En los últimos meses, hemos sido testigos con pesar del cierre repentino de varios colegios en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), sumergiéndose en la tristeza de comunidades educativas que ven desaparecer instituciones que alguna vez fueron faros de conocimiento. Sin embargo, más allá de la desolación, es imperativo analizar estas situaciones como oportunidades de reflexión y cambio en el sector educativo.
Es innegable que la economía y la inflación han arrojado sombras sobre la supervivencia de muchos colegios privados, llevándolos a enfrentar altos índices de morosidad en las cuotas y, en última instancia, al cierre. En este contexto, es esencial reconocer que la educación privada, aunque llevada a cabo con pasión y compromiso, también es un negocio. Un negocio que demanda sostenibilidad y rentabilidad para asegurar su continuidad y calidad.
El tema sin embargo es más complejo. La crisis de los colegios no tiene que ver sólo con la inflación y la situación económica. Hay otras dimensiones a analizar y actuar en consecuencia. La primera de ellas es un mercado diferente al de 20, 30 o 40 años atrás cuando muchos de los actuales colegios privados fueron fundados. En general, las familias tienen menos hijos (2 en promedio), y las dinámicas familiares han evolucionado. Esto exige una nueva mirada sobre la política de descuentos o incentivos promocionales que aún ofrecen los colegios. ¿Qué sentido tienen los descuentos del 20 o 30% en matrícula o cuotas para familias de 3, 4 o 5 hermanos si son muy pocas y cada vez menos? Tal vez convenga más ofrecer un descuento a una familia que atraiga a otra, en marketing le decimos una acción “peer to peer”, ¿no tiene más sentido?
En este viaje de adaptación, el componente comercial se revela como un aliado necesario. Por ello, la siguiente dimensión tiene que ver con las herramientas y procesos con los que cuentan las instituciones educativas para captar nuevos alumnos. Es momento de desterrar los prejuicios hacia términos como “venta” o “comercial” y reconocer que la captación de alumnos es un proceso esencialmente comercial. Los colegios privados deben dejar de esperar pasivamente y, en cambio, salir a buscar a aquellos que puedan beneficiarse de su propuesta educativa.
Aquí es donde entra en juego la “huella digital”. En la era de la información, la presencia online de los colegios se convierte en el primer punto de contacto para las familias en busca de educación. Aquellos colegios que adopten estrategias digitales efectivas, desde anuncios en Google hasta el uso de inteligencia artificial en sus sitios web, estarán mejor posicionados para atraer y retener a nuevas generaciones de estudiantes.
La transformación digital, sin embargo, no solo se trata de herramientas tecnológicas. Implica una renovación en la comunicación, donde las agencias de marketing y relaciones públicas desempeñan un papel crucial. La profesionalización en estos aspectos no solo mejora la imagen de la institución, sino que también se convierte en un motor de referencias positivas, la principal fuente de nuevos alumnos.
Así, en medio de la proliferación de nuevos modelos pedagógicos y la fragmentación educativa, la diferenciación y una comunicación efectiva se vuelven imperativas. Aquellos colegios que abracen estas tendencias y se adapten a la nueva realidad del mercado educativo no solo sobrevivirán, sino que prosperarán, asegurando un futuro sostenible para la educación en nuestro país. La clave está en la voluntad de adaptarse y en la exploración de las numerosas oportunidades que se presentan en este camino de transformación.