El despertar distópico y la interseccionalidad woke

En lugar de buscar construir puentes, estas corrientes impulsan un enfoque antagónico “nosotros vs. ellos”

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Protesta en el campus universitario
Protesta en el campus universitario de la Universidad Libre de Berlín, Alemania

El término “woke” (despierto), utilizado en los ´40 para describir la conciencia social sobre la opresión racial, devino en etiqueta para quienes están conscientes de las injusticias sociales y buscan abordarlas activamente desde la cultura y la política. Posteriormente, la teoría de la interseccionalidad originada en el feminismo de los ´80 y ‘90, surgió para ampliar el abordaje exclusivo de las experiencias de mujeres blancas de clase media desatendiendo a las mujeres negras que experimentaban formas de opresión que no pueden entenderse bajo el prisma del feminismo blanco.

Ambos movimientos, woke e interseccionalidad, se han entrelazado y fueron adoptados por las narrativas de diversos movimientos sociales contemporáneos y en el discurso político, presentando un activo frente público y en las burocracias académicas, para la lucha por la justicia social, la igualdad y contra la opresión en diversas comunidades y contextos.

Sin embargo, también han suscitado preocupaciones significativas dadas las consecuencias de su frecuente radicalización inhibiendo el diálogo abierto, adulterando información y realidades, promoviendo la polarización y socavando la búsqueda de soluciones efectivas a los problemas sociales. En lugar de buscar construir puentes, estas corrientes impulsan un enfoque antagónico “nosotros vs. ellos”, constituyéndose según Jonathan Haidt, en una moderna mentalidad tribal de las democracias occidentales, debido a la priorización de la categoría identitaria sobre la individualidad, percibiendo al otro como enemigo y alimentando un ciclo vicioso de prejuicios, conflictos y resentimientos, obstaculizando el conocimiento y los valores de las democracias funcionales.

El abordaje de la interseccionalidad woke a diferentes formas de opresión omite las experiencias únicas y multifacéticas de las personas, perpetuando así estereotipos y reduciendo la complejidad de las identidades individuales a una serie de categorías identitarias predefinidas tales como negro/blanco, mujer/hombre o LGBTQ+/heterosexual. Simplemente suman opresiones y dan por sentado de forma hiper-reduccionista y sin evidencia, una misma forma de afección para todas las personas pertenecientes a aquellas categorías, donde se es oprimido u opresor por lo que se es y no por lo que se hace. Todo lo cual conduce a una realidad simplista y distorsionada promoviendo la intolerancia hacia la diversidad de opiniones, especialmente aquellas que desafían sus propias narrativas dominantes. Tal como demuestra Greg Lukianoff, este fenómeno conocido como “cancelación” resulta en la supresión y desacreditación de toda forma de disidencia u opiniones divergentes, pensamiento crítico y libertad de expresión, alienando a quienes no comparten sus perspectivas, bajo la excusa de considerarlo “ofensivo” o “contrario a la justicia social”, consolidando un control autoritario. Y como señala John McWhorter, paralizando las libertades civiles y el intercambio abierto de ideas, no sólo limitando la capacidad social para abordar y resolver problemas complejos de justicia social, sino agravándolos.

En términos pragmáticos, si bien estas corrientes pudieron proporcionar un marco para analizar las estructuras de poder y las desigualdades sociales, devinieron en sus obstaculizadores debido a su dogmática dicotomía social y reducción de la complejidad humana más la intolerancia hacia la diversidad de opiniones minando los propios ideales que pretendieron promover.

Este activismo se ha reflejado también en el moldeamiento del discurso y las políticas públicas, transformando cuestiones sociales en temas de confrontación ideológica. El moldeamiento interseccionista woke, como estrategia psicológica para aumentar la frecuencia de una conducta o establecer otras aún inexistentes, ha promovido una visión binaria y antagónica del mundo clasificando a los individuos como opresores u oprimidos en función de su categoría identitaria, convirtiendo características como etnia, género y sexualidad en armas políticas dificultando la cooperación entre diferentes sectores de la sociedad y perpetuando estereotipos negativos sobre grupos específicos, intensificando las tensiones sociales.

La incongruencia de estos movimientos, producto de una selectiva aplicación de sus principios a ciertas causas políticas o ideológicas por sobre otras y fundamentalmente por sobre los derechos humanos, socava su integridad moral y minan su credibilidad. Más, dicha selectividad instrumental ha llevado a sus activistas a justificar y legitimar organizaciones terroristas, regímenes totalitarios, represivos y teocráticos que cercenan derechos civiles y políticos, perpetran crímenes de lesa humanidad y violan los DDHH de aquellos mismos que dichas corrientes deberían defender.

Esta narrativa de opresión y resistencia de la interseccionalidad woke, distorsionando y manipulando conceptos e información bajo una retórica de la victimización que justifica agendas políticas extremistas, pero retratándolas como luchadores por la liberación de grupos oprimidos y defensores de la justicia social, también es aplicada al conflicto palestino-israelí. El primero caracterizado como víctima, un pueblo oprimido y desposeído, romantizando su gobierno en manos de organizaciones terroristas como Hamás, mientras que Israel es caracterizado como victimario, Estado opresor y colonialista, demonizándolo, incluyendo su plena democracia, única en la región. Luego, toda crítica al terrorismo y sus crímenes de lesa humanidad contra Israel, judíos o cualquier víctima relacionada, es censurada o etiquetada como islamofobia o anti-palestina, cumpliendo así con la supresión de la disidencia incluso dentro de sus propios espacios considerados “seguros” para las minorías oprimidas.

Dicho criterio fue aplicado por algunas organizaciones internacionales y personalidades, paradójicamente defensoras de los DDHH, al haber invisibilizado, negado o bien justificado los asesinatos, las mujeres violadas, los bebes cremados en hornos de microondas o decapitados con palas más los rehenes civiles secuestrados por la invasión de Hamás al territorio israelí, el 7 de octubre de 2023. Todo ello considerándolo consecuencia natural de una supuesta opresión del pueblo palestino por otro supuesto y más cruel imperialismo sionista opresor.

Este silenciamiento y eliminación de toda disidencia también es aplicada internamente tal como el caso de Kathleen Stock, cancelada debido a sus opiniones sobre la identidad de género, contrarias a la predominante, a pesar de ser una defensora de los derechos LGBTQ+; y Bret Weinstein, defendiendo la libertad de expresión, fue objeto de amenazas, acoso y ostracismo después de expresar objeciones a un evento universitario llamado “Día sin Blancos”.

Esta lógica interseccionista woke promueve la solidaridad global entre supuestos grupos oprimidos en todo el mundo, y por ello en el conflicto palestino-israelí, se llama a la solidaridad con Palestina como parte de una lucha más amplia contra un igualmente supuesto colonialismo, racismo y la ocupación. Tal como demuestra David Hirsh, ciertos sectores de la izquierda política han adoptado estos movimientos compartiendo la exacerbación de viejos tropos antisemitas para criticar a Israel. Desde ya, incluyendo campañas de boicot, desinversión y sanciones dirigidas contra Israel como forma de presión política, y las recientes tomas de las más elitistas universidades estadounidenses a manos de violentas turbas estudiantiles interseccionsitas woke, perpetrando graves episodios antisemitas contra alumnos y profesores judíos. Dichos estudiantes-activistas por la diversidad, igualdad e inclusión, pertenecientes a algunas de las más exclusivas universidades del mundo, no habiendo promovido ningún sistema para el acceso de quienes no pueden pagarlas, llamaron públicamente a matar sionistas o judíos coreando frases en favor del terrorismo islámico, bajo la justificación que matar a alguien en ciertos escenarios es necesario y mejor para el mundo en general, ejemplificándolo con Hitler.

Todo ello apoyado por acción u omisión desde algunas autoridades universitarias, convencidas que Israel y los judíos son opresores “blancos” a los que hay que resistir, permitiéndose el antisemitismo. Tal como las presidentes de las Universidades de Harvard, Pensilvania y el MIT, Claudine Gay, Liz Magill y Sally Kornbluth, quienes testificaron que el llamamiento a cometer genocidio contra los judíos más su glorificación, proliferado por estos estudiantes-activistas en los campus, no viola el código de conducta y no es acoso antisemita, sino únicamente en la medida que sea implementado. Magill renunció y Gay fue forzada a dimitir, no porque permitió el antisemitismo sino por plagio en sus investigaciones.

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