En varias culturas y desde tiempos antiguos se ha visto a la Tierra con características maternales. Tanto en el origen de la vida (vayamos al relato del Génesis 2,7: Dios modeló al primer hombre de barro y le dio vida) como en el abrazo final al momento de la muerte (recuerda que eres polvo, y al polvo volverás, Gn 3,19). Relatos espirituales, poemas, cantos, cuadros, esculturas… Con profundidad y belleza nos sacuden del letargo y borrachera en que nos sumerge el materialismo consumista. Vivimos como anestesiados ante el dolor de la madre. San Pablo nos decía que “la creación entera gime y sufre dolores de parto”, y quién si no una madre es la que los soporta.
Algunos temen hablar de la “madre tierra” pensando que corren el riesgo de asumir una religiosidad ajena al cristianismo. Sin embargo, tenemos varios ejemplos en la Biblia y la tradición de la Iglesia de un uso adecuado de esta analogía. El Papa Francisco nos recuerda que «la cosmovisión judeocristiana defiende el valor peculiar y central del ser humano en medio del concierto maravilloso de todos los seres». «Todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» (Laudate Deum 67).
Esta dimensión femenina nos la muestra pródiga y generosa en la entrega de sus frutos, a la vez que avasallada cuando no se la respeta y se abusa de ella.
Como toda madre se alegra de ser casa acogedora de la gran familia humana. Y también sufre por el maltrato de sus hijos. Por eso, en el Día Mundial de la Tierra (22 de abril) miremos a nuestra madre querida, la tierra, que nos necesita de modo urgente.
Sus ríos son venas por las que circula el agua que da vida a cada rincón del Planeta. Sus bosques, pulmones por los cuales ella y sus hijos respiran. Sus montañas y abismos expresan el poder y magnificencia de su creador. El hermano Sol y la hermana Luna se conjugan en armonía para dar luz, calor, distinguir un rostro de otro. La luz da vida y rompe el anonimato al cual nos condenan las tinieblas.
La rica y abundante biodiversidad asegura posibilidades de alimentos, medicinas, colores, aromas, texturas. No solamente utilidad, sino también belleza que expresa el cuidado de Dios por cada una de sus creaturas.
San Francisco de Asís nos ha enriquecido con su espiritualidad, haciéndonos gozar de su hermosura. Él nos invita a mirar desde una perspectiva de familiaridad nuestros vínculos con todo lo creado.
Sin embargo, como hijos desagradecidos atentamos contra su belleza y vitalidad. La vamos demoliendo paulatinamente. El avance de la desertificación de los suelos a un ritmo sostenido. La tala de bosque nativo extendiendo la frontera agraria expulsa y mata varias especies animales y vegetales. La contaminación de ríos, arroyos, lagos vertiendo en ellos productos químicos, basura, desechos cloacales provoca que muchas comunidades no puedan beber ni abrevar a sus animales, limitando también la alimentación por medio de la pesca. Océanos expoliados y sobreexplotados al límite de la extinción de algunas especies. ¿No hay una que estemos haciendo bien?
El Papa reitera que «el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada» (Laudate Deum 25). Debemos cuidarnos. «La lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad… extasiados frente a las promesas de tantos falsos profetas, a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos» (Laudate Deum 31).
Ante semejante abuso consumista, no somos conscientes de que en el mundo el 40% de los alimentos que obtenemos de la tierra se desperdician. Sí, se despilfarran, y también en la Argentina. Con lo cual mientras unos mueren de hambre y desnutrición, una parte de la humanidad usa y tira irresponsablemente, negando toda solidaridad con los pobres. Tan humanos unos y otros, y con los mismos derechos.
Las próximas generaciones tienen derecho a disfrutar de una madre tierra vital y joven. En cambio se la estamos avejentando provocándole arrugas y achaques. Hemos recibido un hogar hermoso y, como si fuéramos inquilinos despiadados, la vamos a entregar en condiciones deplorables. Las próximas generaciones nos reclamarán —y ojalá lo hagan cuanto antes— no haberles tenido en cuenta. Paremos de una buena vez. Ya es tarde. Varias especies ya han sido eliminadas. Otras están arrinconadas y en serio riesgo de extinción.
Ella, la madre tierra, nos ha cuidado desde pequeños. Abracemos agradecidos su bondad y empeño por la vida.
Es urgente escuchar y observar los hechos. Aumenta la temperatura global. Esto trae como consecuencia la retracción del volumen de los glaciares y el derretimiento de los hielos —que suponíamos eternos— en los Polos. Se eleva consecuentemente el nivel de océanos y mares.
No se trata de afirmaciones ideológicas o fantasías. Tampoco de discursos tremendistas que buscan generar angustias en la sociedad. Son hechos concretos. La comodidad, que se alimenta de la indiferencia y la ignorancia, alienta la actitud de cerrarse ante lo evidente. «Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes» (Laudate Deum 5).
Los credos y diversas tradiciones religiosas tenemos postulados de fe distintos. Sin embargo, acordamos en ponderar la gravedad de la situación. También nos unimos a un amplio abanico de organizaciones de la sociedad civil en la búsqueda del cuidado de la casa común. Las cosmovisiones de los Pueblos Indígenas pueden aportarnos luces en la búsqueda del buen vivir y en el vínculo con la madre y hermana tierra ante tanta depredación. En una declaración de la Pastoral Aborigen junto a otras Organizaciones expresan que “el territorio y los pueblos son uno y su defensa, conservación y sustentabilidad no pueden subordinarse a un orden económico que no tenga como centro al ser humano como sujeto de derechos”.
No somos voces aisladas. Estamos cerca y en medio de los pobres y sencillos y junto a ellos alzamos el grito de justicia. La situación es grave y demasiado importante como para que sólo sea tratada por unos pocos.