Liberalismo versus estatismo

Si los países fuertes, como Estados Unidos, China, la Unión Europea o Rusia protegen sectores de sus economías, ¿qué nos lleva a imaginar que los débiles no estarían en condiciones de hacerlo?

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Javier Milei
Javier Milei

Un joven intentaba explicar las virtudes del liberalismo desde la Unión Económica Europea. En su exposición, destacaba que los europeos pueden cruzar las fronteras, pasar de un país al otro como si se tratara de la misma sociedad. No parecía advertir que con esa estructura, esos países se han dado una protección para todos. Nosotros no podemos integrarnos con ellos porque perturbaríamos al agro francés o español, por ejemplo. Son producciones pequeñas, pero las defienden y protegen mediante legislaciones tan explícitas y racionales como inviolables. Cada quien se sirve del liberalismo para incentivar su sistema productivo y del proteccionismo para defender su lugar en la sociedad. Una prueba de ello es China. Los chinos son absolutamente liberales hacia adentro como ampliamente estatistas hacia afuera. Estados Unidos es un ejemplo idéntico, no podríamos intentar un ingreso en ninguno de los mercados que protegen, para no hablar del tamaño de esas administraciones. Si los países fuertes, como Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia protegen, ¿qué nos lleva a imaginar que los débiles no estarían en condiciones de hacerlo?

Todos los Estados son fuertes. El error del kirchnerismo consistió en ocupar el nuestro para incorporar a fieles y seguidores; también para adaptar sus estructuras a sus negocios. Así fue utilizado y denostado el estatismo por una determinada fuerza política. Un intento de mezclar peronismo y socialismo, sin tener nada ni de uno ni de otro y ocuparse exclusivamente de la defensa de intereses propios.

En el 74, desde mi banca en la Cámara de Diputados, presenté un proyecto donde proponía suspender los contratos por 10 años. Recuerdo que en su retorno, Perón encontró una casa de gobierno con 2.500 empleados. “Me fui y había 250, con este número no se puede hacer un país”, fue su reflexión. Habían multiplicado por 10 los trabajadores estatales. Los empleados públicos no fueron jamás una base del peronismo, sí lo eran los obreros industriales, todo ese desarrollo sindical de la industria. En ese sentido, creo que se equivocan quienes se refieren al liberalismo como ideología, cuando debe ser aquello que nos lleve a competir. Ahora bien, con los extranjeros no lo hace absolutamente nadie. Para eso, hay tratados, mercados y acuerdos. La indefensión no es una concepción de la libertad ni puede serlo.

Esta idea de que los chinos se volvieron liberales o los europeos lo son transita por el borde de lo grotesco y marca la limitada concepción de algunos economistas para entender las sociedades, que son algo más que estructuras económicas. Ponen el valor del dinero por encima del valor de la sociedad y eso explica que no haya detrás de este proyecto seres que expresen sabiduría ni riqueza intelectual. Por el contrario, son casi todos sombríos personajes que se deleitan en sus palabras. El presidente con la fábula del burro ante los estudiantes, con su apoyo entusiasta desde las redes a indignantes comparaciones entre un gobernador y un niño con síndrome de Down, o a la imagen de ese mismo funcionario sodomizado por cuatro periodistas complacientes, es un ejemplo, entre tantos. Por su parte, la Canciller insistiendo con la idea de que como los jubilados se mueren, ¿para qué darles un crédito? O con su irrespetuosa asimilación de la homosexualidad a la pediculosis en cuanto al rechazo que ambas pueden suscitar en los demás dado que todos somos libres. Todo en nombre de una bastardeada libertad de expresión mientras otras son amenazadas. Y cuando uno toma las palabras que los definen, se queda pensando que la libertad para ellos no es más que el triunfo del mediocre sobre el talentoso, la supremacía del dinero sobre cualquier tipo de formación intelectual o social que, es evidente, subestiman y denigran.

Apoyar a Milei hoy no implica ser ni de derecha, ni liberal, ni conservador. Es simplemente asumirse autoritario. Estar en contra de la democracia, de la división de poderes, del pensamiento libre, y caer en un recetario que por su pequeñez sólo se puede sostener destapando errores del pasado dada la imposibilidad de mostrar aciertos del presente. Está claro, Milei vino para favorecer a los grandes grupos económicos con el burdo pretexto de que esas prebendas nos darán un premio en trabajo, un obvio trabajo de esclavos.

Lo más atroz es que fue tan malo el gobierno anterior que la sociedad se vio inclinada a depositar su fe en la demencia, y la demencia en este momento demuestra ser peor que la corrupción, aun cuando al favorecer a los grandes grupos económicos, transita la esencia de la corrupción. Ni quienes apoyan a este presidente ni el periodismo aplaudidor quieren advertirlo.

Nunca imaginé, hasta la llegada de Milei al poder, que hubiera tantos fascistas. Me asombra y me explica la cantidad de golpes de Estado que soportamos. Milei ganó las elecciones contra Massa, confrontación en la que fue absolutamente mayoritario. Pero desde el inicio de su desempeño como gobernante, definió con claridad su conflicto real, que es con la democracia, sistema que detesta y pretende ir socavando mediante una metodología autocrática de desconocimiento de la independencia de poderes.

Existe sin embargo un liberalismo coherente, con rumbo, interesado en preservar ese pensamiento del mal uso que intentan darle quienes hoy conducen el país. Yo diría que eso fue lo que hizo el peronismo para salvarse de las barbaridades que, en su nombre, cometió el kirchnerismo. Si hubiera tenido esa diferencia, planteada ahora por muchos liberales dignos en relación al Estado, el peronismo y el radicalismo gozarían de una vigencia de la que carecen en el presente.

Llama la atención que aparezcan documentos firmados por la totalidad de los gobernadores como reiteración de su reunión con Francos, espacio válido para calmar las aguas. Pero la ausencia del Presidente y la debilidad del ministro del Interior marca una penosa debilidad de la política actual. Esencialmente porque no es tan democrática como pretenden mostrarla.

Lo que más duele es la esperanza de los humildes, de quienes, necesitados de un futuro, sostienen que hay que darle tiempo al gobierno, como si en el tiempo pudiera resolverse algo, como si no solo se demorara la desnudez de un sistema que, habiendo congelado salarios y jubilaciones, aumentó cuatro veces la nafta. Para quien sabe algo de política, con esa sola muestra de sangre alcanza para definir el cuerpo y la enfermedad de un Estado que imagina el dulce triunfo de la estabilidad monetaria sin medir la pobreza con la que va a llegar a ese triste logro sin sentido.

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