Encendiendo la mecha: el impacto profundo de las apariciones públicas maliciosas

En el escenario público, entre las figuras que capturan la atención, asistimos a la ocasional aparición discursiva de ciertos personajes que parecen ser la encarnación de Eris, pues se muestran más interesados en sembrar discordia que en construir espacios de diálogo fructífero

Guardar
Los sucesores de Eris aprovechan cada oportunidad para arrojar sombras sobre cualquier brillo de esperanza o progreso (Imagen Ilustrativa Infobae)
Los sucesores de Eris aprovechan cada oportunidad para arrojar sombras sobre cualquier brillo de esperanza o progreso (Imagen Ilustrativa Infobae)

Según Pierre Grimal, autor del Diccionario de mitología griega y romana, la diosa griega que personificaba la discordia y el conflicto se llamó Eris.

Una de las leyendas más famosas protagonizada por Eris le dio un lugar en la historia a un proverbio que aún se utiliza en nuestros días. El poeta Hesíodo relató en una de sus obras lo acaecido en la boda de Peleo y Tetis (que luego serían padres de Aquiles). Tanto dioses y diosas como diversos mortales fueron invitados, excluyendo solo a la diosa Eris, quien no fue invitada debido a su naturaleza problemática. Sin embargo, ella igualmente se presentó en la fiesta portando un presente que le haría justicia al nombre con el que sería reconocida por siempre: “discordia”. Este no era otra cosa que una manzana dorada en la que grabó la palabra “kallisti” (“para la más bella”), a la que luego arrojó entre las diosas provocando que Afrodita, Hera y Atenea la reclamaran para sí, iniciándose una riña. Desde entonces, a esta se la llamó la Manzana de la discordia, aunque esta acción también germinó la guerra de Troya.

Los profetas del caos en la actualidad

Actualmente, en el escenario público, entre las figuras que capturan la atención, asistimos a la ocasional aparición discursiva de ciertos personajes que parecen ser la encarnación de Eris, pues se muestran más interesados en sembrar discordia que en construir espacios de diálogo fructífero. Estas personas, ya sean políticos, celebridades o simplemente individuos con una plataforma, aprovechan cada oportunidad para arrojar sombras sobre cualquier brillo de esperanza o progreso.

De todas formas, no es tan difícil reconocerlos, pues su modus operandi es tan predecible y lamentable: se presentan ante las cámaras y los micrófonos no con la intención de informar, educar o inspirar, sino con el objetivo de dividir, desinformar y sembrar la duda. Son los maestros de la manipulación y los arquitectos de la polarización, tejiendo narrativas diseñadas para alimentar la ira y el resentimiento en lugar de fomentar la comprensión y el compromiso.

Las características de las figuras discordantes

Estas personas se deleitan en el lodo del conflicto, aparentemente indiferentes a las consecuencias de sus palabras y acciones. No les importa si sus discursos incendiarios inflaman los ánimos o si sus ataques hirientes causan daño emocional a quienes están en el otro lado de la línea. Para ellos, la notoriedad es más importante que la responsabilidad, y el ruido es más valioso que la razón.

Estos personajes también son reconocibles a través de sus discursos impregnados de veneno y su convincente oratoria está cargada de desprecio y desdén hacia aquellos que no comparten su visión del mundo. Utilizan las plataformas públicas como trincheras desde las cuales lanzar sus ataques, sin preocuparse por los escombros que dejan a su paso.

Lo más preocupante es que, en muchos casos, estas personas son capaces de capturar la atención y la lealtad de una audiencia fiel, alimentando y perpetuando un ciclo de división y confrontación que solo sirve para corroer los cimientos de nuestra sociedad.

La responsabilidad de la sociedad

Sin embargo, no todo está perdido. La sociedad tiene la capacidad de discernir entre el ruido y la verdad, entre la división y la unidad. Es nuestra responsabilidad rechazar el discurso del odio y la desinformación, y en su lugar abrazar la empatía, el entendimiento y el respeto mutuo.

No podemos permitir que estos profetas del caos secuestren el debate público. Es hora de desenmascararlos, de llamarlos por su nombre y exigirles responsabilidad por sus actos. Debemos defender el espacio público como un lugar de diálogo constructivo, de intercambio de ideas y búsqueda de soluciones, no como un campo de batalla donde solo reina la discordia.

Es hora de recuperar la cordura, de alzar la voz por la razón y el respeto, de construir puentes en lugar de muros. Solo así podremos silenciar a los que, seguramente sin saber, emulan a Eris (siendo adictos a la discordia), y con esta acción construir un futuro donde la esperanza y el progreso sean los verdaderos protagonistas.

El “discordianismo”: promotores del caos

Por último, y como una forma de proporcionar información, es necesario saber que hubo quienes le rindieron culto a Eris en pleno siglo XX, estos se autodenominaron el “discordianismo”. La idea principal de este movimiento (fundado en 1957) fue que todo lo que existe es el caos, y que tanto el orden como el desorden son ilusiones que enmascaran el caos subyacente.

El discordianismo considera el caos como algo positivo, a diferencia de la mayoría de religiones, que prefieren la armonía y el orden.

No dejemos que los adictos al caos controlen la narrativa. Defendamos la verdad, la razón y la esperanza porque, finalmente, casi seguro que cada uno de ustedes debe tener al menos tres o cuatro nombres in pectore.

“Y mientras tanto, en el Olimpo, Eris se ríe a carcajadas”.

Guardar