La política monetaria y cambiaria implementada por el Ministerio de Economía y el BCRA han dado sus frutos estos primeros tres meses de gestión. La acumulación de reservas; el descenso y posterior estabilidad de las versiones libres del dólar; la fuerza con la que han subido los bonos, y las acciones, dan sobrada cuenta de ello.
A su vez, la desactivación de la enorme bomba de pasivos monetarios heredada del gobierno anterior, la exitosa gestión de la deuda de los importadores y la inflación que se encuentra en desaceleración, también son claros indicadores de que lo hecho al momento está en el sentido adecuado.
La contracara de esta política ha sido una enorme licuación del poder adquisitivo de la mayoría de la población, generando un bravo parate en la economía. Este costo es posiblemente ineludible en algún grado para frenar la inflación galopante producto del descontrol monetario de 2023. El camino elegido tiene más de licuadora que de motosierra, pero bien sabemos que lo perfecto es enemigo de lo posible. A la luz del ordenamiento macro obtenido en apenas tres meses, nada se le puede recriminar al gobierno en términos cambiarios y monetarios, hasta ahora.
En la historia del país abundan ejemplos de gobiernos que se han enamorado de políticas económicas exitosas en los comienzos de sus gestiones, pero han pagado precios altos por no haber sabido cambiarlas a tiempo. Es entendible, nadie quiere cambiar algo que funciona. El problema es que por no saber hacerlo en el momento adecuado, las decisiones que han brindado una solución al principio, engendran un nuevo problema más tarde.
No va a ser fácil acomodar la economía luego de años de pésimas decisiones. Conseguir el famoso rebote en “V” combinado con la inflación a la baja, requiere de la destreza de un equilibrista experto, lo que no admite un solo paso en falso.
Uno de esos riesgos, es que el gobierno caiga en la tentación de seguir atrasando el tipo de cambio en términos reales un tiempo más (como “ancla nominal”), pero luego verse obligado a hacer otra devaluación con la economía rebotando. Eso generaría un nuevo pico inflacionario y nos dejaría atrapados una vez más en el eterno espiral devaluación-inflación.
La correlación entre la cotización del dólar y los precios de la economía no es la misma en medio de una recesión con una plaza seca de pesos, que en una economía ya rebotando y abundante de pesos, provenientes de la emisión que el BCRA tendrá que hacer para comprar los dólares de la cosecha.
En los últimos dos meses, los tipos de cambio libres han bajado en torno a un 20%, mientras que la inflación acumula una suba promedio de 40%, volviendo a Argentina sorpresivamente cara en dólares si comparamos contra los últimos cuatro años. Cualquier precio de la economía local ha subido de mínima un 50% en dólares los últimos meses. Ni siquiera quedan uruguayos cruzando la frontera para hacer compras masivas en los supermercados de Gualeguaychú.
La pregunta entonces es si el tipo de cambio real ya no está lo suficientemente apreciado como para acelerar el crawling peg desde ahora, que luce menos inflacionario que implementarlo más adelante. Sin dudas, hacerlo le quitaría presión a la eventual necesidad de devaluar en el futuro, pero ¿Vale la pena pagar un pequeño costo hoy, a fines de bajar el riesgo de tener que pagar un gran costo dentro de algunos meses?