La educación pública siempre ha sido una línea roja transversal en la sociedad argentina. Es una cuestión que une a personas de todas las clases sociales y orientaciones políticas. Históricamente, cada vez que se ha intentado subestimar su importancia o alterar su esencia, la reacción popular ha sido inmediata y contundente. La reciente movilización no ha sido la excepción.
El intento del gobierno de minimizar y desacreditar las protestas ha sido un fallo táctico. La adhesión de ciertos dirigentes políticos cuestionables a la causa no ha podido opacar el hecho de que la verdadera voz protagonista ha sido la del pueblo: estudiantes que regularmente marchan y aquellos que raramente se suman a protestas, ciudadanos universitarios y no universitarios, familias enteras con niños, padres y abuelos incluidos. La manifestación no ha sido un acto político, sino un clamor popular.
La reacción inicial del gobierno a estas protestas sigue mostrando un desentendimiento alarmante de la situación. En lugar de escuchar y proponer soluciones constructivas, parecen estar atrincherándose detrás de respuestas que sólo sirven para profundizar la división y el descontento.
Es imperativo que el gobierno reconozca y rectifique sus errores en este asunto. No entender la importancia fundamental que tiene la educación pública en la estructura social y cultural de Argentina es pasar por alto uno de los pilares esenciales sobre los que se asienta la estabilidad y el futuro del país. La educación no sólo es un derecho, sino también un punto de encuentro donde todas las diferencias se disuelven en un objetivo común: la formación y el bienestar de las próximas generaciones.
La defensa de la educación pública ha demostrado ser una causa capaz de unir a la nación en su conjunto. Subestimar este hecho es no solo un error de cálculo político, sino una falta de visión y sensibilidad hacia lo que verdaderamente importa a los ciudadanos de este país. El gobierno debe actuar rápido para enmendar su curso y comenzar a curar las heridas abiertas en esta confrontación innecesaria, escuchando y respondiendo de manera constructiva a las demandas de su gente. La historia no será amable con quienes elijan ignorar las voces de sus propios electores.