Es innegable que la Argentina está en un momento de redefiniciones: la inflación —el principal tema económico de la última década— finalmente puso a la emisión monetaria contra las cuerdas y la opinión pública se pronunció, exigiendo contener el déficit. No hay plata.
No es casual: la inflación golpeaba a empresarios, consumidores y ahorristas. Durante años los trabajadores vieron a sus ingresos correr a la zaga de los precios y, en ese marco, los más perjudicados fueron los empleados informales, repito, los que mas pues todos bajaron sus ingresos.
Ahora bien, detengámonos ahí: ¿por qué hay tanto empleo no registrado en nuestro país? Y ¿Por qué hay tanta desocupación? Según algunos estudios el empleo no registrado afecta a cerca de la mitad de las personas ocupadas —y si tomamos la tendencia reciente, el problema se profundiza: casi 7 de cada 10 empleos generados desde el 2020 hasta ahora no cumplen con las condiciones de formalidad.
Es más, hace ya tiempo que los salarios argentinos son extremadamente competitivos a nivel regional y, sin embargo, no han hecho mella en la informalidad. Incluso incorporando la presión impositiva a la cuenta, el esquema de costos sigue siendo bajo —pero aún así no hay empresas pensando en venir al país ni muchas empresas argentinas con ansias de invertir . El problema, como vengo sosteniendo, no está en el precio del trabajo, sino en las condiciones que lo rodean.
Insisto, frenar la escalada de precios es solo una parte: la lluvia de dólares que un gobierno tras otro han prometido todavía se hace esperar y no vendrá si no modificamos nuestro marco indemnizatorio que expulsa las inversiones. Lo que frena la generación de empleo es el pasivo laboral, que obliga a las empresas a registrar como rojo el costo del hipotético despido de cada empleado (aunque la contabilidad no lo registre pues no sirve para bajar impuestos y perjudica a la hora de pedir un préstamo). De esa manera, las empresas no se capitalizan y, ¿quién quiere presentarles a sus accionistas una inversión que no genera valor? Por eso se han ido ya Walmart y tantas otras de todos los sectores no capital intensivos.
Para reactivar la generación de empleo privado formal, debemos adoptar un marco indemnizatorio adaptado al siglo XXI. La Mochila Argentina es la solución que necesitamos porque desarma la figura del pasivo laboral, beneficiando tanto a las empresas como a los trabajadores.
La adopción de un Seguro de Garantía de Indemnización (no un fondo, por razones que desarrollo en www.mochilaargentina.com), con un costo bajo y accesible, donde para la mayoría será del 2%, calculado a partir de la masa salarial y la rotación de personal que tenga la empresa, da previsibilidad a las compañías y, despejados sus pasivos, les da la posibilidad de tomar crédito para invertir y crecer. Los empleados, a su vez, se llevan la seguridad de cobrar su indemnización automáticamente, en forma mensual y ajustada por inflación —sin necesidad de hacer juicio, incluso si la empresa quiebra, con lo que al evitar los juicios y los abogados , redundará en una baja significativa de los costos.
Hace ya tiempo que los salarios argentinos son extremadamente competitivos a nivel regional y, sin embargo, no han hecho mella en la informalidad
La Mochila Argentina, además, alinea los incentivos con el nuevo paradigma del trabajo: nuestro marco indemnizatorio actual corresponde a una era pasada, del company man, que trabajaba toda una vida en el mismo lugar. Hoy, en los sectores más dinámicos de la economía, los talentos tienen una movilidad mucho mayor. La Mochila Argentina es favorable a este contexto porque le da al trabajador la posibilidad de cobrar su indemnización incluso si decidiera renunciar a su empleo —sin ningún costo adicional para la empresa.
Dicho eso, los beneficios de la Mochila no quedan solamente entre privados, ya que sus externalidades repercuten sobre el Estado en forma sumamente positiva. En efecto, la reactivación del empleo privado supondrá un alivio para las arcas estatales en más de un sentido, permitiendo así bajar los impuestos.
Por un lado, disminuirá la presión de convertirse en empleador de último recurso como lo ha sido en todo el país, tomando a personas que no encuentran trabajo en la actividad privada.
Por otro lado, con más ciudadanos recibiendo ingresos formales y salarios en alza, también se reduce la necesidad de sostenerlos mediante subsidios. Recordemos que el empleo en negro, fuera de todo marco legal, muchas veces es remunerado en forma escasa e insuficiente, obligando al Estado a subvencionar el acceso de los trabajadores informales a la canasta básica.
La Mochila Argentina, además, alinea los incentivos con el nuevo paradigma del trabajo: nuestro marco indemnizatorio actual corresponde a una era pasada, del company man, que trabajaba toda una vida en el mismo lugar
A su vez, también hay que tener en cuenta que la falta de oportunidades lleva a muchas personas que preferirían seguir trabajando a jubilarse, como única opción para tener un ingreso. La reactivación del empleo privado les dará la oportunidad de seguir aportando a la economía productiva y postergando su retiro al momento en que ellos elijan dar ese paso por cuenta propia. Y llegado ese día, el capital que tengan acumulado en su mochila servirá como complemento a su jubilación.
Asimismo, la Mochila no solo reducirá la presión sobre el gasto público. Justamente, el aumento de la actividad económica se traducirá en un incremento de la recaudación, contribuyendo a la reducción del déficit sin necesidad de apelar a medidas recesivas. Incluso, las economías de escala que el aumento de actividad traerá harán a los bienes y servicios argentinos más competitivos al permitir bajar los impuestos que van sobre el consumo y hacen caro producir con valor agregado, dando impulso a nuestras exportaciones.
Finalmente, también habrá un efecto favorable sobre la salida de capitales, que se verá disminuida por el aumento de valor de la actividad productiva, y el aumento de valuación de las empresas argentinas.
La coyuntura actual es muy propicia para esta discusión. Pese a que muchos de los problemas de nuestra economía no son nuevos, por primera vez en una década la mayoría de la sociedad se ha manifestado a favor de su saneamiento —y parece dispuesta a atravesar las turbulencias de la corrección.
Pero es importante salir de este momento, más que con la licuación de ingresos, con transformaciones estructurales. Si no, este ajuste doloroso para toda las sociedad podría ser nuevamente en vano.