El presidente Milei, que está por cumplir 90 días en el ejercicio de la presidencia del país, ha puesto en marcha un drástico y profundo proceso de normalización de la economía. Nunca antes un gobierno se había atrevido a enfrentar una crisis terminal, con el país al borde de la hiperinflación, asumiendo desde el primer día la inevitabilidad del equilibrio fiscal y financiero del Estado. Como para no dejar dudas al respecto, ha alineado a todo su gobierno detrás de ese objetivo: drástica devaluación del tipo de cambio, paralización de la obra pública, freno absoluto a las transferencias discrecionales a las provincias, total eliminación de la pauta oficial, derogar todos los fondos fiduciarios que estén a tiro de decreto, actualización de las tarifas públicas, aumento de los impuestos a los combustibles y del impuesto PAÍS, entre otras medidas.
El fracaso legislativo de los dos instrumentos que ensayó el nuevo gobierno para aumentar los ingresos y bajar rápidamente los gastos, el DNU 70/2024, acotado y con decenas de intervenciones judiciales, y la Ley Ómnibus, no le dejó más que una acotada caja de herramientas que incluyó una fuerte licuación de los principales gastos del Estado.
Este proceso ha generado, en lo inmediato, un fuerte fogonazo inflacionario durante los meses de diciembre y enero y, consecuentemente, una importante caída en la capacidad de consumo de jubilados y de todos los trabajadores informales. Un drástico parate en el nivel de actividad económica y un clima político enrarecido.
El Presidente, que ha visto reducido su respaldo político a solo una fracción del PRO, no ha ahorrado adjetivos a la hora de denostar a todos aquellos que se opusieron a sus proyectos legislativos, y se mostró decidido a seguir adelante. La respuesta no se ha hecho esperar.
Los sindicatos de la CGT lanzaron el paro general más rápido en la historia de la nueva democracia argentina. El Gobierno de Chubut se embarcó en una aventura irresponsable, amenazando cortar el suministro de petróleo, que si bien duró un par de días, tuvo un fuerte apoyo del resto de los gobernadores.
Actitudes tan intempestivas y apresuradas solo pueden analizarse en un escenario de fuerte descomposición de la clase política argentina, que durante 40 años condujo las riendas del Estado y que ven que se les licua su poder con el correr de las horas del nuevo gobierno y apuestan a mejorar su posición relativa ante un eventual fracaso del Gobierno. Son varios y muy obvios los que parecen pensar, si Milei pudo porque no yo.
El peronismo/kirchnerismo responsable de 3/4 partes de los periodos de gobierno, parece un “hormiguero pateado” donde todos conspiran contra todos. CFK hace esfuerzos que llegan a la audacia de ofrecer a su gente una agenda propositiva como marcar el rumbo que debería tomar el debate. Pero de la misma forma que cuando llamó a que cada dirigente levantara el estandarte, solo ha recibido silencio. La ansiedad por retomar los puestos de conducción del Estado y evitar que se sigan develando, día a día, las estafas más brutales, que seguramente llevará a los tribunales al ex Presidente, Alberto Fernandez, seriamente involucrado en el escándalo de Nación Seguros, explica el clima destituyente que se respira en todos los ámbitos del peronismo.
Lo que fuera Cambiemos, por su parte, también ha estallado. Cuando Patricia Bullrich y Mauricio Macri deciden, sin consulta previa al resto de la coalición, apoyar a Milei en el ballotaje quedó en evidencia que Cambiemos había dejado de existir hacía bastante tiempo. En realidad la implosión más importante había ocurrido en el radicalismo que “se partió” a la hora de la interna Bullrich-Rodríguez Larreta. El radicalismo oficial de Lousteau-Morales encolumnado con Larreta, a la hora del ballotage se sentía más cómodo con la posición de Massa que con la beligerancia que ya proyectaba Milei. La definición política más de este nuevo espacio, sin duda fue el contundente tuit de Larreta, “Ganó el consenso, carajo” cuando el gobierno decidió retirar la ley Ómnibus del tratamiento en particular. Nadie se atrevió a tanto.
Así las cosas, el gobierno de Milei avanza y de a poco va ganando músculo en la gestión administrativa, al ir completando el organigrama directivo de la Administración Pública Central. El ajuste de los gastos del Estado ya no apela únicamente a la licuación sino que comienza a llegar a sectores donde no se necesitan nuevas leyes y que con decretos o resoluciones se pueden realizar recortes importantes. Probablemente en los próximos meses veamos que llegan al Congreso proyectos de ley, tan importantes como simples como para que si fueran rechazados quedarán votando juntos el anti-milésimo de los ex-cambiemos, con los kirchneristas.
La nueva política económica de shock, que se viene implementando y que seguramente va a generar una profundización de la caída en los ingresos y en el nivel de actividad en los próximos meses probablemente le permitirá al Presidente anunciar, por un lado que las cuentas públicas en febrero también han terminado con superávit primario y quizás financiero. Mientras que, por el otro, la tasa de inflación continúa con tendencia a la baja. Estos resultados permiten al Gobierno de Milei comenzar a pensar en el levantamiento del cepo cambiario en algún momento del segundo semestre.
Así llega la Argentina a la apertura del Periodo Legislativo del año 2024. Con un Presidente Milei empoderado, muy firme en sus convicciones, con un respaldo importante del PRO, conducido por el ex Presidente Macri, mientras que todo el resto de la política y los principales sectores de poder de la Argentina se mantienen con grados diversos de virulencia, en la vereda de enfrente.
Esa “vereda de enfrente” constituye el laberinto que enfrenta la Argentina conducida por el Presidente Milei. Allí coinciden aquellos que dicen respaldar “algunos cambios”, pero que consideran que Milei es autoritario al evitar ese diálogo. Los sindicalistas que defienden a pie juntillas un régimen laboral con más de 70 años de antigüedad y que están dispuestos a promover cualquier tipo de acción violenta con tal de impedirlo. Una buena parte de los comunicadores embanderados en la doctrina del Estado Presente que no pueden aceptar que “no hay plata”. Todos los que se ven o se verán afectados por el indispensable ajuste del Estado en sus tres niveles, en los entes autárquicos y en las empresas públicas.
El listado continúa. Es evidente que la política construyó en los últimos 40 años el laberinto que hoy enfrenta la Argentina y que nos ha llevado a la tragedia en que nos convertimos. Hoy con la propuesta del Pacto de Mayo que planteó el Presidente ante la Asamblea Legislativa, puede abrirse una salida.