Sin lugar a duda, en los comienzos de la conformación del Estado nacional, en Argentina, la educación fue una prioridad y un objetivo a cumplir.
Si hacemos una mirada en clave histórica sobre el S XIX, es necesario destacar a Manuel Belgrano, quien fue un adelantado, no sólo en su discurso, sino también en sus acciones; promovió la educación para todos y todas, destacando a la mujer como sujeto de derecho, y defendió la escuela gratuita y obligatoria. Si bien hay que enmarcarlo en la época en la que lo propuso, un tanto diferente al contexto actual, su mirada fue innovadora. Consideraba que la economía y la educación eran dos grandes valores para construir una Nación, cuya formación era a través de la educación, la industria y el comercio.
Belgrano creía que uno de los principales medios para mejorar las condiciones de vida de los sectores más postergados era crear escuelas gratuitas y amplió la visión acerca de los nuevos sujetos pedagógicos, sostenía que todos debían acceder a la educación: las mujeres, los desposeídos, los indios, los huérfanos y los pobres. Asimismo, valoró a la maestra por su función social. Es interesante la consideración del docente: “el maestro, en todos los actos públicos o patrios, tiene que estar al lado de la máxima autoridad y se lo debe de considerar un Padre de la Patria porque es el que enseña, es el que transmite los valores a los futuros ciudadanos que serán futuros gobernantes y empresarios” sostenía.
Por otro lado, en cuanto a otros próceres, el relato histórico destaca la participación que tuvieron en la gesta sanmartiniana algunas mujeres bien conocidas por el imaginario colectivo: las Patricias Mendocinas, Remedios de Escalada y la hija del matrimonio, Merceditas. Todas ellas, mujeres de alta estirpe y de clases acomodadas. Sin embargo, plantea Beatriz Bragoni, Doctora en Historia, el universo femenino que hizo suya la causa por la Patria Grande libre y soberana, es mucho más amplo y, sobre todo, más diversificado: indias, mestizas, esclavas y jornaleras que priorizaron el ideario libertario por sobre cualquier sacrificio en sus vidas cotidianas. Y otras tantas mujeres que se opusieron de modo abierto a la gesta del Padre de la Patria.
En este sentido, “es erróneo creer que las mujeres de esa época no participaban en política. Se trata de una falacia, las mujeres tuvieron un rol protagónico y participaron de diferentes formas. Algunas pelearon en las batallas, otras contribuyeron a la organización del ejército y muchas lo hicieron de manera anónima.
Por otro lado, Domingo Sarmiento consideraba indispensable jerarquizar la educación de la mujer, que requería una preparación como ninguna otra y exaltaba su papel en la docencia. En Estados Unidos Sarmiento se encontró con el educador Horacio Mann, quien más tarde sería reconocido como el “padre de la educación norteamericana” y su esposa Mary, con quienes rápidamente compartió ideales y objetivos. Fue con ellos con quienes concretó, en 1865, la idea de traer a la Argentina algunas maestras norteamericanas. Pero fue a partir de 1868, como presidente en este país, cuando la idea comenzaría a concretarse.
Apenas llegó al país del norte, recorrió los edificios escolares. En la obra de De Marco (h), se toman las palabras de Sarmiento, quien dejó escrito: “El principal objeto de mi viaje era ver a míster Horace Mann, el secretario del Board de Educación, el gran reformador de la educación primaria, viajero como yo en busca de métodos y sistemas por Europa, y hombre que a un fondo inagotable de bondad y de filantropía, reunía en sus actos y sus escritos una rara prudencia y un profundo saber. Creaba allí, un plantel de maestras de escuela que visité con su señora, y donde no sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía como ramos complementarios de su educación. Eran niñas pobres que tomaban dinero anticipado para costear su educación, debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras; y como los salarios que se pagan son subidos, el negocio era seguro y lucrativo para los prestamistas”.
Cecilia Yornet señala que Sarmiento había soñado traer mil maestras norteamericanas a la Argentina. Lo cierto es que entre 1869 y 1898 llegaron sesenta y cinco docentes. De ellos, sólo cuatro eran hombres. Las “hijas de Sarmiento”, como se los empezó a llamar, venían de Nueva York, Pennsylvania, Maryland, Virginia, Ohio, Nueva Inglaterra, entre otros puntos de Norteamérica. Habían respondido a la convocatoria del gobierno argentino que no sólo difundió personalmente Mary Mann, sino que incluso se publicó en los principales diarios de Estados Unidos. El gobierno argentino les ofrecía un contrato por tres años, que comenzaba a correr en el momento en que se embarcaban hacia este país. Una vez aquí, tenían cuatro meses para aprender el idioma y ambientarse, lo cual se hacía en Paraná, lugar donde se había creado la primera Escuela Normal argentina. Después de esa preparación, eran destinadas a distintos puntos del país donde se estaban creando estas escuelas.
A escala internacional, las primeras en ingresar a la universidad fueron las francesas, en 1864, y pocos años después, otras universidades europeas aceptaron mujeres. Es conocido el caso de una médica española que tardó unos cuantos años en recibir su título por el solo hecho de pertenecer al universo femenino, en 1872.
Más allá de algunas de las miradas planteadas, la situación general de la mujer durante el siglo XIX -sin importar qué procedencia tuviera- era casi con nulidad de derechos, además que no se movía en el ámbito público, sino en el ámbito íntimo y privado. Por ello, es interesante destacar específicamente a mujeres que, por su inteligencia, su perseverancia, su sagacidad e influencias pudieron abrir caminos en ámbitos que estaban dominados solamente por varones: mujeres en la educación, en la escritura, en el periodismo, en el arte, tales como Juana Manso, Eduarda Damasia Mansilla, Sara Eccleston, de Rosario Vega Peñaloza, entre otras. Ellas encontraron, a través de algunos funcionarios de turno, un lugar para actuar y lograron cambios en la sociedad, espacios que aún hoy cuesta ganar en los albores del siglo XXI.
Por lo tanto, es necesario tomar conciencia y luchar para que los gobernantes propongan escenarios de igualdad a varones y mujeres desde que son muy pequeñitos y que la escuela no sólo abra las puertas a las jóvenes en situación de embarazo o maternidades precoces, sino que eduque en paridad de derechos. Será la única forma de honrar a los próceres que nos antecedieron, quienes hace más de 250 años ya creían que la mujer debía ser parte activa de la sociedad en plena igualdad de condiciones.