El 17 de marzo de 1992, los argentinos sufrimos el primer embate del terrorismo internacional en nuestro territorio. Aquella tarde, Buenos Aires fue blanco del integrismo asesino, con el auspicio de un Estado extranjero que violó flagrantemente la soberanía de nuestro país y la del Estado de Israel: la República Islámica de Irán estuvo detrás de este ataque. El mismo fue perpetrado por la Jihad Islámica, brazo armado de Hezbollah, tal como indica el fallo de la Corte Suprema de la Nación. Dos años más tarde, ese mismo terrorismo repetiría el mismo modus operandi para atentar contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA).
Hoy recordamos los 32 años de un acto salvaje que se ensañó contra nuestro país. La barbarie terrorista no tuvo miramientos y su locura asesina se cobró la vida de 29 personas y provocó 242 heridos. Los inocentes que perdieron la vida no fueron solo miembros de la embajada. En ese momento se fundieron en un mismo y fatal destino hombres y mujeres que estaban viviendo en la zona o que pasaban circunstancialmente por allí. Por ejemplo, uno de los fallecidos fue el entonces párroco de la iglesia “Mater Admirabilis”, Juan Carlos Brumana, quien ejercía su ministerio sacerdotal en ese templo católico ubicado frente a la sede diplomática. También murieron tres ancianas alojadas en la cercana Residencia “San Francisco de Asís”.
Cuando hace poco más de cinco meses asistimos a las atroces imágenes que nos llegaban desde Israel, sentimos la misma impotencia e indignación. El pasado 7 de octubre de 2023, tal como ocurrió en Buenos Aires hace tres décadas, el integrismo radical volvió a mostrar su cara más oscura. Las vejaciones a las que fueron sometidas las víctimas de este último acto de terror y la profanación cometida sobre sus cuerpos indignan a cualquier persona de bien, sea del credo que sea.
La existencia del Estado de Israel está siendo desafiada por un grupo terrorista, Hamas, que ha dado muestra cabal de su desprecio por la vida humana. Cegados por el fanatismo y el odio, estos terroristas cometieron un verdadero crimen contra la humanidad. El secuestro de ancianos y niños es el reflejo de la locura asesina que los guía. Muchos siguen aún hoy cautivos en la Franja de Gaza, nueve de ellos son argentinos.
Detrás de su prédica antisemita se proyecta la sombra del régimen iraní, que aprovecha cada oportunidad que se le presenta para desestabilizar toda la región. Frente al odio y la sinrazón, los Acuerdos de Abraham firmados por Israel con una serie de naciones árabes de Medio Oriente y África (Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos, etc) demuestran una vocación por construir puentes y entablar un diálogo constructivo entre los pueblos que están destinados por la geografía y una historia común a compartir un mismo vecindario.
A más de 12.000 kilómetros de distancia, Argentina es un país que históricamente se caracterizó por la convivencia entre personas de distintos credos en un ámbito de concordia. Eso fue lo que buscó destruir el atentado contra la Embajada de Israel, puntapié inicial de la infiltración de la violencia integrista en nuestra región. Al día de hoy, no podemos bajar la guardia. Contamos con información fehaciente sobre la penetración de grupos terroristas, como Hezbollah, en los países del Cono Sur. Sabemos también que existen gobiernos latinoamericanos que hacen negocios con Irán, a sabiendas de que las manos de los líderes del régimen de Teherán están manchadas con sangre.
No podemos, en aras de la realpolitik, cerrar los ojos frente a los crímenes que Irán y los grupos terroristas a él asociados siguen cometiendo en todo el mundo. Argentina ha tenido el valor de declarar a Hezbollah como “organización terrorista” y decidir, a través de la Unidad de Información Financiera (UIF), el congelamiento de los activos de ese grupo, de sus líderes y de las entidades específicas de su ala militar.
También debemos proteger mejor nuestras fronteras para evitar que sean permeables a la penetración de organizaciones terroristas internacionales. Grupos como el Hezbollah ya demostraron en el pasado su capacidad de destrucción, valiéndose de conexiones locales y actuando con total impunidad. Hay que golpear a estos grupos en su víscera más sensible: el bolsillo. Solo cortando el financiamiento con el que cuentan será posible detener su accionar.
Volviendo al atentado que enlutó nuestro país hace 32 años, el esclarecimiento de los hechos y la condena de sus responsables es una deuda pendiente del Estado argentino. Esta herida abierta no podrá cerrarse hasta tanto no estén tras las rejas los autores materiales e intelectuales de este acto aberrante. El reclamo de castigo a los responsables del barbárico atentado a la Embajada de Israel está hoy más vivo que nunca.
“El terrorismo es un mal en el origen porque viene del odio, y lo es también en sus resultados, porque no construye, sino que destruye”, afirmó el Papa Francisco durante su primera visita oficial como Pontífice a Tierra Santa, en mayo de 2014. Nos unimos a su llamado a la paz y el respeto entre los pueblos de los distintos credos religiosos: “Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia. Trabajemos juntos por la justicia y por la paz”.