5 enseñanzas que nos deja La sociedad de la nieve

Este film nos invita a reflexionar sobre temas que atraviesan la condición humana, que podrían trascender el tiempo y convertirla en un clásico, no solo del cine, sino de nuestra cultura común

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Fotografía cedida por Netflix de actores durante el rodaje de la película de 'La sociedad de la nieve'. EFE/ Netflix
Fotografía cedida por Netflix de actores durante el rodaje de la película de 'La sociedad de la nieve'. EFE/ Netflix

Jorge Luis Borges ha escrito, retomando a George Berkeley, que la manzana no tendría sabor si no existieran los paladares. Esta poderosa idea nos invita a reflexionar sobre la relación entre la obra de arte y el espectador. Tal como la manzana no tiene sabor intrínseco, sino que este depende de quien la prueba, la interpretación del cine también está necesariamente condicionada por la subjetividad de quien lo observe.

Las siguientes enseñanzas son un poco eso, un subrayado personal y no metódico de algunos elementos de la película que narra una de las más impresionantes historias de supervivencia de toda la humanidad a partir de un trágico accidente aéreo.

Nadie se salva solo. Se había contado la historia de quienes consiguieron volver a casa luego de la tragedia de los Andes, pero no se había contado la historia de aquellas personas que perdieron la vida e hicieron posible que ellos regresaran. Y ese punto es clave. El trabajo en equipo coordinado hace que su fuerza sea mayor a la simple suma de las individualidades. Entre todos ordenan los restos del avión y se apilan para guarecerse del frío. Se contienen ante el shock inicial y priorizan a los heridos. Como en el rugby, cada uno toma un rol siempre pensando en lo mejor para el conjunto.

Los líderes pueden estar equivocados. Marcelo es el líder, el capitán. Confía en que van a ir a rescatarlos luego del accidente, o al menos es lo que les transmite a sus compañeros con mucha seguridad y optimismo. Al principio, todos lo siguen. “Hay que tener fe”, propone, e insta a no comer los restos de los compañeros fallecidos. Sin embargo, cuando la situación se vuelve por demás extrema y el hambre aprieta, sus compañeros le plantean la idea de un cambio de estrategia. Y él acepta. Más adelante, tras escuchar el programa de radio en el que aseguraban que había concluido la búsqueda, les da la razón en un valioso gesto de autocrítica.

La inteligencia siempre es colectiva. Una vez ocurrido el accidente, cuando había cierta calma para pensar, debatían cuáles eran las mejores maneras de resolver los problemas. A través del diálogo, evalúan las posibles soluciones y cómo ejecutarlas, tanto en el corto como en el mediano plazo. No hay una mente brillante que tenga la solución. Esta se va construyendo colectivamente, a prueba y error. Así, logran que funcione el equipo de radio o derretir la nieve para hacer potable el agua. De esa manera, pensando entre todos, determinan cuál es la mejor forma de salir a buscar ayuda.

Un horizonte común es imprescindible. Está claro que la negatividad no ayuda en situaciones de crisis. Sino más bien al contrario. Es necesario tener claro un norte compartido, un camino a seguir, para visualizarlo y movilizar todas las fuerzas necesarias para alcanzarlo. En este caso volver a casa y abrazar a los seres queridos es el gran horizonte. Sin embargo, esto no siempre se consigue. A veces ese horizonte se nubla y alguno de ellos pierde todas las esperanzas. En grupo, tratan de darse ánimos, “¿Ahora se van a dejar morir? ¿Después de todo lo que pasamos?”, resuena la arenga de Roberto en el silencio de la montaña.

La comunicación es clave durante las crisis. Por más difíciles que sean las circunstancias que están atravesando no hay agresiones físicas ni verbales. Sí diferencias, pero a través de un diálogo sensato se llega a los consensos clave. Conversan, debaten y exponen sus pensamientos, miedos e inseguridades. Y hay lugar para la escucha atenta. Se contienen entre sí. Ese intercambio sincero los hace mejores.

Tener presente las cinco enseñanzas anteriores que nos deja la película se vuelve relevante, sobre todo en la profunda crisis de la sociedad argentina actual, donde muchos de dichos valores se ponen en tela de juicio a diario: se buscan soluciones individuales a problemas colectivos; ciertos líderes gritan agresivamente lo que creen sus verdades y no dan lugar a posibles errores de cálculo ni a autocríticas; se importan ideas foráneas sin adaptarlas a nuestra realidad e historia; no hay consensos sobre los horizontes a los que aspiramos; y la comunicación mediática se vuelve cada vez más hostil y violenta.

En este contexto, la película La sociedad de la nieve adquiere una profundidad que va más allá del mero relato de un acontecimiento histórico, por trágico y épico que este sea. Este film nos invita a reflexionar sobre temas que atraviesan la condición humana, que podrían trascender el tiempo y convertirla en un clásico, no solo del cine, sino de nuestra cultura común.

Por eso, la sola nominación a los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, conocidos popularmente como los premios Óscar, es una apuesta a un ideal de sociedad de la que tenemos mucho que aprender, como ocurrió el año pasado con Argentina, 1985. Tenemos la oportunidad de que este tipo de películas se conviertan en un espejo de nuestras propias vidas y un puente hacia la comprensión mutua y el crecimiento colectivo. O al menos con esa lectura personal me quiero quedar.

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