El riesgoso apogeo de la geopolítica y la tecnología

El auge de ambas supone escenarios extremos e inciertos

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Foto archivo. Misil balístico. EPA/YURI
Foto archivo. Misil balístico. EPA/YURI KOCHETKOV

Sin duda alguna, la geopolítica y la tecnología son dos realidades en pleno apogeo. Ello no resulta extraño, pues podríamos decir que se trata casi de una regularidad en la historia: siempre, las cuestiones relativas con intereses políticos volcados sobre espacios y los adelantos técnicos han sido dominantes

Si miramos el mundo en el 1900, para no irnos muy atrás en el tiempo, el auge de la geopolítica (recién surgida como vocablo, pero no como práctica) y de la tecnología era notable. Mientras los poderes preeminentes proyectaban su poder en un contexto de rivalidad, nacionalismo y militarismo, los avances tecnológicos creaban, acaso como nunca antes, expectativas promisorias sobre el porvenir.

Aquí ya podemos apreciar una diferencia central en relación con las percepciones y expectativas que se mantienen sobre la geopolítica y las tecnologías mayores: mientras que a la primera se la asocia con situaciones de pugnas de poder, desconfianzas y fracturas entre Estados, las segundas tienden a ser consideradas en clave benefactora y esperanzadora. Es decir, si la geopolítica es vista mayormente como una regularidad o práctica que empuja las relaciones entre Estados hacia la fisión, las nuevas tecnologías son contempladas como avances prácticamente inalterables hacia la fusión interestatal.

Hoy la geopolítica y la tecnología vuelven a situarse en el centro de los hechos del mundo, aunque es la primera vez que ambas realidades implican diferencias de escalas con otros momentos de la historia, pues el auge de ambas supone escenarios extremos e inciertos.

Por un lado, el grado de confrontación latente entre Occidente y Rusia en Ucrania podría sufrir una escalada si llegara a producirse un “cisne casi negro” en la guerra, es decir, que las ventajas que está logrando Rusia frente a una Ucrania cada vez más cerca del colapso, impulsen a Moscú a volver a la fase I de la invasión, esto es, considerando el enfoque de Moscú relativo con la inexistencia de Ucrania, capturar todo el país e instalar en Kiev una autoridad pro Kremlin.

Este escenario implicaría no sólo la derrota de Ucrania, sino también la de Occidente, situación que sería equivalente, salvando diferencias, a la derrota de la URSS ante Occidente en la Guerra Fría. La pregunta sería entonces, ¿permitiría Occidente que se produjera tal escenario? Considerando el significado geopolítico y estratégico del hecho, difícilmente lo aceptaría. Por tanto, podríamos encontrarnos ante un desenlace aterrador: “guerra nuclear probable, consecuencias desconocidas”.

Por supuesto, hay otros escenarios de alta disrupción como consecuencia de la recarga geopolítica de los mismos, por caso, Oriente Medio, Mar de China, África, etc. Pero lo que desmarca a la geopolítica hoy de otros momentos son sus consecuencias.

En cuanto a la tecnología, hay que decir que es la frontera a la que se estaría llegando lo diferente de otros tiempos de adelantos tecnológicos. Ello es tan así que algunos consideran que es prácticamente inevitable el advenimiento de un orden mundial con base en la tecnología.

Los especialistas Jared Cohen y George Lee estiman que la aparición de la inteligencia artificial generativa marcará un momento de transformación sin precedentes. “El mundo se enfrenta a una estrecha ventana de oportunidad, lo que denominamos los años inter-IA, para dar forma a un futuro habilitado por la IA. Surgirá un orden internacional generativo: todo estará integrado a la tecnología”.

Sin duda, señalan los autores, la IA implica un cambio de paradigma. Sus efectos no tendrán lugar de la noche a la mañana: la Reforma no siguió inmediatamente a la invención de la imprenta. Pero el orden mundial generativo alterara todo, incluso el equilibrio de poder como pauta de convivencia entre las naciones.

Ahora bien, parece clara la línea entre la fisión que supone la geopolítica y la fusión que implica la tecnología. Pero si el poder, los intereses, el temor y las ambiciones han sido las constantes de la humanidad, ¿no continuarán inficionando lo que se tiende a considerar un rumbo inalterable hacia la evolución de la humanidad?

Por otra parte, ¿cómo harán los poderes rectores en materia de IA, Estados Unidos y China, para cooperar considerablemente si la competencia y la incertidumbre en las intenciones son las condiciones centrales en las relaciones interestatales? Conviene recordar que, según el Índice de IA 2023, la colaboración entre ambos actores ha mermado sensiblemente desde hace un tiempo. ¿Por qué ha ocurrido esta situación? Por la geopolítica. Solo consideremos el segmento de la pugna de los semiconductores entre ambos poderes: en 2022, Washington activó medidas restrictivas para evitar que Pekín dispusiera o logrará producir semiconductores, hecho que reforzó sensiblemente la percepción china relativa con la política estadounidense de contención a su ascenso.

El desarrollo de tecnologías mayores supone un activo estratégico del poder nacional y del control estatal. En las sociedades abiertas la investigación es más mixta, pero al final del día la investigación privada (financiada muchas veces por el Estado) suma a dicho poder. En las sociedades cerradas la tecnología no parece que vaya a tener correlato político de modernización, es decir, de apertura. Por el contrario, la misma está siendo utilizada para perfeccionar el control. De allí que dichos países, China principalmente, están dirigiéndose hacia un sistema autocrático-digitalitario, un caso de aquello que se denomina “geopolítica biogénica”.

Además, respecto de las capacidades estrategias-militares de los Estados, ¿quedarán al margen de la IA? A juzgar por la nueva revolución en los asuntos militares, sin duda que no. En otros términos, la tecnología mayor refuerza la autoayuda en un mundo donde no solo no existe el más mínimo esbozo de orden internacional, sino que impera un desarreglo internacional confrontativo, es decir, casi todos los grandes poderes están enfrentados o, como Occidente y Rusia, en situación de guerra latente.

Por último, ¿se creará un nuevo sistema de valores con la IA? Es muy dudoso: la pandemia no impulsó algo semejante. ¿Por qué lo haría algo creado por el hombre?

Concluyendo, ningún proceso es neutral en la política internacional. Por tanto, se vuele relativo que un hecho en dicha política implique disrupción y otra fusión.

En cuanto a la dimensión poshumana a la que nos podría llevar la IA, aquí son pertinentes las palabras del siempre vigente Nicolás Maquiavelo: “No escribo sobre reinos que no he conocido”.

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