Cada año, el Día Internacional de la Tierra nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre los diferentes impactos que causamos en el ambiente y reafirmar nuestro compromiso con la conservación de los recursos naturales, sustento clave para la vida en el planeta.
En Argentina, esta fecha cobra una relevancia especial, dado que es uno de los países con mayor número de ecorregiones del mundo —18 en total: 15 continentales, dos marinas y una en la Antártida—, que proporcionan servicios ecosistémicos fundamentales para una amplia gama de sectores productivos como la agricultura, la ganadería, la pesca y otras economías regionales que, en su conjunto, juegan un papel preponderante en la economía nacional y que debemos manejar sustentablemente para contar siempre con ellos. Es nuestro gran acerbo, fuente de riqueza natural, nuestro capital natural que ayuda a mantener el capital humano.
La diversidad biológica posee un valor intrínseco, constituye la base del patrimonio natural y representa un recurso estratégico de una gran variedad de bienes y servicios ambientales esenciales para el desarrollo humano. Además, posee valores intangibles, difíciles de cuantificar en términos materiales: éticos, paisajísticos, recreativos, culturales, educativos y científicos. Sin embargo, la pérdida del hábitat y la fragmentación de los ecosistemas constituyen una de las principales amenazas para su conservación.
En 2009, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) declaró el 22 de abril como Día Internacional de la Madre Tierra para reconocer que el planeta y sus ecosistemas son nuestra casa común, y expresar su convicción de promover la armonía con la naturaleza, en pos de un equilibrio justo entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones actuales y futuras.
Nos enfrentamos a una triple crisis global: el impacto climático, la pérdida de biodiversidad y la problemática de la contaminación. Hechos que nos obligan a accionar para revertir la degradación de la naturaleza, lograr una adecuada gestión de los residuos y de los desechos químicos, y una reducción eficaz de la basura costero-marina y mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero. Para que sea efectivo, es crucial fortalecer la protección de nuestros bosques nativos, que desempeñan un papel vital en la preservación del ambiente y en la captura de dióxido de carbono. No podemos desconocer que los cambios en el uso del suelo, la deforestación y las prácticas ganaderas inadecuadas han contribuido a la desertificación y a la degradación de nuestras tierras, sino también a una disminución en la productividad y, por ende, en la calidad de vida de las comunidades rurales.
Es fundamental reconocer la importancia de nuestras acciones individuales, que por pequeñas que parezcan, tienen un impacto colectivo significativo. Hoy no solo puede ser un día para celebrar nuestra casa común, sino también un recordatorio que con verdadera voluntad de cambio podremos asegurar un futuro sostenible para las próximas generaciones.