El viernes por la tarde, Karina Milei y Manuel Adorni visitaron un salón de la Casa Rosada que acababa de cambiar de nombre y de fisonomía. Hasta el día anterior, se llamaba Salón de las Mujeres. Pero ese mismo viernes la voluntad presidencial dispuso que pasara a llamarse “Salón de los Próceres”. En este caso, no hay discusión sobre el artículo de la nueva denominación. Debe aplicarse “los” porque el conjunto de personas que la voluntad presidencial definió como próceres está compuesto sólo por hombres.
Ese último detalle, la omisión de las mujeres entre las figuras destacadas de la historia argentina, expresa una perspectiva extrema, que no solo contrasta con el movimiento feminista. Cualquiera que pasee por Puerto Madero descubrirá que ese barrio, creado en los años noventa gracias a una gran idea de Carlos Menem, lleva en todas las calles nombres de mujer, entre ellos, Azucena Villaflor, la primera líder de las Madres de Plaza de Mayo, o Alicia Moreau de Justo, la cofundadora del Partido Socialista. En estos tiempos a alguna gente le parecerá una herejía, o una imprudencia, nombrar a las Madres de Plaza de Mayo o a una mujer socialista, pero lo cierto es que Menem, un hombre por cierto muy inteligente, no tenía inconvenientes en incluirlas en el panteón de la Patria.
Algunas personas podrán sentirse emocionadas por la decisión de que las mujeres no tengan un salón en la Casa Rosada. Otras -por momentos, el autor de esta nota- sentirán cierto cansancio ante las peleas por nombrar tantas cosas de acuerdo a la voluntad presidencial de cada momento, como si ese elemento menor -la voluntad presidencial-pudiera cambiar la realidad nombrándola de otra manera.
Y otras sentirán dolor, bronca o se irán a dormir enojadas y ofendidas, entre ellas gran parte de las cientos de miles que se manifestaron en todo el país durante la tarde del viernes. Eliminaron el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada justo el Día Internacional de la Mujer, y lo cambiaron por un salón de próceres donde no hay ninguna mujer: están todo los elementos de una provocación. Para calmarlas, el talentoso Santiago Caputo, que conduce el omnipresente aparato de propaganda oficial, difundió un video donde se puede escuchar, textualmente: “Esta administración no va a promover desde el Estado militancias que generan discordia y división entre los argentinos”.
Todas estas conductas pertenecen, con todo, a un territorio simbólico, exactamente el mismo donde deben incluirse otras, como la de disponer, como se lee en el Boletín Oficial, que “durante el año 2024 toda la documentación oficial de la Administración Pública Nacional, centralizada y descentralizada, así como los Entes autárquicos dependientes de esta deberá llevar la leyenda ‘Año de la defensa de la vida, la libertad y la propiedad’”.
Pero, además, esta forma de mirar la vida tiene consecuencias más concretas. El Gobierno, por ejemplo, redujo en un 60 por ciento el presupuesto del programa “Acompañar”, diseñado para asistir a mujeres golpeadas por sus maridos, que sin ayuda no pueden irse de sus casas. A primera vista, el dilema de esas mujeres es dramático: quedarse donde un matón las golpea cuando se le ocurre, o salir a deambular y mendigar por las calles, muchas veces con niños pequeños.
Los países más democráticos del mundo han establecido distintos programas para asistirlas, que incluyen desde casas donde se asilan temporariamente hasta redes que les permiten encontrar trabajo más fácil, profesionales que las contienen o incluso, durante períodos cortos, un pequeño aporte económico. La incidencia presupuestaria del programa “Acompañar” es nula. Se trata de una decisión que obedece a otros criterios. Sus efectos dentro de las cuatro paredes de algunas familias pueden ser muy duros.¿Cómo se sentirá un hombre golpeador ante este tipo de señales? ¿Atemorizado o envalentonado? ¿Cómo se sentirá la mujer golpeada? ¿Contenida o indefensa?
La intención del Presidente de imponer una mirada propia sobre el lugar de las mujeres en la sociedad no se agotó allí. En esta misma semana, pronunció un discurso de apertura del ciclo lectivo, en el colegio Cardenal Capello, donde él mismo asistió cuando era un niño. Arrancó su discurso con la expresión “Hola, soy el León” y lo cerró con el grito “Viva la libertad, carajo!!!”. Es decir, tuvo todo el formato, y también el contenido, de un acto de campaña proselitista, esta vez ante niños que no tenían opción más que asistir a él.
En ese contexto, un alumno le preguntó cómo hizo para conseguir en solo un mes superávit gemelos. Milei le explicó que, hasta su llegada, los políticos se gastaban todo el dinero de la sociedad.
Y remató:
“Los políticos lo que hacen es irse de fiesta y pasarle la factura a generaciones que ni siquiera nacieron. Algunos además intentan matar, que son los asesinos de los pañuelos verdes. En este contexto, aviso que para mí el aborto es un asesinato agravado por el vínculo. Y eso lo puedo demostrar desde una perspectiva matemática, filosófica, desde el liberalismo y, además, desde lo biológico”.
Ese discurso es riquísimo para analizar los valores presidenciales. Un ratito antes de referirse a los “asesinos de pañuelo verde”, Milei les había contado a los chicos que ingresó a la escuela en 1977, “un año después de que se produjo el golpe cívico militar, una de las partes más oscuras de la historia Argentina, interpretado y reinterpretado, cosa que, digamos, los invito que lo hagan por ustedes mismos, siempre tengan espíritu crítico, lean un lado de la biblioteca y el otro lado”.
El contraste es notorio. Para juzgar a Jorge Rafael Videla, los chicos deben leer los dos lados de la biblioteca. Para hacerlo con una adolescente violada que debe abortar, no: el veredicto lo ofrece, masticado, el Presidente. Se trata de una escala de valores donde es más grave un aborto que las violaciones a los derechos humanos que se cometieron en el período 1976/1983. En la misma semana, un país capitalista y democrático como Francia incorporó a su constitución el derecho a interrumpir el embarazo, que no es considerado un delito en la inmensa mayoría de los países capitalistas y democráticos, aunque sí castigado en regímenes clericales, autocráticos, donde el Estado limita seriamente la libertad de los individuos. Milei celebró en sus redes que un medio del exterior titulara: “Milei les explicó a un grupo de alumnos que el aborto es un asesinato”.
En ese mismo acto, el Presidente hizo un chiste que aludía al pene de los burros, frente a niñas menores de edad, una de las cuales lo observaba a apenas centímetros del atril. Además, le pidió a dos de los integrantes de su gabinete que intervinieran ante la Universidad de Belgrano para que una profesora recibiera una sanción por no haber aprobado a Iñaki Gutierrez, el joven que “me maneja el TikTok”. Luego, se enojó con Teresita, una docente de la escuela que, al ser entrevistada esa mañana, se refirió con cariño a él pero agregó que era jubilada y le pedía un aumento. “Quedó demostrada que es una mentirosa, difamadora, robacámara”, escribió en sus poderosas redes. Teresita tenía pautada varias notas para el día siguiente. Las canceló a todas.
Hay distintas maneras de explicar toda esta ofensiva. El meteórico ascenso de Milei a la Presidencia de la Nación se nutrió, en una parte importante, de una corriente juvenil que se oponía, primero silenciosa y luego airadamente, a los planteos del movimiento feminista que impregnaron a la sociedad en estos años. Las decenas de miles de jóvenes que marcharon con pañuelos celestes, los jóvenes que se sentían agredidos por haber sido denunciados en las redes por acoso sexual y, muchas veces, cancelados en sus grupos de pertenencia, sus familiares, se expresaron primero fuertemente en las redes sociales y luego, al menos parte de ellos, encontraron un líder que legitimaba su punto de vista.
A eso, Milei le agregó una concepción según la cual la izquierda es tan fuerte gracias a que ha dado una batalla cultural durante décadas. Según esta mirada, las herramientas que habría utilizado para ganar esa batalla incluyen el adoctrinamiento en las escuelas, donde se ha transmitido el feminismo y la ideología de género. La ofensiva de estas semanas expresa un intento muy fuerte de desmontar todo eso que Milei percibe como un aparato de propaganda ideológica, y no como una búsqueda de que las sociedades sean más inclusivas y respetuosas de la libertad individual. Milei cree que la lucha por los derechos de la mujer es una expresión de marxismo cultural, cuando el territorio donde se ha desarrollado es Occidente.
Esa es una mirada: lo que hace Milei representa a una corriente ideológica que él expresa, potencia y lidera. Otra mirada sostiene que Milei tiene un problema personal serio en la relación con las mujeres que le discuten sus puntos de vista. De hecho, Milei ha agredido con muchísima violencia verbal a tantas mujeres distintas, como Sol Perez, Teresa Frías –tal vez el caso más grave--, Lali Espósito, Silvia Mercado, María O’Donnell, Elisabetta Piqué, Pampita, Viviana Canosa, Luisa Corradini, entre tantas. Es un patrón clarísimo que se ha expresado en cada paso de su carrera. Esas agresiones se complementan muy naturalmente con la eliminación del Salón de las Mujeres, el insulto a las mujeres que abortan, la exclusión de las mujeres de lugares destacados de la historia, el recorte del presupuesto de apoyo a las mujeres golpeadas.
Quienes lo defienden, en este sentido, tienen un punto: el también destrata a los hombres. ¿O no comparó a Ignacio Torres con un chico con síndrome de Down? ¿O no lo exhibió en cuatro patas, mientras él mismo “lo meaba”? ¿O no celebró porque lo estaban “cogiendo” en un canal de noticias? Si es así de agresivo con Torres, que es hombre, ¿por qué no lo sería con una mujer? Milei, dicen sus defensores, es agresivo con todos: no hace distinciones de sexo, raza o religión.
Tal vez haya una combinación de factores ideológicos y personales, como suele suceder con todos los líderes.
Sea como fuere, habrá que convivir con estas situaciones porque es lo que ha votado, y lo que aún defiende, la mayor parte de la sociedad argentina. Algunos lo harán con alegría, otros con dolor y otros deberán hacerlo con paciencia e inteligencia. Uno de los desafíos de la democracia consiste en tolerar todas las miradas, incluso aquellas que son agresivas y discriminatorias.
Son reglas difíciles de cumplir.
Pero son las reglas.