Hace un par de días fue tendencia en Twitter el posteo de una chica que subió las capturas de un diálogo absurdo que tuvo mientras coordinaba una especie de cita. En el intercambio, un tal Facu la invitaba a visitarlo un día indefinido del fin de semana, sin atinar a proponer buscarla ni mucho menos. Eve, una chica del conurbano evidentemente bastante curtida en esas lides, tomaba el detalle con total naturalidad y apenas le pedía sí podía quedarse con él hasta la hora en la que arrancaban las combis de regreso a su barrio, a las cinco de la mañana.
“¿Y si te tomás el tren?”, preguntaba él con desdén y después le aclaraba: “Me gusta dormir solo, la verdad. Si no venite y te vas en uber, no te va a salir tan caro a esa hora”. Lo leí imaginándolo tirado en esa cama en la que supuestamente duerme solo por gusto, las sábanas sin cambiar y revueltas, el short de fútbol tatuado y el telefonito en la mano con la aplicación abierta, intentando pescar con charme nulo a alguna chica cualquiera con las pretensiones rotas. Fue Eve, pero daba lo mismo si era otra.
El cierre del cuento es dramático: ella tiene la deferencia de explicarle con pedagogía asombrosa el costo del traslado y sus apremios; él insiste en que quiere verla, con un descaro que ni registra, y ella –¡finalmente!– se cansa. “Sí, se nota”, le escribe. Entonces él remata: “Pasa que si te quedás y te tengo que abrir a las cinco me vas a despertar, y soy de dormir fuerte”.
El problema no es sólo de Eve y Facu, ni siquiera sólo porteño o argentino. El mes pasado The Economist publicó una extensa nota titulada “¿Por qué los varones y las mujeres jóvenes se alejan cada vez más?”, la volanta dice: “De Marte y de Venus”, me hizo acordar de ¿Qué quieren los hombres?, el libro de Nina Power que cité hace algunas semanas en esta columna.
La historia que cuenta la revista inglesa está datada en Varsovia, pero podría haber sido escrita en Buenos Aires: habla de intereses y miradas políticas y sociales cada vez más divergentes. Mientras las chicas polacas se vuelcan a la izquierda liberal que se toma más en serio los derechos de las mujeres y la lucha por la legalización del aborto, la mayoría de los varones de entre 18 y 29 años votaron en las últimas elecciones al partido de la Confederación, que combina ideas de libre mercado y valores sociales tradicionales. Uno de sus slogans principales es: “En contra de las feministas y en defensa de las mujeres reales”.
The Economist analizó datos de opinión pública en 20 países desarrollados de todo el mundo partiendo de la Encuesta Social Europea, la Encuesta Social General de América y la Encuesta Social Coreana. Los resultados son contundentes: dos décadas atrás había pocas diferencias políticas entre los varones y las mujeres de entre 18 y 29 años. En cambio, para 2020 la brecha ideológica fue de 0.75 (dos veces más que la brecha de opinión entre gente con y sin educación universitaria). De pronto, el género se volvió determinante para entender la polarización.
Los varones jóvenes –esos que se encuentran a darse palmadas en lo que se conoce como la “manosfera” o, de puro frustrados, humillan a las chicas en las aplicaciones de citas– son mucho más conservadores que las mujeres, aunque en el camino también perdieron esos rasgos del patriarcado “sano” de otro tiempo, como su rol protector y el valor de ser caballeros. Es un poco un chiste, pero es mucho más simple: los chicos como Facu perdieron incluso los modales. Y no, los modales no tienen género. ¿Qué sentirán entonces que les debemos?
Un ejemplo cercano y deprimente: en esta ciudad pauperizada y zombie, los hombres, sobre todo los jóvenes, volvieron a decir piropos lascivos y hacer pis en las veredas sin pudor alguno. Lo hacen en los barrios más residenciales y a la vista de todos y todas, apuntando a la calle con orgullo. Es parte de la degradación social y económica, seguro, otro zoom triste sobre el mapa de la post pandemia; pero los que lo hacen en general no son indigentes, sino simplemente varones que olvidaron las formas. Para ellos los modales ya no importan, y menos en relación con nosotras.
Los varones y las mujeres siempre vieron el mundo de manera diferente, dice la nota de The Economist. Lo sorprendente es que se haya abierto semejante abismo en las opiniones políticas ahora que las mujeres se han vuelto (y se vuelven cada vez) más liberales. Para las más jóvenes, sostiene la revista: “Los triunfos de las generaciones anteriores de feministas en aumentar las oportunidades en la vida pública y laboral son parte del pasado. Las jóvenes siguen preocupadas por las injusticias persistentes, de la violencia machista a la amenaza renovada de leyes draconianas contra el aborto, la brecha salarial y la división desproporcionada de las tareas de cuidado”. ¿Hay varones de su lado? Sí, por supuesto. Pero quedó demasiado lejos la ilusión de hace tan poco tiempo de que serían verdaderos aliados.
Me lo dijo clarito mi novio el otro día: era fácil ser aliados mientras no se discutían los sueldos ni los lugares que los varones siempre se reservaron para ellos. Firmaron acuerdos, prometieron cupos como dádivas y bautizaron cargos intrascendentes con supuesta perspectiva. Nuevas cocinas. Se sacaron fotos mientras los aplaudíamos, pero en la foto verdadera, en la del directorio y los que deciden, siguen estando sólo ellos. Y esa es la verdadera explicación de por qué los jóvenes se volvieron más conservadores, de por qué ya ni siquiera intentan darle una pátina a la grosería. Mientras bajan cuadros y ridiculizan o ensucian nuestras conquistas, nos ponen a discutir otra vez por lo mismo y siguen mandando en todo.
The Economist consigna que se le preguntó a personas de 27 países europeos si coincidían en que “la promoción de los derechos de las mujeres y las niñas ha ido demasiado lejos porque amenaza las oportunidades de los hombres y los niños”. Como era de esperar, los varones estuvieron más de acuerdo con la afirmación que las mujeres. Sin embargo, los más jóvenes resultaron mucho más antifeministas que los mayores, lo que contradice la noción popular de que “cada generación es más liberal que la anterior”.
Otra noción aflora con fuerza de paradoja cínica entre los varones de los países más ricos: sostienen que ser hombre es más difícil que ser mujer y que se sienten discriminados “por el sólo hecho de ser hombres”. Citan, como es frecuente en los grupos derivados y afines a la red-pill –una referencia a la película The Matrix (1999) que alude a ver la realidad y que la comunidad online de varones enojados tomó como metáfora para señalar que los verdaderos oprimidos del sistema son ellos–, cifras sobre muertes y suicidios masculinos, cantidad de empleos en trabajos de riesgo en los que las mujeres no reclamamos paridad, atestiguan la obligación tácita de seguir siendo proveedores, y niegan la brecha y hasta de la violencia de género.
¿Qué fue lo que pasó? Se pregunta The Economist, y enumera las causas más probables de esta renovada guerra de los sexos: 1) los varones jóvenes están cada vez menos educados que las mujeres; 2) los países más desarrollados se habían vuelto menos sexistas y la experiencia de ese cambio es muy diferente en mujeres y que en varones (dejados de lado en muchas políticas públicas); 3) las cámaras de resonancia de las redes agravan los desacuerdos.
Además, en las democracias modernas muchos políticos de derecha están avivando hábilmente las frustraciones de los varones jóvenes mientras la izquierda (que había copado también con habilidad las banderas del feminismo) apenas reconoce que tienen problemas verdaderos. No hay opción que no subestime a esos chicos marginados: o les hablan con demagogia o los ignoran.
El mundo de las citas también es bastante desolador para ellos. Es difícil que las mujeres jóvenes más educadas toleren actitudes como las de Facu y eso retroalimenta el monstruo. The Economist cuenta el caso de los granjeros polacos a los que cada vez les cuesta más encontrar pareja: a las chicas no les gusta cómo huelen y ellos perdieron la noción de “lo que ellas quieren” (como decía el título de la película de principios de siglo, cuando parecía que eso era importante). Tanto, que uno de los realities más populares en la televisión polaca es “Granjero Busca Esposa”.
Un estudio del Survey Centre on American Life indicó recientemente que la Generación Z está mucho más sola que la de los Millennials y los Generación X formados con Ethan Hawke y Winona Ryder. En buena medida, tiene que ver con eso que decía mi novio (¡gracias Ethan y Winona por mostrarnos que teníamos algo en común pese a todo!): la reacción contra el feminismo es especialmente fuerte entre los varones jóvenes porque son los que se sienten más amenazados por el progreso de las mujeres, dice The Economist.
Mejores sueldos y empleos para las mujeres no tienen por qué significar peores condiciones para los hombres, pero muchos hombres se convencieron de que es así. A los más grandes no les preocupa porque ya están establecidos y su generación no necesitó ceder. Había tanto por hacer que les bastó con posar para quedar bien. En cambio, “es más probable que (los que recién empiezan) perciban la competencia de las mujeres como una amenaza potencial para su futuro curso de vida”. Sobre todo en un contexto de aumento del desempleo mundial.
El “¿Y si te tomás el tren?” de Facu puede sonar apenas rudo, pero habla de esa distancia cada vez más insalvable. Ya no entre el conurbano y la ciudad de Buenos Aires, sino entre varones y mujeres de todo el mundo. El resultado social de esta coyuntura todavía está por verse, pero pinta bastante distópico: menos parejas, menos niños, y un universo de seres cada vez más aislados y solos.