargo de la desprotección del trabajo de nuestra gente. No hay en el mundo país que no proteja su producción y en rigor no lo haga al servicio de su fuerza laboral, del lugar que ocupa o pretende ocupar en el mundo.

Vivimos un momento difícil porque el Gobierno está políticamente extraviado y la oposición demasiado fracturada como para convertirse en alternativa. El empobrecimiento, el endeudamiento y la extranjerización son los elementos centrales de este proceso cuya salida, rebote o “brote verde” no funciona siquiera como ilusión óptica.

Si bien es cierto que las estructuras gremiales están desgastadas y cuestionadas, no por ello carecen del sentido del momento oportuno ni de la fuerza necesaria como para convertirse en un elemento de confrontación. La frase “hay que darle tiempo al Gobierno” duele en boca de gente que lo único que tiene es esa virtud cronológica y que, aunque advierte lentamente cómo se le va agotando, guarda un silencio cómplice o agrede sin argumentos. Sin embargo, el gobierno de Milei desnuda la capacidad de los argentinos de hacer un esfuerzo patriótico, también la impotencia de la dirigencia de convertir ese esfuerzo en un rumbo coherente que mejore a la totalidad de la sociedad y no se convierta tan sólo en un instrumento al servicio de los inversores. Es extraño que una sociedad necesitada de recuperar su destino colectivo termine generando únicamente propuestas de enriquecimiento individual o empresarial.

No hay que ser trágico ni pesimista para asumir que el gobierno de Milei ha fracasado. Estamos ante un nuevo intento liberal alentado por el eterno objetivo de vender nuestros recursos naturales, concentrar la economía en pocas manos y empobrecer al resto de la sociedad, que es cada vez mayor.

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