El espanto estira la paciencia

La descarnada exhibición de curros, quioscos y tropelías que el Gobierno desempolva a diario alimenta la indignación y prolonga los tiempos de la paciencia social

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Javier Milei
Javier Milei

El 24 de marzo pasó con más pena que gloria. Lejos de cualquier intención de reconciliación o perdón, el Domingo de Ramos se consumió en diatribas, recriminaciones y enconos que reanimaron la polarización.

El oficialismo, que no pudo o no quiso condenar el golpe de Estado que se conmemora en ese feriado, fijó postura con un vídeo tan improvisado como manipulador.

El desgarrador testimonio de María Fernanda Viola, víctima directa de la violencia subversiva a sus cinco años, cuando vió morir a su padre y hermana, quedó diluído en la desprolijidad y descontextualización con la que fue presentado.

El recurrente debate acerca del número de los desaparecidos vuelve a banalizar la cuestión de fondo: el método que se valió de crímenes y graves ultrajes a la condición humana para proceder a la eliminación a la subversión que sembró el terror en los 70.

Una mirada deshumanizada que reduce a una cuestión cuantitativa la tragedia setentista, que se pretende encuadrar en una guerra.

El kirchnerismo hizo una vez más oposición utilizando la apropiación política de los DDHH que dio base y pretendida sustancia a su relato. Estela de Carlotto, un emblema en la lucha contra la desaparición de personas, arrastró su buen nombre y honor con un comentario de corte destituyente. Una pena.

Cristina Kirchner volvió a travestirse de heroína épica, romantizando una época de la que huyó para resguardarse haciendo buena fortuna en las desgracias del lejano sur.

Ni ella, ni su esposo Néstor Kirchner, fueron vistos librando batalla alguna contra los genocidas que quedaron a la intemperie cuando la democracia recién recuperada intentaba avanzar en el conocimiento de la verdad y la aplicación de la justicia. No fueron parte del Nunca Más. Mucho menos aún se los encontró en los ochenta ofreciendo resistencia alguna a la feroz atropellada de los carapintadas.

De oponerse al indulto de las juntas militares y cúpulas guerrilleras encarado por la impronta pacificadora de Carlos Saúl Menem, ni hablar. No la veían. No estaban ahí.

La sangrienta historia reciente se sigue utilizando para dar forzada densidad a la narrativa del populismo de turno.

La verdad completa no puede ignorar los crímenes ejecutados por Montoneros y el ERP. Reconocer a sus víctimas es sin duda una deuda pendiente. Tampoco habrá verdad completa si se insiste en omitir las bombas y asesinatos de la Triple A.

La fuerza paraestatal que sembró el terror en el tercer gobierno peronista, parece haber sido borrada del interminable relato de los años de plomo. De eso no se habla. Tampoco de la complacencia de los que decidieron mirar para otro lado o subirse al club del “por algo será”.

Video del gobierno por el 24 de marzo

Hablemos con propiedad. Aquí no hubo una guerra. Aquí hubo un gobierno de facto que en nombre de Dios y los Santos Evangelios desplegó un método genocida, prolijamente diseñado y ejecutado en orden eliminar el accionar de las organizaciones subversivas que venían matando a mansalva también por cuenta y orden de un supuesto bien superior, la justicia social.

Por izquierda y por derecha el acceso a la verdad es manoseado de manera grosera.

Cerrar cuentas con el pasado demanda saber todo, ver todo sin retoques ni blureos. Es urgente.

El vértigo de la comunicación digital favorece las simplificaciones. El flujo de posteos instala versiones falaces, mentiras y media verdades.

Todos nos merecemos un sinceramiento. Nos merecemos la verdad completa. Muy especialmente los más jóvenes, los nativos digitales nacidos y criados en las décadas kirchneristas.

Es urgente y necesario sacar el asunto de los setenta de la batalla cultural. Se impone meter estas cuestiones bajo el paraguas de la verdad completa. Esa que todos demandan y nadie respeta.

Para batallas, basta y sobra con las ya abiertas. Un connotado funcionario del mileísmo sostiene que son tres las contiendas que se libran en simultáneo.

La batalla cultural que hasta aquí lidera con éxito el mismísimo Milei. La batalla por la macro, de cuyos logros se jacta el Presidente pero que ejecuta el ministro Caputo. Y la que nuestro agudo interlocutor llama “la batalla por la mía”, un infatigable trasiego de lobbies, presiones, negociaciones y extorsiones que libra la casta y sus adláteres en defensa de sus privilegios e intereses.

En esta última refriega “las fuerzas del cielo” parecen resultar insuficientes para dar vuelta la resistencia a los cambios que se pretenden. Nadie quiere entregar “la suya”. Un escenario bélico en el que se lucha a brazo partido y en el que el oficialismo todavía no logra imponerse.

Javier Milei
Javier Milei

La identificación de cooperativas truchas y el señalamiento de fideicomisos espurios son solo parte de las muchas escaramuzas para enfrentar la “guerra de guerrillas” que se libra en la trastienda de la política parlamentaria. Los registros del automotor, entretanto, resisten. A pocas semanas del plazo para proceder a su simplificación y desburocratización, como lo establece el art 364 del DNU, la puesta en marcha del registro remoto, abierto, estandarizado y accesible está en veremos. Un botín de guerra que nadie quiere entregar.

Mientras Guillermo Francos transpira su traje de ministro tratando de articular consensos que permitan convertir en ley las Bases, se trabaja en la de la letra fina del Pacto de Mayo.

El mileísmo pone en discusión el Teorema de Baglini acelerando en las curvas pero adscribe a otro mito de la política local: la Ley de Marx.

No se trata de Karl ni de Groucho sino de Daniel Marx quien sostiene que gana la pulseada parlamentaria el primero que pone el papel sobre la mesa.

Tener la ley escrita, pulida y presentada es siempre medio cielo ganado. Un paso adelante para enfrentar el desguace al que pretenden someterla.

Los diligentes equipos que abastecen de proyectos de ley al oficialismo no descansan. Milei ya dispone entre sus papeles de la “ley anticasta”.

Anunciada en el discurso de apertura de las Sesiones Ordinarias, el paquete de normas que apunta a desarmar privilegios no debería encontrar resistencias, aunque algunos estrategas opinan que debería ser tan dura como para que no pase. De ocurrir sería pura ganancia simbólica. Serviría para potenciar el sacrosanto “principio de revelación” sobre el que Javier Milei apalanca su relato.

También, a la espera de la decisión presidencial está listo un proyecto pensado para terminar con las cuestionadas promociones industriales a las que se aferra la casta empresarial.

Un paquete de cotillón es el que han dado en llamar “hojarasca”. La idea es pasar a mejor vida a una cantidad de leyes y regulaciones de escasa sustancia que ensucian y entorpecen.

Habiendo dejado su mandato con casi un 42% de la población bajo la línea de pobreza y un alarmante salto de la indigencia al 11,9% Alberto Fernández lidera el podio de los peor considerados con 86% de imagen negativa. Muy cerca en la cuesta abajo se ubican Maximo Kirchner y Sergio Massa.

Cristina Kirchner acumula 69 de imagen negativa, seguida por los 63 de Mauricio Macri. Triste lugar en la consideración popular para los tres últimos presidentes de la Argentina.

Los datos que esta semana hizo públicos la universidad de San Andrés dan cuenta de un sostenido acompañamiento de la gente a la gestión presidencial.

Javier Milei comparte con Patricia Bullrich y Victoria Villarruel el ranking de los que retienen un diferencial de imagen positiva a su favor. El gobierno de Milei que en diciembre tenía el 56% de aprobación, en marzo retiene el 51%. Un verdadero milagro en un contexto de tanta adversidad económica.

La descarnada exhibición de curros, quioscos y tropelías que nos trajeron hasta aquí y que el Gobierno desempolva a diario alimentan la indignación y el espanto y estiran los tiempos de la paciencia social.

Milei viene ganando la batalla cultural. La leyenda continúa.

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