Feminista en falta: duquesas, tricotas y un #8M entre casualidades que no lo son tanto

La Niña de Oro, la novela policial de Pablo Maurette que acaba de presentar Anagrama, propone un juego de suma de referencias aparentemente inconexas que sin embargo cobran sentido en un contexto sin lógica. Un juego ideal para esta coyuntura

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Hoy es #8M, las mujeres vuelven a marchar (AP Photo/Natacha Pisarenko)
Hoy es #8M, las mujeres vuelven a marchar (AP Photo/Natacha Pisarenko)

Anoche terminé de leer con urgencia La Niña de Oro, la novela policial de Pablo Maurette que acaba de publicar Anagrama. Hacía mucho que una historia no me atrapaba hasta robarse casi toda mi atención, es de esos libros que se apoderan de tu cabeza y de tu tiempo y no te dejan más alternativa que entregarte a la lectura obsesiva y resignar el resto. Viene bien pensar en algo distinto, correrse un poco de la coyuntura y de la época, de los dramas cotidianos y compartidos que atraviesan las conversaciones en casa, en el trabajo y con los amigos.

En la novela de Maurette hay una intriga y un juego que a mí, que soy fanática de las coincidencias que parecen darle sentido a lo que pasa –aunque nada en la vida me haya liberado más que entender que es el azar generalmente el que manda–, me resultó fascinante y contagioso. Silvia Rey, la protagonista, es la secretaria de una fiscalía que desde chica jugó con su padre a acumular referencias inconexas sobre el mismo objeto, lo que Carl Jung llamaba “sincronicidades”: la coincidencia significativa de varios sucesos de contenido similar o igual que estén relacionados entre sí de una forma no causal. La protagonista y su padre distinguen entre “duquesas” y “tricotas”, según las referencias sean dos o tres –una rarísima excepción–.

Ya estaba leyendo La Niña de Oro la semana pasada cuando me crucé con León Gieco en una calle de Palermo. A la noche volví a verlo: estaba sentado a sólo dos mesas de la mía en un tradicional bar del Bajo Belgrano. No sé qué dirían Silvia Rey y su padre, pero yo vi una duquesa o una falla en la Matrix: el mismo actor dos veces en dos escenarios alejados e inconexos. ¿Una referencia a la libertad amenazada? ¿Una pista para buscarla?

La Niña de Oro, el nuevo libro de Pablo Maurette
La Niña de Oro, el nuevo libro de Pablo Maurette

Las digresiones sobre duquesas y tricotas me hacen sentido porque la realidad parece haber perdido toda lógica. Una maestra jubilada de 4to grado es atacada por hordas de trolls (y por los precios cada vez que va a la farmacia o el supermercado) después de que el presidente la acusó de farsante desde sus redes porque le pidió frente a las cámaras y en la puerta de su escuela de la infancia que no ajustara tanto.

Dos alumnos se desmayan en la apertura del ciclo lectivo del colegio de Devoto donde estudiaron él y su hermana mientras el jefe de Estado (no la hermana a la que también llama “El Jefe”, en masculino, tal vez porque, como dijo una diputada y cosplayer “a las mujeres no les interesa tanto la política”) da un discurso que incluye una diatriba contra el aborto ante chicos y chicas en plena edad del despertar sexual y un chiste subido de tono sobre un burro y su insistencia. La primera alumna cae después de que Milei evoca a un profesor “bastante zurdo”, el segundo se desploma redondo a su lado después de que el presidente asegura que en su alocución en Davos casi les dijo a todos que eran “unos zurditos”. ¿Duquesa de anticomunismo? ¿De adoctrinamiento?

El inclusivo, la perspectiva de género y las menciones al Día de la Mujer se prohíben en el “manual de estilo” de las comunicaciones oficiales que en cambio alteran las reglas lingüísticas de la Real Academia obligando a escribir los cargos con mayúscula. Es una coincidencia que no falla: la defensa apasionada del castellano frente al lenguaje inclusivo suele estar reñida con la gramática, igual que quienes despotrican contra el supuesto adoctrinamiento en las escuelas o los organismos públicos sólo esperan su turno para ser ellos los que adoctrinan. No hay ninguna casualidad en esto, señalarían Rey y su padre.

Salto de tema, o no tanto: esta semana se estrenó por Netflix No estás sola: La lucha contra La Manada, el documental sobre la violación grupal en la fiesta de San Fermín que se convirtió en un caso emblemático sobre el machismo del sistema judicial en España y en todo el mundo. Ocurrió en 2016 y despertó la reacción de miles de mujeres que se atrevieron por primera vez a contar en las redes sus historias de abuso bajo el hashtag #Cuéntalo.

Un momento de "No estás sola", la serie que revela el poder de la sororidad y la resistencia colectiva tras el impacto del movimiento #MeToo español (Netflix)
Un momento de "No estás sola", la serie que revela el poder de la sororidad y la resistencia colectiva tras el impacto del movimiento #MeToo español (Netflix)

Las directoras del film dicen que intentaron darle una perspectiva distinta a la habitual: la de las víctimas, que hasta entonces eran siempre las juzgadas. La sobreviviente de La Manada habla sobre esa revictimización de la que la (hoy oficialmente demonizada) perspectiva de género busca librarnos: “Lo peor no fue la situación vivida, sino todo lo que vino después”, dice quebrada.

El caso, se sabe, terminó dándose vuelta: los masivos cuestionamientos al fallo por la levedad de sus condenas –consideró en primera instancia que sólo había existido abuso ya que la víctima no se resistió– hicieron que el Supremo español lo revirtiera y aplicara finalmente penas por violación a los acusados.

Eran tiempos diferentes, las redes también se usaban para causas buenas; la convocatoria al primer #NiUnaMenos y las masivas marchas de mujeres –como la que provocó el llamado #MeToo español y el “No estás sola” al que alude el título del documental– hubieran sido impensadas sin la viralidad de Twitter. Ahora es muy diferente; ahora, como dijo Martín Kohan en una entrevista radial con Gabriel Sued, “la crueldad está de moda” y las redes se usan para atacarnos, sobre todo a las mujeres y más si, como la maestra jubilada, queremos opinar sobre algo.

Según las Naciones Unidas, las mujeres a nivel mundial tienen 27 veces más probabilidades de ser atacadas en Internet. Y si bien la agresión online puede dirigirse contra cualquier persona, las investigaciones muestran que las experiencias de las mujeres son cualitativa y cuantitativamente diferentes. Un estudio que difundió esta semana la consultora especializada en riesgo tecnológico BTR Consulting sobre violencia de género digital revela que el 61% de las mujeres y niñas que usan Facebook, Instagram, Twitter y TikTok han sufrido algún tipo de acoso y que una de cada cinco niñas y mujeres jóvenes abandonó o redujo el uso de una plataforma de redes sociales después de ser hostigada.

Hoy es #8M y también vamos a marchar con la angustia de la que hablan en No estás sola porque “a pesar de todo lo que nos hemos esforzado, no hemos conseguido evitarlo”. No logramos evitar el acoso ni la violencia ni los intentos por silenciarnos. Todavía tenemos que protestar por la misma mierda, como las feministas del meme.

Francia acaba de incluir el aborto en su Constitución Nacional. Lo hizo para proteger ese derecho. Defensores de esta norma sostienen un letrero con la frase "el aborto es un derecho fundamental" afuera de la Universidad de La Sorbona en París (AP Foto/Michel Euler)
Francia acaba de incluir el aborto en su Constitución Nacional. Lo hizo para proteger ese derecho. Defensores de esta norma sostienen un letrero con la frase "el aborto es un derecho fundamental" afuera de la Universidad de La Sorbona en París (AP Foto/Michel Euler)

¡Y de todos modos conseguimos tanto! En la novela de Maurette, dos veces sentí el sobresalto en la lectura de las palabras anacrónicas. La historia transcurre en 1999 y la secretaria de la fiscalía, incluso obsesionada como está con un femicidio irresuelto al que obviamente no llama de esa forma, piensa en violencia doméstica y crímenes pasionales. Y es que nadie hablaba de femicidios entonces; la violencia machista era algo que ocurría entre cuatro paredes, un tema de pareja, doméstico, y casi se daba por hecho que el amor podía terminar en eso, que así eran las pasiones. Para eso también sirve la perspectiva de género: en los medios y en la Justicia, como en la sociedad en general, las palabras con las que nombramos el horror ayudaron a dar vuelta la mirada y eso es parte de lo que tenemos que seguir sosteniendo.

Otro salto, o no tanto: esta semana Francia declaró constitucional el aborto. En medio de un clima general de retrocesos, el país insignia de la libertad igualitaria consagró la decisión de las mujeres sobre sus propios cuerpos como un derecho inalienable. Lo hizo para protegerlo, para que ninguna intentona ultraderechista pueda quitarnos lo que por ley ya es nuestro.

Hoy tenemos que ir por eso: marchamos para defender lo conquistado y para acompañar a las jubiladas que ni siquiera pueden denunciar la violencia de no llegar a fin de mes después de una vida de trabajo. También por las adolescentes obligadas a escuchar de nuevo en el colegio que no tienen autonomía sobre sus decisiones y sus cuerpos. Hoy vamos a ser miles en la plaza para demostrar que la política sí nos interesa y mucho y que la única manera de no retroceder es avanzando.

Las mujeres fuimos históricamente la última salvaguarda de la democracia y los derechos y volveremos a serlo esta tarde. Por más que intenten borrarnos de los comunicados, nosotras ya no nos callamos. Acá no hay duquesa, ni tricota, sino sencillamente causa y efecto; de tanto hacernos la guerra, tuvimos que salir a defendernos.

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