El viernes por la noche, en medio de su disputa con las provincias, el Presidente de la Nación, Javier Milei, estaba realmente eufórico, o eso se podía deducir del espíritu que transmiten esos más 500 tuits, retuits y likes que difundió en esas horas febriles.
Por ejemplo:
“Juro que ni en mis mejores sueños me imaginé una semana así: Reunión con n2 FMI y n2 de EEUU; Baja del dólar mercado y futuros; Compresión de brecha; Suba de bonos y acciones. Y cuando todo parecía terminar de un modo genial, TODA la casta sola sale a gritar SOY CASTA. VLLC !!!”.
Ese mensaje tiene algunos problemas de redacción muy evidentes. Pero todo lo que dice, hasta la palabra “acciones” es cierto. Milei se reunió con los números 2 de Estados Unidos y del Fondo, bajó el dólar, se comprimió la brecha, subieron los bonos y las acciones. El viernes 16 de febrero ya había calificado todo esto como “una fiesta”. El problema de ese mensaje no está en lo que dice sino en lo que omite.
Argentina no está atravesando una fiesta sino un período realmente muy dramático. En enero el patentamiento de motos cayó un 16,7%, el patentamiento de autos, un 32,7%, la producción de autos, 16,7%, el índice Construya, 29.2%, los despachos de cemento, un 20%, las ventas de farmacias, 45,8%, los alimentos y bebidas 37,1 por ciento. “El salario real de los trabajadores registrados tuvo en diciembre la mayor caída mensual en al menos 30 años y es muy probable que en enero los sueldos hayan alcanzado un nivel menor al de 2001. Las ventas de alimentos en comercios minoristas cayeron un 37,1 por ciento, algo no visto ni en pandemia”, apuntó la consultora 1816. Las jubilaciones han caído a tal punto que su poder adquisitivo es similar al del 2001.
Cada cual podrá explicar si todo esto se debe a la herencia o a la megadevaluación que impuso este gobierno, o en qué medida a ambos factores. Pero la distribución de culpas no altera los hechos objetivos, que no están registrados en los mensajes a repetición del Presidente.
Para colmo, no se trata de un tuit sino de una saga.
El viernes 16 de febrero, el presidente Javier Milei le concedió una entrevista radial a Joni Viale.
Ese día, Milei estaba muy entusiasmado con la marcha de la economía.
-¿Cuanto va a ser la inflación de febrero?— preguntó Viale.
-Los datos de alta frecuencia anticipan un 10 por ciento—respondió Milei.
-¿Vos decís que va a ser diez por ciento? Eso es un título—destacó el periodista.
-No es lo que digo yo. Es lo que surge de los datos de alta frecuencia—dijo Milei.
Unos días después, el mismo periodista entrevistó al mismo Presidente. Y le hizo la misma pregunta.
-Quince por ciento sería un numerazo—respondió Milei.
Había una diferencia bastante sensible entre la primera y la segunda versión de Milei. No es lo mismo 10 que 15, como cualquiera lo sabe.
En otra entrevista, el Presidente afirmó que, gracias a las reservas acumuladas por su gobierno, “estamos ahí de poder dolarizar”. Luis Caputo puso paños fríos. “Vamos a hacerlo cuando podamos. La dolarización es la meta. Tenemos reservas negativas por 5500 millones de dólares”. O sea, que estamos lejos de “estar ahí”.
Luego fue el mismo Milei el que retrocedió al anunciar que enviaría una ley para penalizar con prisión a cualquier funcionario que emita dinero. Esa idea da por hecho que la dolarización no sucederá porque si la economía estuviera dolarizada, nadie podría emitir. Luego Milei dijo que habilitaría la convivencia de varias monedas al mismo tiempo. Ese mecanismo es bastante similar a ciertas medidas que se tomaron en procesos de estabilización como los de Perú o Brasil. En ambos países circula aun hoy la moneda local. No hay que descartar que el Presidente vaya y vuelva mil veces con este tema, como ya lo ha hecho.
Esta semana, además, Milei tuvo tiempo para reunirse con la directiva del FMI, Gita Gopinath. Milei explicó al salir de la reunión que ella estaba tan sorprendida por las reformas argentinas que puso los ojos “como un dos de oro”. Gopinath, en cambio, sostuvo que las reformas no debían caer sobre la clase trabajadora y que era necesario que se aplicaran con “pragmatismo” para que fueran sostenibles en el tiempo. Otra vez el contraste de miradas.
En todos los casos, hay un Presidente optimista y triunfal, y una realidad que desmiente lo que dice, o algunas cosas que dice.
La mirada presidencial sobre el futuro, también es controvertida. Si un presidente es impreciso respecto de la inflación del mes corriente, mucho menos puede saber qué pasará en los meses siguientes. Nadie, en realidad, puede saberlo. Pero hay algunas señales a las que cualquier equipo económico debería prestarles atención.
La gran medida con la que inició Milei su gestión fue una mega devaluación cercana al 120 por ciento, que no fue acompañada por ningún tipo de política de ingresos. Esa decisión buscaba recuperar competitividad para la economía, por medio del aumento del tipo de cambio respecto del resto de los precios, a un altísimo costo social.
Si la inflación de febrero es del 15 por ciento -un numerazo, según el Presidente-, el primer trimestre posterior a la devaluación habrá sumado un aumento de precios superior al 80 por ciento. Los mismos funcionarios calculan que no habrá inflación de un dígito hasta mediados de año. Esto significa que la inflación habrá disuelto en pocas semanas los efectos que se buscaban con la devaluación. Lo que suele suceder en la Argentina cuando el peso se aprecia de esta forma es que un sector influyente de la sociedad empieza a percibir que el dólar ha vuelto a estar barato, más allá de cualquier ejercicio decorativo que intente el Gobierno. Ese escenario planteará nuevos desafíos. Evitar una nueva devaluación en ese contexto acumulará tensiones mes a mes. Aplicarla volverá a darle una vuelta más a la inflación. La alternativa sería aumentar el ritmo de devaluación mensual, lo que tendría el mismo efecto, pero en cuotas.
Muchas veces hubo fiesta en el sector financiero y halagos de diplomáticos de las grandes potencias en medio de un ajuste y un giro diplomático pronorteamericano. No siempre terminó bien. Hay antecedentes históricos que obligan a ser prudentes y a dudar de que eso sea suficiente. Ya habrá tiempo, en todo caso, para la euforia y la fiesta, si es que lo hay.
Así las cosas, el Gobierno se refugia en su narrativa para intentar extender lo más posible el consenso derivado del sorprendente triunfo electoral. Milei, en ese sentido, aplica el manual del político tradicional. Si además de lo que ocurre, dijera que las cosas van mal, o que se equivocó al imponer una devaluación de semejante magnitud, o que no tiene la más mínima idea de cómo recuperar lo que se ha perdido en estos meses, sus días estarían contados. “Estamos mal pero vamos bien”, decía Carlos Menem, su maestro. “Que lindo es dar buenas noticias”, es una de las frases más recordadas de Fernando De la Rua. ¿Qué podría decir un presidente en tiempos tan difíciles?
Y además, reparte culpas entre los otros, otro mecanismo habitual. En ese marco se entiende su cansadora batalla permanente contra enemigos múltiples y diversos, cuyo único elemento en común es que se atreven a objetar algún detalle de la voluntad del Jefe. El último de esos enemigos es el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, una joven estrella del PRO. Cualquier persona seria sabe que los debates sobre fondos entre Nación y provincias son complejos, que todos tienen cifras para revolear y que se deberían resolver en una mesa de negociación. Pero si Milei hiciera eso se disolvería el relato en el cual es el héroe que lucha contra la casta. Necesita pelearse con gente, escenificar el relato que lo llevó hasta donde está. Que la mayor cantidad de gente posible atienda a ese montaje, en lugar de focalizar en la realidad concreta.
Esa pelea con Torres derivó en otra contra todos los gobernadores de Juntos por el Cambio, cuyas caras el Presidente distribuye en las redes, entre ellas la de Jorge Macri. Antes, se había peleado con Pullaro y con Llaryora, y con Quintela, y con los gremios de Ferroviarios, Sanidad y Docentes, y con todos los diputados que no votaron su ley exactamente como él quería, y con Lali Espósito por decir que estaba preocupada, y con María Becerra por solidarizarse con Lali y con Alejandro Borensztein por pedirle que se calmara y con Ricardo López Murphy porque lo considera un traidor y una basura (¿o era una rata inmunda? ¿O era otro el que era una rata?) y con Silvia Mercado, María O’Donnell, Luisa Corradini, Elisabetta Piqué, el Inadi, el busto de Kirchner, Pampita, Carolina Píparo, Sol Pérez, Twitter, Facebook, el Coloquio de Davos.
Un poco mucho, ¿no?
Mucho antes de que Milei existiera, algunos ribetes de este drama fueron objeto recurrente de grandes obras de ficción política. Uno de ellos es la relación entre los presidentes y la realidad en la que viven. Cuando describen un panorama tan sesgado, ¿es solo porque necesitan imponer un relato o porque no tienen idea de lo que pasa? Esta misma semana, una vieja amiga de Milei, Amalia Granata, sugirió lo segundo. “Están en Disney. Viven en Twitter”, dijo. Milei ha demostrado ser una persona inteligente: ojalá su euforia sea solo una sobreactuación y no una consecuencia de su percepción de la realidad. Porque en ese caso, si realmente cree que está en Disney, los problemas serán más serios.
Otro tema de análisis recurrente es la supuesta infalibilidad de los presidentes. Hay momentos en que muchas personas con experiencia, incluso aquellos que los quieren, empiezan a percibir que van por un rumbo muy equivocado, cuyo destino inevitable será el abismo. Si el Presidente está enceguecido, es incapaz de escucharlos y empieza a odiar esos consejos: margina a los que dudan, persigue implacable a los que tiemblan. Prefiere a los aplaudidores, a los tuiteros que lo elogian o a los que le recomiendan que acelere, que es lo que quiere escuchar. Al fin y al cabo, quien llegó a la Presidencia es él. ¿Por qué esos mediocres, esos timoratos, esos pusilánimes tendrían algo que opinar?
Milei llegó hasta donde llegó por métodos inexplorados y peleándose cada día con una persona distinta. Ese fue su relato. ¿Por qué habría de cambiar ahora? ¿Porque un gobernador emite cuasimonedas? ¿Porque necesita un paquete fiscal? ¿Porque todos los días hay paros de servicios esenciales como la salud, la educación, el transporte? ¿Porque todos los gobernadores, de la ideología que sea, se le empiezan a plantar? ¿Y a quién le importan esos tipos desprestigiados? ¿No se dieron cuenta que les llegó, finalmente, su hora? ¿No lo ven ahí arriba, hablando con Trump, Elon Musk, Blinken y Bolsonaro?
Altísima inflación, aumento récord en las cifras de pobreza, caída vertical de la actividad, conflictos absurdos, cada día con alguien distinto, exigencia de obediencia ciega.
No se trata de un método tradicional.
Eso hay que reconocerle al Presidente.
Es, realmente, un distinto.
Si llega a triunfar, el método Milei cambiará la historia de la política mundial.