Hace tiempo que muchos funcionarios, tanto de la gestión nacional como de las provincias —si no todas, la mayoría—, vienen haciendo gala de un llamativo furor por la ESI. La Ley que estableció la obligatoriedad de la Educación Sexual Integral fue promulgada en 2006, pero mientras hasta 2018 consistía en una o dos charlas por año y especialmente en el nivel secundario, a partir del fracaso del primer intento de legalizar el aborto, las energías se volcaron a los contenidos de la ESI, para impregnarlos de una determinada ideología.
Mientras que 8 de cada 10 estudiantes del último año del secundario tienen dificultades para resolver ejercicios simples de matemática y 4 de cada 10 no leen de corrido, la ESI se ha convertido en el principal desvelo, por ejemplo, de la Dirección General de Cultura y Educación de Buenos Aires —la provincia más poblada—, como lo fue de la anterior gestión nacional durante el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. El mileísmo afirma querer modificar esto: ya se verá.
La ESI fue uno de los contenidos “esenciales” que ni la pandemia debía interrumpir. Los chicos no tuvieron clases presenciales durante un año y solo algunas pocas lecciones virtuales, pero la ESI se mantenía inamovible, al menos en el desiderátum de las autoridades.
Sorprende este berretín por sexualizar la escuela. Esta ya no garantiza que los chicos aprendan a leer y escribir en primer grado, como debe ser y como siempre fue, pero desde salita de 4 y de 5 se les explicará que la heterosexualidad es una imposición, un corsé del que se deben liberar, y que el binarismo sexual no tiene ninguna base biológica.
Como la ESI, además de esencial, es transversal, se producen situaciones desopilantes, como que los directivos de una escuela le piden al docente de matemáticas que dé una clase de educación sexual… O que un profesor de música desate el enojo de los padres por ponerse a explicarles las “cosas de la vida” a los chicos.
Dentro del Ministerio de Educación se creó la Dirección de Educación para los Derechos Humanos, Género y ESI, una sobreactuación y una amalgama caprichosa que ya adelanta un enfoque no científico ni biológico del tema, sino ideológico. En la introducción de un documento producido por esta dirección (“Más Democracia, más Derechos”), se explicaba que la escuela es el espacio “donde las nuevas generaciones aprenden formas de convivencia democrática (...), donde se educa desde los principios de Memoria, Verdad y Justicia (...), donde con la educación sexual integral se cuestionan muchas desigualdades sociales”.
Esto confirma que la escuela ha perdido especificidad. Ya no es un lugar de transmisión del saber, antes su función primaria y central; ya no importa que los chicos no aprendan a leer y escribir, mientras sepan que género y sexo no son lo mismo.
“La ESI incluye tanto el desarrollo de saberes y habilidades para el cuidado del propio cuerpo como la valoración de las emociones y de los sentimientos en las relaciones interpersonales. Asimismo, fomenta valores y actitudes relacionados con el amor, la solidaridad, el respeto por la vida y la integridad de las personas; a la vez que promueve el ejercicio de los derechos relacionados con la sexualidad”, dice el documento en cuestión.
Es la vida misma. Cosas que se aprenden en casa. Que transmite la familia. Que también transmitió siempre la escuela. ¿Pero qué tienen que ver con la ESI?
Luego viene la definición del concepto mágico de género, “un concepto polisémico que, como tal, constituye un campo de debate y disputa”. En realidad, no hay debate ni disputa puesto que de inmediato toman partido: el género es “una categoría que desafía la matriz hegemónica biologicista”. Por si no queda claro, agregan: “Entendemos esta matriz como aquella que iguala la identidad sexual con la anatomía genital y, más específicamente, con la reproducción. Desde esta mirada, se es varón o mujer por portar (sic) determinados genitales…”
“Esta visión es fuertemente cuestionada desde hace tiempo”, dicen, sin aclarar por quién. “Principalmente porque la postulación de una esencia femenina y una masculina es una forma de legitimar jerarquías y desigualdades sociales, propuestas como naturales”.
No podía faltar la denuncia del patriarcado imaginario. Si existió alguna vez en la Argentina, hace tiempo es historia.
Pero “el concepto de identidad de género” viene en nuestro auxilio para romper “con los enfoques que explican que la identidad sexual deviene directamente de las características anatómicas”.
Sabemos que no es así: es el doctor (o el patriarcado) el que nos asigna arbitrariamente un sexo al nacer…
“La propuesta —dicen— es trabajar desde la perspectiva de la ESI para advertir los sesgos, las desigualdades y las violencias sexogenéricas que aparecen en diferentes dimensiones de la vida en sociedad, y en la escuela en particular”.
Ya sabemos: rascar el fondo de la olla para encontrar desigualdades imaginarias mientras las verdaderas brechas sociales se siguen ampliando y nadie combate la principal injusticia escolar que es que niños y adolescentes transiten por la escuela sin aprender. Además, sembrar la sospecha, el recelo y hasta el odio al sexo opuesto; en esta visión, las “violencias sexogenéricas” son unidireccionales.
“Se proclama así la consolidación de un orden más justo e igualitario a partir de la comprensión de que no existen los destinos fijos en función de la anatomía genital”. La ESI es la revolución.
Según el documento, hay diferentes “expectativas de rendimiento” escolar yo diferentes estímulos “según se trate de varones o mujeres”. En Argentina se reciben más mujeres que varones en la universidad, pero lo que importa es el relato, no los datos.
Es esencial, advierten, “poner atención al uso del espacio en el aula, en los recreos y en los baños” porque eso “ayudará a develar la apropiación y disfrute de los distintos ámbitos escolares en términos de ESI y de género”.
Cuesta entender a qué se refieren, pero es inevitable recordar el caso de Lionel Schroder, el estudiante secundario chaqueño que en la cara del entonces gobernador Jorge Capitanich se quejó: “¿Necesitamos un baño para adolescentes trans? ¿Es lo que necesitamos realmente? ¿Por qué no pensar en lo precario de nuestro sistema educativo?”
“No tenemos problema con una persona por su género -dijo-. Lo que hagan en la intimidad nos da igual. Lo que nos importa es la persona, su mentalidad. Se encasillan en un colectivo en vez de hacer su vida con normalidad”.
La género-manía es una coartada para eludir los verdaderos problemas. Cuanto menos soluciones, más ESI.
En el documento citado se mencionaba, entre los “NÚCLEOS DE APRENDIZAJES PRIORITARIOS” de la ESI, a “la igualdad para varones y mujeres en juegos y actividades motrices e intelectuales”. A los niños de 3° y 4° de primaria es crucial preguntarles: “¿Existen juegos para niñas y juegos para niños? ¿Hay juegos que suelen jugar en su mayoría niños y juegos que suelen jugar en su mayoría niñas?” Luego de estas preguntas, el “momento (es) propicio para introducir una reflexión en torno al género…”
Entre los “ejes que organizan la ESI”, está el “reconocer la perspectiva de género” que es el nuevo credo: “Ser varón o ser mujer no es algo determinado biológicamente por el aparato genital con el que llegamos al mundo, sino que es una categoría que refleja los valores sociales construidos sobre lo que es ‘ser mujer’ o ‘’ser varón’”. En consecuencia, es esencial “cuestionar la presunción de ‘heterosexualidad’’.
En 2022, en la provincia de Buenos Aires se creó la Dirección de Educación Sexual Integral (DESI), que produjo un documento fechado el 26 de febrero de 2024 con este mismo enfoque. Además, se creó la figura de los Referentes Regionales y Distritales de la DESI, para garantizar la bajada de línea en todas las escuelas.
En el documento de presentación declaran que “el año 2024 es el momento de la institucionalización de la ESI”. La ESI es “política de Estado”.
El país es cada vez más desigual y ofrece cada vez menos oportunidades, pero los redactores del documento proclaman su fe: “Las temáticas y el enfoque que promueve la ESI condensan un conjunto de necesidades y demandas sociales sostenidas a lo largo de muchos años e incorporan en la trama escolar experiencias y saberes históricamente invisibilizados o excluidos de las instituciones educativas”.
¿A qué demandas y a qué saberes invisibilizados se refieren? Lo único cierto es que la promoción de estas concepciones ha ido de la mano del vaciamiento de contenidos en los programas. La ESI viene a sustituir todo y debe convertirse en “parte de la vida cotidiana de las instituciones educativas”.
“En el plano de la afectividad, es posible trabajar para desarrollar capacidades como la solidaridad, la empatía, la expresión de los sentimientos en el marco del respeto por las otras personas y por sus diferencias”. De nuevo: ¿qué tiene que ver eso con la educación sexual? Misma pregunta vale para esto: “Hay que agregar la adquisición de habilidades psicosociales, como propiciar el diálogo y lograr acuerdos”.
“Este aspecto puede resultar novedoso, ya que, habitualmente, la posibilidad de expresar los sentimientos fue poco abordada desde la escuela tradicional”. De nuevo, la escuela desnortada. Olvidada de su función principal.
Llegamos al momento en que invocan a sus sacerdotes. En primer lugar, Michel Foucault. Según ellos, este filósofo demostró, “sobre la base de estudios sociológicos y antropológicos, que los cuerpos son un constructo, un producto social y cultural”.
“¿Cuáles son los principios sobre los que se reguló la sexualidad en la modernidad?”, preguntan, como si la sexualidad no hubiese estado también regulada en la antigüedad… “En la modernidad —explican— se establece y asume al binarismo como norma organizadora de la sexualidad. Como afirma Judith Butler [N. de la R: otra sacerdotisa que no podía faltar], esta lógica se basa en 2 principios reguladores: la reproducción biológica y la presunción de heterosexualidad obligatoria”.
Y sí, el binarismo tiene algo que ver en la reproducción biológica.
¿De dónde sacan que esto lo instauró la modernidad? ¿Qué sociedad humana —histórica o prehistórica— no se organizó sobre la base del binarismo? Como lo explican muchos otros autores —Emmanuel Todd, Margaret Mead, etc— la humanidad se organizó desde el fondo de los tiempos sobre la base de la pareja mujer-varón para la crianza de los hijos. Esto no implica que la heterosexualidad haya sido absoluta, pero sí que fue y sigue siendo abrumadoramente mayoritaria. Negar su naturalidad y su vínculo con la biología es terraplanismo de género.
“De esta manera, se instaló como norma y hasta como natural la existencia de sólo dos géneros (varón y mujer) en el campo de la sexualidad y las identidades humanas”, afirma el documento de la Dirección de Educación bonaerense. La deconstrucción es la consigna: “Hablar de educación sexual en la escuela conlleva el desafío de transformar paulatinamente las históricas regulaciones propias de un sistema normalizador en experiencias que puedan ser socializadas, conversadas e interpretadas a partir de nuevos interrogantes sobre la condición humana”.
Insólito: denuncian normas supuestamente “construidas”, “artificiales”, “forzosas”, para imponer las suyas que, curiosamente, no serían “constructos”.
Por supuesto que todo lo que se hizo antes, cuando la educación sexual en la escuela estaba enfocada esencialmente en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, era dictada por profesionales de la salud y con una “perspectiva biologicista”, era anticuado. Entre otras cosas, dificultaba el adoctrinamiento.
Ahora la ESI la tienen que dar todos los docentes, sea cual sea su materia. Antes, dicen, la educación sexual “se desplegaba únicamente en los inicios de la adolescencia”; ahora quieren adoctrinar antes de enseñar a leer.
La ESI se inscribe en “un marco jurídico novedoso en la Argentina, con la aprobación de otras leyes —como la Ley N.° 26061 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes— formuladas para garantizar derechos que superen (al menos en el aspecto formal) la mirada tutelar y adultocéntrica”.
Traducción: los padres afuera.
“Implementar la ESI en el sistema educativo se ha transformado en una posición desde donde mirar el acto educativo, las instituciones escolares, la organización de la enseñanza, las relaciones pedagógicas, y hasta el modo de soñar, imaginar y enseñar futuros vivibles para todas y todos”, proclaman. La ESI es todo…
El enfoque de la ley, afirman, “supera definiciones que restringen la sexualidad al ámbito de lo privado, por un lado, y al acto o encuentro sexual, por el otro”. Acto seguido evocan la experiencia de las feministas y las “diversidades sexuales” que, “desde hace décadas, plantean la ‘salida del closet’ de la experiencia sexual de la ciudadanía”.
¿Qué significa esto? ¿Que todos tienen que salir del clóset, aun si no están en él? ¿Que la sexualidad ya no es privada? Una u otra opción son inquietantes…
“La desprivatización (SIC) de la sexualidad implica un claro distanciamiento del silencio pedagógico. Instalar esta discusión como algo público (...) habilita —y obliga— a las escuelas a trabajar sobre sexualidad, pero a no hacerlo de cualquier modo (...), sino desde determinados enfoques, ejes y contenidos”.
O sea: en la escuela hay que hablar de sexo. En todos los niveles, en todas las materias. Y no con cualquier enfoque.
Para la prevención de adicciones —droga, alcohol, etc.—, ni la décima parte de este despliegue. Y los contenidos duros —lengua, matemáticas, historia, geografía, ciencias naturales, etc.—, los que hacen a la razón de ser de la escuela, cada vez más “adelgazados”.
“La ESI no puede quedar reducida a algo ocasional, no planificado, sujeto a la voluntad de algunas y algunos docentes o a la demanda de las y los estudiantes”, advierten.
La ESI es un imperativo.
Además, hay que superar “la preeminencia de posicionamientos personales que actúan como obstáculos para garantizar el abordaje integral de la educación sexual”. Hay que separar “las convicciones individuales del rol profesional docente”. La pregunta que surge es: ¿la perspectiva volcada en este documento no surge de convicciones personales?
La ley de ESI (26150) nada dice de la ideología de género ni mucho menos de la doctrina queer que este documento promueve sin ambages.
En un segundo texto del mismo cuadernillo, titulado “Género” a secas, destacan investigaciones universitarias que muestran “lo arbitrario (por tratarse de cuestiones históricas y culturales) de la subordinación femenina en el mundo capitalista occidental”. ¿Será que en el mundo no occidental y no capitalista la mujer goza de un estatus mejor? Una temporada fuera del mundo capitalista occidental resultaría muy instructiva y despertaría seguramente el deseo de volver a esta sociedad según ellos “heteropatriarcal”.
Sigue el subtítulo “Movimientos socio-sexuales, masculinidades y estudios queer: desafiar categorías, empujar fronteras”. Es la etapa superior de la deconstrucción.
Judith Butler —de nuevo ella— “trabajó extensamente esta cuestión, y elaboró un salto teórico”, dicen. Queer (“rarito”) era un término peyorativo hacia los homosexuales, recuperado por éstos para convertirlo “en una categoría potente y desafiante”. ¿Su blanco de ataque? Y el de este documento: la “heteronormatividad obligatoria”.
“Se intenta desafiar la existencia de identidades sexuales monolíticas e inamovibles”, explican. “Se propone una perspectiva que abra la mirada y desafíe los binarismos, un movimiento más inclusivo que no insista en una matriz varón-mujer y homosexual-heterosexual”.
La aplicación escolar surge clara y precisa: “De la mano de las producciones queer, en el campo educativo se desarrollaron trabajos que invitan a construir escuelas que habiliten a que cada persona pueda desplegar quien desee estar siendo, sin una necesaria captura identitaria. Todo un desafío para las instituciones educativas, ya que implica la incorporación de la perspectiva de género y una revisión constante de los procesos de clasificación institucionales”.
“Queer hay que entenderlo como un adjetivo y como movimiento, acción, como un verbo: queerizar la escuela, la clase, el conocimiento, las metodologías”, etcétera.
No se podía pedir más claridad: queerizar la escuela.
Una característica del “régimen masculinizante” de la educación tradicional que hay que demoler es que “la competitividad, la fuerza física y la violencia se constituyen en un patrón subjetivante de los varones”. Ejemplo: las clases de Educación Física. “¿Cuáles son los criterios que llevan a valorar la competitividad y el individualismo por sobre la solidaridad, la construcción colectiva y las emociones?”
Pregunta: ¿competitividad e individualismo son características exclusivamente masculinas? Solidaridad, construcción colectiva y emociones, ¿son solo femeninas? ¿Esto no es prejuicio de género? ¿A qué escuela fueron los que escriben estas cosas?
Por fortuna, “a comienzos de este siglo, los trabajos inscriptos en la perspectiva queer visibilizaron la complejidad multidimensional del discurso hegemónico escolar y cuestionaron fuertemente la cisheteronormatividad presente en las prácticas escolares”.
Finalmente, en coherencia con esta escuela queer que proponen, ofrecen un material titulado “Infancias y adolescencias trans y de género variable” (sic).
El punto 3 de este documento se titula, con toda lógica: “Hacia un modelo afirmativo de asistencia”. Dejemos de lado el adultocentrismo y sigamos la corriente del niño, niña o adolescente que quiera transicionar…
[Este artículo reproduce parte del contenido de mi newsletter “Contracorriente”. Para recibirlo por mail suscribirse aquí]