¿Qué relación guardan entre sí la psicopatía y la política? ¿Es el tipo de relación que mantiene la psicopatía con cualquier otra actividad, o es cuantitativa y cualitativamente distinta? ¿Qué relación debe existir entre la política, los liderazgos y la prevención de abusos o excesos de poder? Se trata de un tema complejo y controvertido, y su abordaje se ha dado y se da desde distintas disciplinas, como la psicología, la ciencia política, la neurología y la sociología. Lo que aquí se propone es hacer un breve, sin duda inicial, planteo al respecto.
Tengamos presente que la mayoría de las personas nos encontramos en algún punto ubicado en el continuo entre el altruismo y la psicopatía, no en los extremos. Somos, como señala Steve Taylor, “una combinación de bondad y maldad, capaces tanto de ser egoístas como de comportarnos de forma altruista. Nuestro comportamiento puede fluctuar según el día, según nuestro estado de ánimo, según la situación. En los momentos en los que estamos más conectados sentimos empatía y compasión, y actuamos de forma desinteresada. En cambio, en nuestros momentos de mayor desconexión nos dominan nuestros propios deseos y necesidades, y actuamos de manera egoísta y cruel”[1]. En consecuencia, el estudio de los rasgos de personalidad, al formar parte de un continuo en el que se pueden identificar rasgos patológicos y sanos del sujeto, debe hacerse de forma integrada.
Esto hace posible establecer correlaciones entre distintos tipos de actividad (en nuestro caso, la política y quienes la ejercen) y distintos rasgos o tipos de personalidad, de modo de poder considerar si hay rasgos de personalidad (positivos o negativos) que devienen en sistémicos o funcionales (“nichos” ocupacionales o “rasgos sistémicos”). Es la Psicología Política la disciplina que se ocupa de estudiar la relación entre los fenómenos políticos y los fenómenos psicológicos, como personalidad del sujeto político, estructura de personalidad, impacto de la propaganda política, redes sociales, actitudes electorales, etc.
Psicopatía y poder
De todas las relaciones posibles entre fenómenos políticos y fenómenos psicológicos, la que vincula psicopatía, poder y liderazgo destaca entre las más interesantes. Definimos “poder” como la capacidad de una persona o grupo para influir, controlar o dirigir las decisiones y resultados de otras personas o grupos en una determinada situación o contexto. Y entonces nos preguntamos: ¿por qué algunas personas con atributos del trastorno de personalidad psicopática tienen preferencia por la política? Puede ser por la necesidad de poder y control, sumado a una carencia de empatía y a la capacidad de manipulación (“…toda canallada se basa en esto, en querer ser el Otro, me refiero al Otro con mayúscula, de alguien, allí donde se dibujan las figuras que captarán su deseo”, enseña Jacques Lacán en el Reverso del Psicoanálisis[2]). Sin olvidar ciertos rasgos asociados, como el carisma, que suelen ser percibidos como cualidades deseables en un líder. Se trata de los argumentos más frecuentes que dan respuesta a la pregunta. Algunos de los lugares o profesiones donde las personas con rasgos psicopáticos buscan alcanzar puestos de poder y liderazgo abarcan el mundo empresarial, de los negocios y la política.
Como precaución, señalemos que no es posible generalizar y afirmar que todos o la gran mayoría de los políticos tienen prevalencia de rasgos o trastornos psicopáticos, ya que la política es un ámbito amplio y diverso que incluye a personas con una variedad de rasgos, características y motivaciones, muchas veces altruistas. Al respecto, recordemos cuando el neurocientífico y diputado nacional Facundo Manes señaló en un reportaje con María Laura Santillán, en noviembre de 2021, tal vez en el mejor momento de su carrera política: “En los últimos meses vi más psicópatas que en toda mi vida…”.[3]
La pregunta que se impone, entonces, es: ¿la política es una actividad donde hay una prevalencia de determinados rasgos de la personalidad de aquellos que la ejercen? ¿Hay más presencia de rasgos de la Triada Oscura de la personalidad –psicopatía, maquiavelismo, narcisismo- que en otras actividades? La respuesta es sí. Distintos autores (Taylor, S. –ob.cit-, S., Piñuel, I., Dutton, K., Hare, R., entre otros)[4] han llegado a la conclusión de que hay una mayor proporción de psicópatas en la política que en la población general (como así también en las poblaciones carcelarias y el mundo empresarial).
La Triada Oscura es una teoría psicológica de la personalidad publicada por primera vez por Delroy Paulhus y Kevin Williams en 2002[5], que describe tres rasgos de personalidad asociados con la psicopatía: el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía. Atributos que se estructuran en un estilo interpersonal caracterizado por la insensibilidad y la manipulación. El narcisismo se caracteriza por la grandiosidad, el orgullo y el egoísmo; el maquiavelismo por la manipulación, explotación de los demás, ausencia de moralidad y mayor nivel de interés propio; y, finalmente, en la psicopatía destaca un comportamiento insensible, impulsividad y ausencia de culpa y falta de responsabilidad: “…un canalla que siempre encuentra justificaciones para sus actos sin culpa ni responsabilidad alguna, puede ser perfectamente compatible con la normalidad social y política...”.[6]
Ahora, es importante comprender la distinción entre tener diagnóstico de psicopatía o presentar rasgos psicopáticos. Saber diferenciarlos permitirá una mejor comprensión de cómo tales aspectos influyen en el comportamiento y las interacciones sociales. Así, mientras que la psicopatía se refiere a un trastorno de personalidad caracterizado por comportamientos antisociales, falta de empatía y manipulación, los rasgos psicopáticos son rasgos de personalidad menos pronunciados que pueden presentarse sin llegar a cumplir con los criterios diagnósticos psicopatológicos, como un trastorno.
Los psicópatas –o canallas, al decir de Lacan- son personas “desconectadas” (con imposibilidad de establecer una conexión emocional y psicológica con los demás, de ser empáticos) y con un fuerte impulso de acumular poder y riqueza. Sus principales rasgos son la falta de empatía, la manipulación, la mitomanía, el narcisismo, el considerar al otro como un medio para obtener sus objetivos, el carecer de sentimiento de culpa, entre otros. Tienen ese impulso porque sienten que les falta algo, se sienten incompletos. De ahí nace su intenso deseo de tener cosas, de sumar cosas. Es por eso que muchas personas “desconectadas” sienten un gran impulso de ejercer poder, con frecuencia el poder político, pero también en cualquier organización con una jerarquía, donde detenten alguna forma de ascendencia sobre otros.
¿Una sociedad que alienta los rasgos psicopáticos?
Escribe Freud (quien ubicaría a la psicopatía en el rango de la perversión, por la transgresión y la desubjetivación) sobre el origen o etiología de la maldad humana: “…La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura…”[7]. Ese conflicto, hoy, se plantea en un mundo que, mayor y lamentablemente, favorece el desarrollo de todo un narcisismo social. Ya desde pequeños, en los niños se fomenta la necesidad de éxito, de apariencia y de notoriedad social, cuanto más “likes” obtengo, más “soy”. En una sociedad así se conduce a la rivalidad, la competitividad, la envidia y el resentimiento.
Se tiende a naturalizar un tipo de sociedad en la que pareciera que el “todo vale” gana espacio y en la que sólo lo propio importa, en un escenario generalizado de crisis de la representación política donde, a modo de ejemplo, está aceptado y no se castigan ni el comportamiento camaleónico, como el salto de un partido o “convicción” política a otra sin ponerse colorado ante la manifiesta contradicción ideológica, ni el mimetismo de actuar “como si fuera”, sin serlo. “…El superyó posmoderno ordena gozar: de sí mismo, del objeto técnico, de la autoayuda, el deporte, el trabajo sin fin, de la imagen como mercancía, de la política como espectáculo…”, apunta Jorge Alemán[8]. Para un escenario establecido en esas coordenadas, la personalidad psicopática resulta ser la más adaptativa.
Si fomentamos, o consentimos, y no educamos a una sociedad en constante y vertiginoso cambio, que promueve el hedonismo y el egoísmo, en la que se dificultan sensiblemente las relaciones sociales, las personas se sentirán cada vez más solas, más aisladas, más indiferentes hacia los demás. Todas estas, y algunas más, son las características más sobresalientes de la psicopatía. Desde esta perspectiva, la psicopatía no puede recluirse solo en el reino de la genética, de la influencia del entorno, ni de la criminalidad exclusivamente. Podría pensarse que el proceso de acentuación del individualismo que están sufriendo las sociedades en el siglo XXI es funcional al desarrollo y la promoción de la psicopatía –la canallada- como forma de ser y de estar en el mundo. Una psicopatía que halla en las estructuras sociales predominantes el ámbito propicio para desplegarse.
Psicoeducación y prevención
En otro orden, pero relacionado íntimamente, la psicología debate hace muchos años si el trastorno de personalidad psicopático es reversible o curable (para los que creen que es una enfermedad y no estructura de personalidad). Mayoritariamente se sostiene que no es reversible. Sin embargo, Steve Taylor sostiene que sí lo es, aclarando que “en la práctica, las personas hiperdesconectadas (psicópatas) rara vez aceptan o asumen que haya algo malo o equivocado en su personalidad. Su propia estructura psíquica los convence de que son superiores en relación al resto, y consecuentemente de la imposibilidad de equivocarse. En contadas ocasiones aceptan la necesidad de someterse a una terapia para revertir su trastorno. Esa falta de voluntad hace que el trastorno de personalidad psicopático sea, muchas veces, irreversible”.
Nos preguntamos entonces qué se puede hacer ante la presencia de un sujeto político con estas características. ¿Es atemperable, previsible, evitable de algún modo el accionar psicopático y sus consecuencias? Sí ¿De qué manera? En primer lugar, instando (y la educación formal es el camino) a una sociedad más humanista, empática, donde el dolor del otro no sea indiferente. Y, además, visibilizando la psicopatía con sus patrones y modos de actuar característicos, principalmente con la psicoeducación en la escuela, medios, familias, trabajo, parejas, justicia, etc. El psicópata, o asumirá su necesidad de tratarse o, en su defecto, tendrá menos sujetos “complementarios” para cazar, diría Hugo Marietán[9] (ya estarán educados, advertidos), sean estos una sociedad pasiva (sociedad “tonta”, como máxima alienación que facilita el accionar del “canalla que sabe de su tontería”)[10], parejas, ciudadanos, electores, trabajadores, pacientes, etc. Tendrán menos campo de actuación.
Detrás de los discursos y las pantallas, los políticos poseen sus propios rasgos de personalidad que indefectiblemente influirán en la toma de decisiones y en el destino de quienes resultan involucrados en sus decisiones. Conocer estas características permite analizar críticamente otros aspectos del liderazgo y sus implicaciones en la sociedad en la que estamos inmersos y, consecuentemente, en el plano político poder distinguirlos, dentro de una sociedad activa, con consciencia crítica.
En definitiva, la mente detrás de quien ejerce el poder es más importante que el cargo que lo legitima y se lo permite. Por eso, y dado que no sería realista pretender curar a todos los sujetos sin empatía, se debe proteger a la sociedad de los mismos, intentando restringir su acceso al poder y limitar su influencia. El deber ser que se impone es que los lugares de poder no sean para ellos la vía reggia de su psicopatía y que, por el contrario, sean más atrayentes para las personas con rasgos empáticos y altruistas. En definitiva, el objetivo de la sociedad democrática es que el vínculo de la Política y la Psicología sea con mayúsculas, con menos líderes psicópatas y narcisistas y más líderes éticos y altruistas.
[1] Taylor, S. (Des) Conectados. Ediciones La Llave. Barcelona. 2023. Pág.19.
[2] Lacan, J. El reverso del psicoanálisis. Ed. Paidós. Buenos. Aires. 2021. Pág. 64.
[3] Santillán, M. y Manes, F. “En los últimos meses vi más psicópatas que en toda mi vida”. Infobae. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=GQcmr1nvoh4. A partir minuto 23 y ss.
[4] Piñuel I. Mi jefe es un Psicópata. Ed. La esfera de los libros. Madrid. 2021. Pág. 72.
Dutton, K. La sabiduría de los Psicópatas. Ed. Ariel. Buenos Aires. Pág. 128.
[5] Paulhus, D. L., & Williams, K. M. (2002). The dark triad of personality: Narcissism, Machiavellianism, and psychopathy. Journal of research in personality.
[6] Mollo, J.P. La canallada y los canallas de nuestro tiempo. Recuperado de https://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/003/template.php?file=arts/variaciones/mollo.html
[7] Levato M. (2022). Conceptos fundamentales en la obra de Sigmund Freud. Buenos Aires. Letra Viva, pág. 153.
[8] Alemán, J. Poder y política en Freud. Página 12, Rosario 12. Publicación del 22-02-2007.
[9] Marietán, H. Mujeres ancladas en psicópatas. Editorial Ananké. Buenos Aires. 2011.
[10] Sinatra, E. ¿Qué es un canalla? Recuperado de https://deinconscientes.com/que-es-un-canalla-ernesto-sinatra/