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Hace varios años estamos atravesando una de las mayores transformaciones de la historia: la tecnología y la inteligencia artificial están irrumpiendo en todos los mercados laborales, tanto en Argentina como en el resto del mundo, y la abogacía no es la excepción.
Aunque no hay nada peor que negar la realidad, las representaciones colegiales de los abogados y las abogadas de distintos estamentos están más ocupados en disputas políticas (que poco importan a los profesionales) y se está perdiendo de vista esta problemática que, inevitablemente, repercutirá en el día a día de quienes ejercemos esta profesión.
Abrir espacios de reflexión acerca del alcance, implicancia e impacto que tendrá el avance de la tecnología en la abogacía ya no es opcional, es una necesidad.
Como siempre que se han generado cambios disruptivos, surge un interrogante que divide las opiniones. En este caso se trata de entender si debemos ver a la IA como una herramienta aliada o como una amenaza a nuestra profesión. La misma pregunta surge en todos los mercados laborales, pero algunos de ellos están más preparados que otros para este impacto.
Para la abogacía, existen dos cuestiones en las que la IA ya está funcionando como una herramienta aliada: es capaz de anticipar resultados judiciales mediante bases de datos de normas, jurisprudencia y argumentos, entre otras cosas, y sirve de apoyo para efectuar las tareas repetitivas y monótonas que descomprimen el trabajo de los letrados. Esto nos permite ejercer la profesión de manera más precisa y eficiente, ya que nos ayuda a maximizar nuestro potencial y ocupar el tiempo en cuestiones de fondo (análisis, criterios, consejos jurídicos, etc.). Así podemos abocarnos a diseñar estrategias legales para asesorar aún mejor a nuestros clientes.
Pero, aún si sus beneficios están a la vista, también es cierto que este avance inevitablemente transformará el modo en que conocemos hoy por hoy el ejercicio de la abogacía. ¿Cómo se podrá “competir” con los robots jurídicos? Según lo que se está reflexionando sobre el tema en todos los ámbitos laborales, la clave será desarrollar las “soft skills” o habilidades blandas, es decir, aquello con lo que solo los humanos contamos y por lo que no podremos ser reemplazados.
La IA categoriza documentos, revisa contratos, busca jurisprudencia, analiza casos previos similares, pero no podrá reemplazarnos en nuestro vínculo humano con nuestros representados. No podrá generar un ambiente cálido y empático para ayudar al cliente a entender cuál es su situación y cuál es el mejor camino a seguir en los conflictos jurídicos, sin perder de vista la importancia de las relaciones humanas.
Partiendo de esta base, una iniciativa que debe llevarse adelante es transformar la educación universitaria para adaptarla a los cambios que se vienen, enseñándoles a los estudiantes a desarrollar nuevas habilidades humanas que les permitan mejorar el ejercicio de la abogacía, mientras que la precisión y la celeridad quedarían en manos de la inteligencia artificial. Sería, en definitiva, potenciar desde la educación nuestro valor agregado. En este sentido, si bien es cierto que con el avance de la IA un aspecto de nuestra profesión podría verse reemplazado, si nos adelantamos para verla como una herramienta aliada, podremos concentrarnos en aquello que nos hace diferentes e irremplazables.
Esta es solo una de las tantas iniciativas y estrategias que debemos empezar a pensar desde el ámbito de la abogacía, para que cuando la tecnología termine por irrumpir sepamos dónde posicionarnos. Es imperante que quienes ocupan los cargos de las representaciones colegiales velen por los intereses reales de los abogados y las abogadas, dejen atrás las discusiones del pasado, y estén atentos a los desafíos del futuro. Porque si algo está claro es que la IA no espera ni pide permiso.
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