El eslabón perdido del Modelo Bukele

La tasa de homicidios en El Salvador pasó de 106,3 por cada 100 mil habitantes en 2015 a 2,4 el año pasado. Aún así, este hecho por sí solo no alcanza para comprender la amplia aceptación del regimen

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Penal de Izalco en San Salvador, El Salvador. 25 de abril de 2020 (Oficina del presidente de El Salvador via AP)
Penal de Izalco en San Salvador, El Salvador. 25 de abril de 2020 (Oficina del presidente de El Salvador via AP)

Tal como venimos sosteniendo en nuestra columna de INFOBAE, el fenómeno BUKELE es de una complejidad singular. En el mundo actual, ningún gobierno ha logrado revertir la tasa de homicidios en tan poco tiempo. Los métodos probablemente constituyan una parte de la historia, aunque, por ahora, a sus beneficiarios directos (la sociedad salvadoreña), no les importe demasiado.

Los datos oficiales muestran una caída en picada en la tasa de homicidios, que pasó de 106,3 por cada 100.000 habitantes en 2015, a 2,4 el año pasado. En 1994 El Salvador reportaba 134,78 homicidios por cada 100.000 habitantes, según cifras de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito.

Foto de archivo del presidente salvadoreño, Nayib Bukele. EFE/Javier Aparicio
Foto de archivo del presidente salvadoreño, Nayib Bukele. EFE/Javier Aparicio

Pero esto no es suficiente para entender el porqué de la aceptación popular de este régimen. Como siempre, el principio de normalidad opera sobre la realidad social de cada Estado, siendo un patrón aceptable en los países nórdicos, pero no en estas latitudes. Veamos:

Punto de partida

El Salvador sobrevive a una serie de acontecimientos peculiarmente caóticos: guerra civil, emigración forzada de personas, retorno de esos emigrados y su descendencia, en su mayoría convertidos en integrantes de bandas criminales (conocidas como pandillas o maras).

Por ello, el fin de la guerra fratricida (que enlutó el país desde 1979 y hasta bien entrado el año 1992) no marcó el inicio de la recuperación, sino más bien, el traspaso del control informal del Estado a manos de grupos sanguinarios que han hecho de la muerte (incluidas altas dosis de sadismo) el lema de su existencia. Por caso, la Mara Salvatrucha 13 (MS13), tiene como consigna central “matar, violar, controlar”.

Presos del CECOT (REUTERS/Jose Cabezas)
Presos del CECOT (REUTERS/Jose Cabezas)

En este contexto es necesario preguntarnos desde qué plano se critica a la gestión BUKELE, entre otras cosas, por el tratamiento de los pandilleros, confinados en el Centro del Confinamiento del Terrorismo, conocido como CECOT, que con orgullo muestra al mundo.

Y nuevamente vamos al principio de normalidad.

a) La normalización de cárceles, hacinadas, como centro de operaciones criminales

Para el Salvador, antes de asumir BUKELE, lo normal un sistema penitenciario que solo fungía como verdadero depósito de personas, donde quizá aquellos con más suerte, conseguían un metro cuadrado donde poder dormir, recostados sobre el cuerpo de algún compañero. Se presume, cientos de presos habrían muerto por falta de atención médica, pues los números oficiales nunca fueron confiables dado que las cárceles era el espacio donde con mayor nitidez se advertía el control informal por parte de estos grupos criminales.

Esa normalidad también indicaba que las cárceles servían a los pandilleros para diversos propósitos; para los líderes de facción, era el lugar desde el cual planifican y dirigían sus actividades criminales hacia el exterior, reclutaban nuevos miembros y forjaban nuevas alianzas; en tanto que, para el resto de los miembros de menor entidad, el paso por la cárcel significaba un rito de necesario cumplimiento y un modo de ascender en la jerarquía de las pandillas.

El CECOT está diseñado para albergar 40 mil internos (REUTERS/Jose Cabezas)
El CECOT está diseñado para albergar 40 mil internos (REUTERS/Jose Cabezas)

No abunda bibliografía sobre esa realidad carcelaria, pero existe un trabajo (único en su tipo) que logró documentarla, del fotógrafo londinense TARIQ ZAIDI, quien en el marco de su proyecto “NO WAY” (sin salida), retrató la normalidad de la sociedad salvadoreña durante el periodo que va desde el año 2018 al año 2020, con hincapié en el deplorable estado las prisiones del SALVADOR.

Algunas de ellas, (podríamos decir) las peores, como el centro penal de Chalatenango (desafectado como cárcel en el año 2019 por un recién asumido presidente BUKELE), alojaban casi el triple de su capacidad operativa, siendo este precisamente el establecimiento que permite el paralelismo con la tenebrosa cárcel de GITARAMA en RUANDA; allí cada recluso dispone de menos de 0,5 metro cuadrado para vivir y donde cientos de ellos mueren por año víctimas del hacinamiento, contagio de graves enfermedades y falta de atención médica.

b) La normalización del poder de las pandillas

Las pandillas, cuyos miembros se calculaban en más de 60.000 (con vínculos colaterales el numero ascendería a más de 90.000 integrantes), en un país de 6,5 millones de habitantes, ejercieron un poder desproporcionado sobre la población. Mantuvieron una presencia amenazadora en 247 de los 262 municipios del país. Extorsionaron cerca del 70 por ciento de la actividad comercial lícita del Salvador; desplazaron a comunidades enteras de sus hogares y empujaron a miles de salvadoreños a embarcarse en viajes peligrosos para cruzar la frontera de Estados Unidos. Su violencia le habría costado cuatro mil millones de dólares al año, según un estudio del Banco Central de dicho país.

(Camilo Freedman/dpa)
(Camilo Freedman/dpa)

Esta realidad, signada por la urgencia de vivir en paz, que solo podía verse en los márgenes y a menudo en formas de familias en duelo (producto de la pérdida de un familiar directa o indirectamente por culpa de las Maras), hace que hoy la mayor parte de los salvadoreños no solo no cuestione, sino que apoye el CECOT, sin inquietarse en absoluto por las condiciones de vida allí adentro.

Existe un tácito aval a las medidas que rápidamente generaron efectos perceptibles en términos de seguridad ciudadana. Esta es una de las bases (quizá la más sólida) en que se apoya la estructura del sistema BUKELE, exhibido al mundo desde su propia presidencia con cuidada propaganda.

El eslabón perdido

Este consenso; logrado no tanto por amor sino por el espanto que une a una sociedad desesperada por superar (a como dé lugar) los estragos de la realidad descripta; no debe imponer como dato de la normalidad, la deriva autoritaria que los recurrentes estados de excepción y sus consecuencias acarrean.

(YouTube Luisito Comunica)
(YouTube Luisito Comunica)

Focalizados en el universo del CECOT, que es una parte central de esa política de seguridad, ¿Debe el Estado preocuparse por el confort de las maras?

En realidad, no se trata de confort, sino de la legitimidad de las herramientas que utiliza el Estado, y lo que no es menos trascendente, de perdurabilidad. Porque la población carcelaria “panderillera” tiene, además de rasgos ultraviolentos, la característica de ser joven.

Este factor y la cantidad de reclusos (hoy 40.000) son aspectos que demandan estrategias en otro plano, pues -más allá de que sea todo pulcro- difícilmente puedan vivir 30, 40, 50 años comiendo lo mismo cada jornada, durmiendo sobre literas de metal sin colchón, en pabellones colectivos con ínfimos sanitarios, sin acceso al aire libre, a lectura, educación o actividad recreativa alguna; y sin contacto con familiares. Ni siquiera hablamos de reinserción social, porque muchos tienen condena a perpetuidad, sino de transitar el día a día.

Quizá en los ajustes progresivos, en la paulatina atenuación de la severidad y en la adecuación de las prácticas penitenciarias a los estándares internacionales ya consolidados, el modelo BUKELE consiga trascender el tiempo y lograr sustentabilidad; su eslabón perdido. -

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