Desde siempre, desde hace más de un siglo, el delantal es el emblema de la maestra.
Blanco, colorido, con botones adelante, con botones atrás, con cierre, con tablas, liso, escocés, a cuadros, con bordados, arriba de las rodillas, hasta los tobillos, bien recto, más ceñido, y con muchas más variantes el delantal le puso la marca a una actividad, a un trabajo que se extiende por ciudades, pueblos y caminos rurales.
Con todas sus variantes el delantal se impone como obligatorio en la primaria, los jardines y las escuelas especiales: allí lo llevan maestras, directivos y asistentes escolares. También lo llevan los maestros de taller. Pero es minoritario entre los profesores y profesoras de escuelas medias.
Pero además de un emblema el delantal fue siempre una ayuda y hasta un escudo. El colectivero espera en la esquina cuando ve que la maestra camina apurada hacia él, el automovilista levanta sin temores a la maestra que hace dedo al costado de la ruta, los amigos de lo ajeno -no siempre pero sí en muchos casos- evitan robar a una maestra.
En Rosario está todo muy mal.
La violencia sin sentido ni medida rompió todos los parámetros. No hay límites, ni códigos, ni normas.
Durante el año pasado el horror pegó un salto cuando, para demostrar su poder, las bandas narcos se propusieron matar personas que nada tenían que ver con ninguna disputa específica.
Así mataron a Jimi Altamirano en el centro de Rosario y a Maxi Jerez, con apenas 11 años, en barrio Los Pumitas.
En estos días, en un nuevo descenso en los infiernos, la orden fue matar trabajadores. Y cayeron asesinados dos taxistas, un colectivero y un joven playero.
Y el miedo se hizo omnipresente. Como un gas venenoso cubrió la ciudad y llenó cada rincón. ¿Quién sería la próxima víctima?
Y entre las maestras se impuso una nueva forma de cuidado, imprevista, extraña, casi absurda: el delantal debía ir guardado (¡escondido!) en la mochila. La convicción fue que en lugar de dar protección nos transformaba en un blanco móvil.
Así vamos y volvemos de las escuelas.
Soñando que alguna vez el miedo desaparecerá.
Con la sospecha de que la militarización va a seguir fracasando. Y que las bandas narcos -con las inevitables complicidades de la policía y de sectores del poder económico, político y judicial- siguen ganando la batalla.