Desde la campaña electoral, el presidente de la Nación refiere a que adhiere plenamente a las ideas de Alberdi. Pero, ¿podría llevarse a cabo una doctrina escrita hace 170 años atrás? El modelo de Nación del prócer mencionado estaba enmarcado en la industria y en la libertad de comercio y, si bien su proyecto político se basaba en la educación, difería notablemente de los planteos de Sarmiento, cuyo proyecto se basaba en la alfabetización.
Es interesante la discusión de ambos ilustres a partir de las cartas quillotanas de Alberdi -llamadas así porque las escribió desde la ciudad de Quillote (Chile), desde noviembre de 1852 a marzo de 1853-, en las que surge un debate político entre ambos sobre la constitución del Estado Nacional, una discusión un tanto virulenta.
En el texto epistolar, Alberdi critica al sanjuanino y define a sus escritos como fruto de la “prensa bárbara”, de la “prensa de vandalaje y de desquicio, a pesar de sus colores y sus nombres de civilización”. Por eso lo llama “caudillo de la prensa” y señala: “Aunque usted nunca ha sido toda la prensa de Chile, ni mucho menos la argentina, usted ha hecho campañas en ambas, que le hacen un propósito digno de estudio”. Lo acusa de agitador, que “perjudica la tranquilidad pública” y, ya en la Tercera carta quillotana, le recrimina la falta de tacto, el tono brutal contra antiguos compañeros a quienes aplica los mismos calificativos que usaba antes contra asesinos. Asimismo, le recalca su egocentrismo y la intención política personal de sus notas.
Por otro lado, Sarmiento había publicado su obra “Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas” en 1845, un libro muy influyente de la historia argentina. Desde allí tuvo una mirada muy personal acerca de las dificultades del país y los modos posibles de superarlas. Para el prócer, las discrepancias de la época eran producto de la lucha entre la “civilización” frente a la “barbarie” La primera venía de la mano de las clases letradas, especialmente las de Buenos Aires, las cuales portaban las costumbres europeas, portadoras del progreso; y la segunda provenía del interior del país y de los pobladores criollos mestizados de clase baja. Para combatir esta disputa, el progreso requería que la barbarie fuese aniquilada de raíz, lo que invitaba a la intolerancia hacia los adversarios políticos y hacia las clases bajas.
En lo que respecta a esta cuestión, Alberdi en sus Cartas plantea una visión dual del gaucho y del caudillaje en general: hablará de “gauchos de poncho” y de “gauchos de frac”, señalando en la figura del gaucho la verdadera palanca para el progreso: “¿Si los gauchos en el gobierno son obstáculo para la organización de estos países, los gauchos de la prensa podrían ser auxiliares y agentes de orden y de gobierno regular?”.
Planteaba que “si los unos son obstáculos, no los son menos los otros; pero si ellos son el hombre sud-americano, es menester valerse de él mismo para operar su propia mejora o quitar el poder al gaucho de poncho y al gaucho de frac, es decir, al hombre de Sud-América, para entregarlo al único hombre que no es gaucho, al inglés, al francés, al europeo, que no tardaría en tomar el poncho y los hábitos que el desierto inspiró al español europeo del siglo XV, que es el americano actual: europeo degenerado por la influencia del desierto y de la soledad”.
La discusión entre ambos líderes políticos tuvo como eje la nueva realidad del país. Por un lado, Alberdi sostuvo que Sarmiento era incapaz de comprender la necesidad de que reine el orden, y por el otro, en la “Las ciento y una” -las cinco cartas abiertas en el diario El Nacional respondiendo a su contrincante- Sarmiento afirmó que, lejos de la existencia de un panorama pacífico, en el país se libraba una puja entre los que deseaban construir un nuevo orden civilizatorio, y los que proponían la continuidad de la organización política rosista.
Sin embargo, a pesar de sus diferencias, ambos creían en la educación como símbolo de progreso. Alberdi sostenía que educar estaba imbricado a su lema “gobernar es poblar”, entendiendo que gobernar es educar, civilizar y engrandecer. Al respecto, en su obra Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, sostenía que poblar era enriquecer si se fomentaba con gente inteligente en la industria y habituada al trabajo, “no con chinos, indios de Asia, negros de África o con basura de Europa atrasada o inculta (sic)”. Creía que los inmigrantes europeos traerían hábitos de trabajo.
En dicha obra, también planteaba: “Somos pobres, pocos e incultos”, y sostenía que el antídoto para ello era atraer a inmigrantes para contrarrestar el atraso material por tener tierras desiertas y, en este sentido, la educación ayudaría al fomento de habilidades prácticas en la industria y el comercio. En este marco, desechaba todo plan que fomentara las ciencias morales o filosóficas que venían planteando algunos predecesores como Rivadavia, por ejemplo.
Por otro lado, si bien Sarmiento coincidía en la necesidad de atraer inmigrantes, proponía que el Estado tuviese además una intervención más enérgica para sentar las bases del progreso de manera inminente. Consideraba a la educación como central en su proyecto político, entendiéndola como instrucción, es decir enseñando al pueblo a leer y escribir. De hecho, en una de las repuestas a las Cartas quillotanas, Sarmiento refiere que para manejar el arado se necesita leer porque esta habilidad califica al trabajador rural.
Dos modelos de país, dos miradas de mediados del siglo XIX que resulta imposible trasladarlas al presente. Allá entonces, otra sociedad, otros ciudadanos, otra cultura. Hoy necesitamos de gobernantes que puedan mirar al futuro con una fuerte reflexión y enseñanza del pasado.