“Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró
- Sesenta pendones llevan detrás el Campeador
- Todos salían a verle, niño, mujer y varón, a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó. ¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor! Y de los labios de todos sale la misma razón:
¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor! (Cantar del Mío Cid)
Todo bien, no es bueno poner palos en la rueda. No conviene ni ayuda en nada ningún desborde, de cualquier tipo y forma. Desde la oposición, pero mucho menos desde el gobierno.
Y, vale recordar aquel cantar de 1197 aproximadamente, al definir que lo importante “es que hubiese buen señor”. Hoy, la bondad (su paciencia, su no desborde, su tolerancia) de los pueblos se mide en función de las buenas aptitudes de los gobiernos.
Entonces habrá bondad popular en la medida que no existan políticas públicas abusivas para la organización económica de las familias, medidas contrarias y nada tranquilizantes para los futuros laborales de miles de compatriotas y absolutamente faltas de respeto a la calidad de vida de los argentinos.
Y todo eso está pasando.
Hasta ahora, el gobierno no ha mostrado humanidad, valor escaso en la vida política pero necesario en los gobiernos, y en virtud de esa carencia no se puede pretender contraprestaciones bondadosas de parte de quienes se sienten víctimas de un inmenso atropello oficial que pone en riesgo valores, consensos y acuerdos democráticos, económicos, sociales y laborales trabajosamente conseguidos durante años de prácticas políticas. Buenas y malas, pero en un marco adecuado de funcionamiento institucional y con valoración a la Constitución.
Hoy poco de eso existe. No hay buen señor. Difícil encontrar buenos vasallos.
Aunque algunos se esfuerzan en parecerlo. Los de LLA con la lógica de ser propios, y los ajenos, con tesón, convicción un poco fingida y bastante síndrome de Estocolmo, sobre todo los peronistas que rápidamente ocuparon funciones de alto nivel en un gobierno cuyo presidente se vanagloria de gritar a los mil vientos que “la justicia social es la estafa más grande de la historia argentina” y que la frase de Evita “donde hay una necesidad surge un derecho” es la causa de todos los males económicos del país.
Pero bueno, allí fueron, a embajadas, secretarías de Estado, cumplen el mito viboreante del cambio de piel y el andar en zigzagueo.
Tampoco pueden ser buenos vasallos. Pues carecen de buen señor.
Entonces deben soportar, en silencio y seguramente con la cara roja en su intimidad, los aumentos de combustibles, que no es una mercancía cualquiera pues tienen que ver con la productividad de un país, el transporte cotidiano de sus ciudadanos y la puesta en valor de bienes, servicios, comercio etc. Dejarlo a la libertad de mercado es un pecado ideologista y una cruel forma de entender la economía.
O ver como las prepagas, aunque ahora el gobierno pretende desandar su camino de liberarles precios, afilan dientes y uñas para quedarse con la torta de los subsistemas de salud. Dejarles la fijación de precios sin presencia estatal alguna es alentar una carrera especulativa sobre un derecho como la salud poblacional y eso provocará una fuerte caída en la atención sanitaria de millones de personas. El que no pueda pagar, no se atenderá y como los Hospitales colmarán su atención, la situación es pavorosa de imaginar.
O soportar que millones de argentinos formen parte del lado oscuro del ajuste. De los ajustados, licuados y moto serrados donde se encuentran jubilados, empleados públicos, pymes.
Deberán, estos vasallos carentes de señorío, explicar alguna vez como fueron parte del atropello al Parlamento, a la Constitución, como habiendo nacido, algunos, en un mundo político de “justicia social” y otros en el “republicanismo liberal en serio” terminan jugando para el congelamiento salarial, la liquidación de empresas públicas que son valorables como activo estratégico para el interés nacional y hoy, este gobierno y sus vasallos, le ponen precio de mercado sin tomar en cuenta la importancia que en el rango de la producción, la ciencia y la tecnología poseen. Repiten modelos de derrumbe social como en los 90, con descalabro espiritual y cultural y miles de trabajadores perdiendo el sustento.
Nada de esto se toma en cuenta. Y junto a estas y muchas más decisiones que desorganizan la economía nacional, también se incuba desde lo político y cultural una revolución conservadora asentada históricamente y filosóficamente ¡en ciento cuarenta años atrás!
Y este “volver a empezar” no es el de Alejandro Lerner que al menos pedía “Que no se apague el fuego”. Esto es retroceder, regresar al mundo pre derechos laborales, pre tecnología, pre ecología.
Es el mundo mágico animista de fuerzas celestiales, de religiosidades mesiánicas ultraconservadoras, de infantilismos gestuales y chillidos vivando libertades que se van perdiendo.
Es jugar a ser Peter Pan.
Pero nuestro país no está para juegos.
Hay una ideología que manda. El anarco capitalismo, el liberalismo libertario. Ideas perdidas en el tiempo de un tal Murray Rothbard, pensador proveniente del marxismo al que le costó poco pasar a transitar las usinas más purulentas del mal entendido liberalismo extremo y ser hoy el prócer extranjero del presidente.
Y como bien sabemos, las ideologías no administran cualitativamente ningún país. Eso lo hace la política. Los acuerdos. El respeto y la institucionalidad.