El perdón genuino

A tres años de la muerte del guitarrista de Callejeros, la ex abogada de la banda recuerda a Maximiliano Djerfy, condenado por Cromañón y quien perdió a cinco familiares tras el show

El guitarrista de la banda asistía a las audiencias de juicio por la tragedia de Cromagnon (Télam)

Hace tres años moría Maximiliano Djerfy, el guitarrista de Callejeros, procesado y condenado por la tragedia de Cromañon. Tenía 46 años y se descompensó mientras jugaba un partido de fútbol. Entre todos los juicios, entre todos los acusados, hubo una constante: el catálogo de negaciones y excusas frente a tanta prueba y tantas miserias humanas. Ese escenario no habilita la hipótesis del perdón como mínima señal de reparación al daño irreparable que es un hijo muerto. El único músico que eligió la búsqueda de la verdad y no quiso entorpecer el juicio fue Maximiliano.

La noche del 30 de diciembre de 2004 siete integrantes de su familia habían ido a Cromañon. Volvieron solo dos. Uno fue su padre a quien él mismo encontró debajo de una escalera y alcanzó a subirlo a una ambulancia. El otro fue su primo. En cambio, su ahijada María Belén, su prima Carol, su madrina, su tío y los amigos del barrio murieron en la tragedia.

Cuando se fijó la fecha del inicio del juicio, Callejeros decidió seguir tocando, vender remeras y exhibir pancartas con la frase “La Musica no Mata”. Se le sumaron ignorantes inescrupulosos que se fotografiaban con esa frase. Se lucró con la tragedia y se generó más dolor a conciencia. Con el marketing de “Basta de culpar a Callejeros” se llegaron a vender desde mochilas y remeras hasta vinchas y bandera. Todo terminó como se sabe: en una estampida de violencia provocada por un ‘fuck you’, dentro de la sala de Tribunales. Eso también era evitable, pero de vuelta: se eligió el camino de aplastar al otro.

Durante ese juicio oral, el único de los Callejeros que asistía a todas las audiencias fue Djerfy. Ahí se respiraba el horror. Desfilaban familiares, relataban los momentos previos a la tragedia, detallaban el dolor ante la muerte de esos chicos.

Las víctimas de Cromañon (Credito foto: Franco Fafasuli)

Las fotos de las víctimas pasaron del portaretratos a la pancarta y de la pancarta al pecho y de ahí al banco del público. Muchas veces la sala de audiencias quedaba vacía y era muy difícil entender que entre las fotos de las víctimas que los padres todos los días colgaban en los asientos, estaban los rostros de la familia de Djerfy. Ahí, del otro lado del blindex, separados por un vidrio, Maximiliano miraba todos los días cada foto. Me decía: ‘ahí está Carol; ahí mi tío, ahí mi madrina... Están todos”.

Callejeros eligió la estrategia de señalar a su propio público fallecido como causantes del riesgo evitable: repetían en sus presentaciones “las bengalas vinieron de ahí”…Ahí, estaba el público.

El público falleció y al juicio iban los sobrevivientes y los padres. Era el lugar y la oportunidad de pedir perdón.

Cada vez que se proyectó en el público fallecido esa culpa, se ofendió una y mil veces la memoria de cada una de esas víctimas y de cada uno de los sobrevivientes; de cada madre, cada padre. Los 194 chicos no podían contestar, pero los padres y sobrevivientes (no todos) sentían con cada reiteración y cada expresión de los ignorantes de turno un puñal en el corazón revolviendo la herida.

La búsqueda de la justicia es como caminar con un vidrio clavado en la planta del pie: se puede avanzar, pero duele, se infecta, a veces hasta hay que amputar... Como sea, no se vuelve a pisar igual.

Maximiliano entendía que dentro de esas expresiones que formaban parte de presentaciones de abogados a las que adhirió sin comprender, iba implícita la ofensa y el momento de repararla era en el juicio: porque pese a su dolor, a su pena natural -la pérdida de su familia- y a estar sentado como acusado, era la única oportunidad que la cercanía le permitía. No dependían de él ni la aceptación del arrepentimiento ni el reconocimiento de ese perdón, pero él era el que podía dar el primer paso.

Maximiliano Djerfy

Fue iniciativa de él. Lo primero que hizo fue mirar a esas víctimas y pedirles perdón. El perdón genuino que cuando es de corazón se sabe auténtico y repara en algo al que quiere perdonar humanamente. Para juzgar, están los jueces; para entender, hay que leer la sentencia.

Djerfy fue condenado a cinco años de cárcel por la tragedia de Cromañón: incendio ocurrido el 30 de diciembre de 2004 durante un recital de Callejeros, en el que murieron 194 personas y más de mil resultaron heridas. Entre las víctimas, había había cinco familiares directos de Djerfy. En el juicio oral, junto al resto de los músicos, había sido absuelto. En 2015 un fallo de Casación lo condenó. Estuvo preso poco más de dos años entre la cárcel de Ezeiza y el penal de Marcos Paz, hasta que a finales de 2016 le otorgaron la prisión domiciliaria.

Ahora a punto de cumplirse 20 años de aquella tragedia, se reinician con novelas oportunistas y reversiones tiznadas de política, los ánimos de lucro de siempre, disfrazados de homenaje. 20 años después se reinterpreta el dolor y se intenta instalar la verdad que vende libros o series. Otra falta de respeto innecesaria y a conciencia. Cromañon, mientras tanto, es el monumento a la corrupción que no visita ningún presidente.