Las elecciones en Rusia, los propósitos de Putin

Serán seguramente un trámite, pero es preciso considerar aquellas cuestiones que están en la mira del presidente

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El presidente ruso, Vladímir Putin. EFE
El presidente ruso, Vladímir Putin. EFE

A menos que un impacto inesperado y mayor se produzca en Rusia que impida el evento electoral del 17 de marzo, todo indica que el presidente Vladimir Putin será una vez más elegido para continuar al frente del país-continente. Al menos dos situaciones marcan diferencias con presidenciales anteriores. La principal es que el país se encuentra en guerra desde hace más de dos años, si bien el régimen nunca ha empleado ese vocablo por considerar que se trata de una “Operación Militar Especial”, algo así como una gran operación contraofensiva de defensa.

En cualquier caso, lo que sucede en Ucrania no escapa a la precisa definición dada en su momento por Carl von Clausewitz en On War: un acto de violencia cuyo objetivo consiste en imponer nuestra voluntad al adversario. La otra es que el carácter autoritario del poder se ha vuelto más opresivo, al punto que nunca la oposición fue tan nominal como hoy.

Si bien la guerra fungió favorable para que el régimen impulsara una legislación más centralizadora y altamente sensible a la más mínima crítica a la “operación” en Ucrania (nadie habla de guerra en Rusia), el pulso del régimen frente a la oposición se endureció desde bastante antes del 24 de febrero de 2022.

Una tercera situación sería que Putin podría llegar a ser reelegido en 2030 y disponer de seis años más en el cargo. Sí se diera ese escenario, Putin habrá estado en el poder 24 años ininterrumpidos, 32 si sumamos sus primeros dos ciclos (2000-2008), superando apenas a Stalin quién con un poder totalitario rigió la URSS por casi 30 años (1924-1953). Pero no podemos saber si será así. Lo que sí podemos decir es que, si bien las presidenciales son prácticamente un “trámite” político-social, es importante reflexionar sobre los propósitos del mandatario en relación con las mismas.

Aunque el evento tiene lugar en una Rusia bajo mordazas, las elecciones cumplen con la legitimidad. La población votará “libremente” y podrá elegir distintas opciones, pues no estamos en un régimen de partido único como lo fue la URSS por casi 75 años. En todo caso, un régimen de partido super-predominante.

Sí Putin es elegido por más del 60 por ciento de los votos (aproximadamente el porcentaje de respaldo del que goza hoy), el actual mandatario contará con una carta de categórica aprobación que siempre la podrá exhibir. Pero para Putin acaso lo más importante no está en ello, sino en uno de los propósitos que anhela con la elección: la aprobación a la situación en el frente militar de Ucrania. Pero más aún: en lograr la “nacionalización” de la guerra, es decir, el compromiso casi granítico del pueblo ruso con la guerra. Entonces, nadie después de las elecciones se referirá a “la guerra de Putin”, sino a la “guerra de Rusia”, y forzando un poco más, “la guerra de Rusia contra un país que no existió nunca, salvo entre 1922 y 1991 por decisión del poder”.

Casi unido a este propósito, para Putin es importante la cuestión ideológica. Pero no en términos de concepción revolucionaria global, sino estrictamente nacional, patriótica e identitaria frente a los retos externos casi perpetuos que afronta Rusia. María Snegovaya y Michael Kimmage se han referido al componente ideológico del régimen ruso en los siguientes términos: “En los últimos años fueron publicados decretos o documentos tendientes a afirmar los valores espirituales y morales de Rusia.

En otras palabras, el régimen ha buscado fortalecer todos aquellos patrones culturales que hacen de Rusia una civilización distinta. Está narrativa se apoya en la necesidad de un Estado fuerte, el único que garantiza esos valores y el estatus de potencia mayor”. Las elecciones son también importantes para que Putin haga más ostensible no sólo la gestión “exitosa” frente al gran candado que implican las trece rondas de sanciones internacionales, sino el neto carácter occidental de las mismas.

Es decir, es una parte minoritaria la que sanciona a Rusia. La parte mayoritaria y emergente del mundo no sólo no sanciona a Rusia, sino que apoya a Rusia y aumenta sus vínculos con ella. Sin duda, una ganancia en materia de política exterior. Finalmente, el gran reto que solo podría ser llevado por el líder ruso menos conveniente para los intereses de Occidente: la modernización de Rusia en clave rusa, es decir, diversificar su estructura económica sumando tecnologías mayores, inteligencia artificial, telefonía móvil, biotecnología, robótica, nanotecnología, hologramas, pero sin las interferencias e injerencias de terceros anti Rusia que pretenden explotar sus riquezas.

Este reto es el que espera a Rusia después de la guerra. Es el desafío mayor de su historia, pues de su resultado dependerá sí Rusia continuará siendo un gran poder o ascenderá a la selecta categoría de potencia mayor completa, la que hasta hoy solo la ostenta su adversario, Estados Unidos, seguida de cerca por China. Las elecciones en Rusia serán seguramente un trámite, pero es preciso considerar aquellas cuestiones que están en la mira del presidente y que, en gran medida, decidirán el curso y el sitio de Rusia en el complejo e incierto mundo del siglo XXI.

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