Entre la codicia y la sabiduría

La sociedad argentina se ha convertido en una competencia de ambiciosos, vencedores y enriquecidos sobre una montaña de fracasados y humillados

Javier Milei (Franco Fafasuli)

Volver al cine es esencial para mi generación. “Días perfectos” es un film que conmueve, convoca a revisar la propia vida, moviliza, sale de la velocidad, del apuro, de la ambición, de la competencia y se queda en el lento devenir de la vida. Un desafío a aquello que uno recuerda entre sus lecturas, la “Oda a la vida retirada” de Fray Luis de León: “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”.

Esta sociedad es una competencia de ambiciosos, vencedores y enriquecidos sobre una montaña de fracasados y humillados. En esa dialéctica, hay un sufrimiento mayoritario y una soberbia que se expresa en el triunfo de la codicia, lo que implica sin duda alguna, un claro naufragio del humanismo.

Los políticos derrotados en las últimas elecciones todavía no terminan de asumir la dolorosa situación en la que han caído: el hecho de que es definitiva. Disfrazados de revolucionarios, algunos actuaban como delincuentes, esa rara mezcla de todo lo humano. Mientras en su mejor versión, estaba el recuerdo de aquellos que habían entregado sus vidas, en la nefasta, encontraban el uso de los compañeros desaparecidos y su evocación, para protegerse y obtener prebendas. La caída de esa mezcla absurda e irracional de decadencia llevó a gran parte de la ciudadanía a acercarse a una opción que a veces orilla la demencia y otras, la pone con nitidez en el centro de nuestra realidad.

Un presidente que vuelve a su colegio privado para abrir el ciclo lectivo anual de todo el país y da un discurso inentendible explicando nuestra crisis, nuestro dolor, nuestro hundimiento mediante la atribución de culpas a quienes han sido adoctrinados en la enseñanza pública por la izquierda. Que tampoco se priva de bromear y hacer alusiones impropias, con la grosería que caracteriza a su lenguaje, ante un auditorio de niños y adolescentes que solo podían permanecer en el salón o huir del bochorno desmayándose. Más que evidente desconocimiento de la asimetría que la relación entre un adulto -además, con poder- y los jóvenes presupone. La irracionalidad, la demencia, una malintencionada visión del mundo como si estuviéramos en plena “guerra fría” se van imponiendo cual penoso valor cotidiano. Que no se naturalice.

Los números son patéticos, empobrecer es doloroso, pero lo peor es que carece de sentido. No se trata de un sendero que nos lleve a la inversión o a una moneda estable, sino a la estabilización de la miseria, algo parecido a la solidez de la moneda obturando el ascenso social.

Los legisladores se dan un 30% de aumento, los mismos que se lo impiden a los jubilados o a los asalariados. Milei da marcha atrás, le parece excesivo, ha encontrado el primer ejemplo de privilegios de la casta de donde asirse para hacer tronar el escarmiento y mostrar que cumple con sus slogans de campaña.

Por supuesto que el ejemplo de la vieja política es atroz, basta con pensar en un presidente que se encargaba de vender seguros desde el poder, entre otros. Por eso, en este momento, los gestos, incluso los más insignificantes e insustanciales, los que carecen de incidencia real en la economía, se han vuelto indispensables porque en la piel sensible de la sociedad dolida no hay más espacio para afrentas de las atribuciones burocráticas.

“El cambio, la virtud del cambio, estamos por el cambio”, dicen repitiendo sus vulgares frases hechas con esa palabra hueca en el centro. Palabra que sólo marca como definitoria la asunción de la frustración que conlleva todo fracaso. Estamos mal, debemos cambiar, pero el cambio sin rumbo es el peor indicio de la crisis. El cambio es tener rumbo y el del gobierno anterior tampoco era genuino; desde las prebendas hasta la degradación de legítimos derechos humanos mediante la descalificación de negacionistas aplicada a todos los que no pensaban como ellos. Finalmente, lograron ser despreciados e ignorados, y que desde la insensatez del gobierno actual y su desenfrenado empleo de las redes sociales como dogma, se los lastime con las peores armas.

La Argentina hoy no tiene salida, esta situación de empobrecimiento carece de “brotes verdes”, este " túnel” no es un lugar para trasladarnos, sino un sombrío espacio que Milei, Caputo, Sturzenegger y Cavallo nos invitan a habitar.

Fuimos una sociedad integrada hasta el 76, eso está fuera de discusión. El hecho es que en esa sociedad previa a la dictadura, la desmedida concentración económica y sus excesos, no era posible, no era viable. En la Argentina industrial, para arrebatar derechos, los grandes grupos económicos necesitaban dar un golpe de Estado porque la democracia siempre determinaba un límite. En la Argentina de los subsidiados, los empleados públicos y los autónomos, la política y la conciencia se degradaron tanto que los intereses de los grandes grupos pueden ser asimilados hasta por aquellos desamparados a los cuales vienen a dañar. Ya no se necesitan golpes de Estado para aplicar las medidas de los Martínez de Hoz. Hoy todo es de pocos y para pocos, los bancos reúnen el dinero y no dan crédito, salvo al gobierno, y en el medio, queda el ciudadano con sus pobres dólares que compró caros y vende baratos porque le quitaron hasta la ilusión de la subsistencia sin tocar ahorros.

Para salir de la corrupción, la sociedad eligió la demencia. La corrupción nos hundía en la desesperanza, la demencia nos introduce en el atroz espacio del miedo y la humillación. Tenemos que convocar a la política como sabiduría, jamás al golpe. La salida consiste en procurar otra alternativa, la que puedan ofrecer los jóvenes, peronistas, radicales, liberales, conservadores, socialistas, que sean patriotas. Nuestra nación debe contener como proyecto la totalidad de las ideologías y convocar a la reflexión, a la unidad nacional, en un imprescindible proyecto común. Asumamos que con Milei se destapó una olla que la sociedad necesitaba tener ante sus ojos, pero seamos conscientes de que sólo una alternativa lúcida va a devolver las expectativas de un país mejor, aquellas que indudablemente no vamos a encontrar en la desmesura del actual gobierno. Sí, por el contrario, se hará presente en la opción que entre todos sepamos construir.