La Inteligencia Artificial (IA) es un tema fascinante. Técnicamente, es una rama de la Informática que busca realizar tareas de la misma forma que lo realizaría un ser humano: llegar al mismo resultado, pero no necesariamente con el mismo procedimiento. Busca establecer procesos que tienen que ver con la cognición, con la forma en la que nosotros razonamos, para llegar al mismo resultado.
Hablamos de algo simple como un robot realizando una tarea repetitiva, o de un sistema complejo capaz de buscar datos, analizarlos, aprender de ellos y tomar decisiones sin ninguna intervención de un ser humano. Además, hay que tener en cuenta que la IA ya está presente en muchos aspectos de nuestra vida, como el reconocimiento facial y de voz de nuestros celulares.
En los últimos años emergió como una herramienta transformadora en lo diario, se hizo masiva, de uso público, y está al alcance de todos desencadenando una revolución en la forma en que realizamos tareas y abordamos problemas. Sin dudas, está cambiando al mundo y el trabajo no es una excepción. Pero, ¿es realmente una amenaza o una oportunidad para los humanos?
Hay que tener en cuenta que la IA es un campo en constante evolución, y que nuevas categorías y enfoques se están desarrollando continuamente. Existen dos tipos principales de IA: la débil y la fuerte. La primera se centra en crear máquinas que puedan realizar tareas específicas, como jugar al ajedrez o traducir idiomas. La fuerte busca máquinas con una inteligencia general similar a la humana, capaces de comprender y realizar cualquier tarea cognitiva.
Hoy tenemos modelos de IA llamados “generativos”, como ChatGPT y Gemini, que son capaces de aprender de grandes volúmenes de datos que encuentran en Internet, imposibles de procesar para un ser humano. También pueden comunicarse de una manera natural con los humanos. Son de libre acceso y pueden ayudar a tomar mejores decisiones en áreas complejas como medicina, marketing, finanzas y conducción autónoma, entre otras que necesiten analizar grandes volúmenes de datos de internet o de procesamiento visual en tiempo real. Sin embargo, esta revolución no está exenta de desafíos y consideraciones éticas. Existe un gran debate sobre si la IA tiene capacidades creativas como los humanos: en mi opinión, no la tiene, aunque sí lo parece. Es una excelente componedora de información, una excelente mentirosa y muchas veces nos dice lo que queremos escuchar.
Un programa de IA no tiene noción de bueno o malo y no tiene sentido común. Es tan buena como los datos con que se la entrene, por ello presenta lo que se llama sesgo de entrenamiento. Esto consiste en que sólo dará respuesta en base al conocimiento con que se la entrenó: si esos datos son malos, discriminatorios, erróneos o falsos, la IA responderá de una manera creíble, pero de manera errónea, y esto solo será evidente para un humano que ya sepa la respuesta.
Esto último la hace muy riesgosa en términos de toma de decisiones o manipulación de datos críticos. Pensemos por un segundo en una IA que asesora a un funcionario público en toma de decisiones. El funcionario le consulta si es posible reorganizar el estado nacional en base a la superposición de tareas. La IA analiza los manuales de procedimiento y funciones, los organigramas de ministerios, secretarías y todas las dependencias. Llega a la conclusión que es posible eliminar todas las áreas legales y técnicas centralizándolas en una única secretaría y que las mesas de entradas de todas estas dependencias son reemplazables por una única mesa de entrada digital controlado por un software de IA. Si este funcionario no tiene noción del trabajo real que se realiza, a priori le parecerá excelente la propuesta reduce los costos y la cantidad de personal, y según la IA, aumenta la eficiencia.
Si analizamos el mundo real, cada oficina legal y técnica tiene sus trabajadores profesionales y administrativos expertos en la materia de su área, como por ejemplo pesca, minería, medioambiente, redacción de leyes y decretos. Conoce los circuitos informales que muchas veces no se vuelcan en los manuales de procedimientos.
Todas las herramientas inventadas en la historia modificaron las formas del trabajo y ocasionaron una reconversión de lo conocido. Desde la imprenta hasta Internet, por citar ejemplos. Estas impactaron en el tejido social, mejoraron al mundo en que vivimos. Como toda herramienta, la IA no es buena ni mala, pero no tiene un impacto neutro, son las decisiones de su usuario que le dan su carácter bueno o malo. Son las políticas tecnológicas las que regulan su implementación y minimizan sus aspectos negativos.
La IA es una herramienta poderosa que está dando forma al futuro del trabajo. A medida que aprovechamos sus beneficios, es crucial abordar los desafíos éticos y sociales para garantizar un desarrollo equitativo y sostenible.
Por primera vez una herramienta tecnológica tiene el potencial de reemplazar el trabajo técnico y administrativo que no había sido afectado por las otras transformaciones. Es necesario que todos los actores sociales se involucren en la regulación de esta transformación, ya que no alcanza con evidenciar el problema y dar la lucha sobre los efectos negativos de la evolución tecnológica. El camino es también ser parte de la solución.
Pues los beneficios de su uso para la humanidad son mayores que las desventajas, y esto es posible -sí y solo sí- decidimos usarla para el bien común y como un complemento más parecido a nosotros, que nos ayude a realizar nuestro trabajo.
*El autor es es director del Laboratorio de Robótica Física y Laboratorio Creativo 3D, e investigador en Inteligencia Artificial del Centro de Altos Estudios en Tecnología Informática (CAETI) de la Universidad Abierta Interamericana (UAI)