La macabra realidad detrás de la guerra por la universidad pública

En medio de ajustes al gasto público, emerge una discusión crucial sobre el futuro de la educación superior. La necesidad de reformas se enfrenta a la resistencia y a desafíos estructurales, revelando un complejo panorama que involucra a todos los sectores de la sociedad

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La protesta contra los recortes
La protesta contra los recortes al presupuesto de las universidades públicas del presidente Javier Milei en Buenos Aires

Estas últimas semanas entró en el centro del debate ese gran tabú del que todos tienen miedo de hablar. Intocable, la universidad pública ha sido por décadas el símbolo de la impunidad escondida detrás de la “gratuidad” y los “derechos ganados”.

La educación superior es fundamental y, en un momento de ajuste del gasto público, es muy importante aclarar que, al hablar de educación tenemos que referirnos a inversión y no a gasto, siendo que es lo que asegura el futuro de las generaciones que harán crecer el país. Por eso, es impostergable que entendamos cuánto se gasta y en qué, para que esos recursos lleguen de la mejor manera, a todos los estudiantes.

Habiendo aclarado eso, hay que decir que son evidentes los enormes problemas que envuelven a muchas de las universidades nacionales pero, por alguna razón, la cúpula universitaria se niega a debatir y solucionarlos, quizás por ese miedo de perderlo todo aceptando culpas frente a un gobierno que aparece para desmantelar todos los “kioscos” de la política.

Detrás del debate, una realidad macabra: hoy, el 50,9% de los chicos viven debajo del nivel de pobreza y de ese 50,9%, alrededor del 70% no alcanza los niveles satisfactorios de Lengua y Matemática. En estas condiciones, pocos de ellos podrán ir a la universidad a pesar de la gratuidad y el ingreso irrestricto. Y no es solamente la brecha académica la que los aleja de la universidad. La vida universitaria misma los expulsa. Si bien hay cada vez más universidades en todo el país, son muchos los que tienen que mudarse a ciudades grandes para poder asistir a una universidad. En un contexto de pobreza como el que tenemos, cabe preguntarse, ¿quiénes son realmente los que acceden a las universidades públicas?

El sistema igualador que nos quisieron vender por años genera cada día más desigualdad y somos muy tercos para verlo. Los impuestos de todas las clases sociales, incluidos los trabajadores de clases más bajas, son los que pagan el privilegio de algunos de pasar muchos años estudiando, a veces varias carreras, de forma “gratuita” a costa de todos.

Los estudiantes marcharon hacia el
Los estudiantes marcharon hacia el Congreso en demanda de más fondos para las universidades públicas

La naturalización de la lucha de los centros de estudiantes dentro de las universidades, esconde también la dura realidad de que estamos gastando la plata en militancia mientras podríamos estar invirtiendo en una educación de mayor calidad en los niveles iniciales, para cambiar la realidad de aquellos chicos que viven en la calle y que hoy difícilmente ven en su horizonte la universidad.

Es momento de dar seriedad a este debate, tanto del lado de las universidades como del Gobierno. Porque en el medio queda siempre el presente y futuro de muchos. Y todos tenemos que tener responsabilidad. El acceso no arancelado a la universidad no está en tela de juicio, pero sí la responsabilidad de aquellos que acceden a ella y, más aún, de aquellos que viven de ella.

Aún estando de acuerdo con este modelo en el que solo algunos terminan accediendo a la educación universitaria, si queremos tener una educación gratuita, pública, universal, esta tendría que ser mejor. Porque sabemos de la cantidad de excelentes docentes que tienen que trabajar ad honorem en muchas universidades y vemos las condiciones deplorables de muchos edificios en los que los estudiantes tienen que pasar miles de horas con frío, calor y hasta sentados en el piso.

Nos hemos quedado muy cómodos observando la destrucción de todos los niveles de nuestro sistema educativo. Se romantizó inclusive la idea de que se te caiga la pared encima en la universidad como símbolo de el “curtirse” y no de lo que realmente es: corrupción.

Lo que me pregunto en este momento de tanta incertidumbre, tanto grito, tanto fundamentalismo es: ¿Cómo estamos dejando afuera en pleno debate por la universidad pública a todos aquellos que sabemos que jamás podrán acceder a ella? ¿Cómo es que los mismos alumnos a los que se les caen los techos encima no salen a preguntar a dónde va la plata presupuestada para su universidad?

A lo largo y ancho
A lo largo y ancho de todo el país hubo marchas universitarias

Tenemos, por un lado, un gobierno que quiere cambiar las cosas pero que, en su guerra contra la “casta”, no está informando debidamente qué es lo que está pasando con los fondos de las universidades. Se habla mucho de la falta de transparencia, que es real, pero se está evadiendo una explicación necesaria acerca de las auditorías: ¿Cuál es el problema con las auditorías? ¿Se están realizando? ¿Deberíamos plantearnos un nuevo esquema de auditorías o qué es lo que está pasando que ni el mismo gobierno tiene información?

Por otro lado, los actores políticos cuyos intereses corren riesgo están secuestrando emocionalmente a aquellos que temen por su universidad y, nada más y nada menos, que su carrera, su futuro. Vi en estas semanas facultades con las luces apagadas y jóvenes cursando literalmente en la calle, sentados en el piso de la vereda, no por necesidad sino por una muestra de lo que puede pasar si avanza “el enemigo”, el gobierno. Debería darles vergüenza.

El debate en torno a nuestras universidades era una discusión que como sociedad, hace rato nos debíamos. Lamentablemente, el oportunismo político de ambas partes lo han socavado al punto de perder la discusión inicial de fondo. Sea como sea, es hora de que ambas partes rindan cuentas. La educación pública es un tema transversal a toda la sociedad y, como tal, es imperante que sepamos a ciencia cierta qué es lo que está pasando con ella.

Seamos serios y debatamos los problemas de fondo de nuestro tan destruido sistema educativo. Sin tabúes, sin banderas, por nuestros estudiantes del presente y del futuro.

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