Alekséi Navalny, el único opositor serio a Vladimir Putin, ha muerto en su cárcel de hielo. Antes fue víctima de un proceso fraguado, envenenado por agentes rusos y salvado in extremis por Alemania y su medicina de excepción.
Los dictadores (sin diferencias ideológicas) encarcelan, torturan y matan. Violan los Derechos Humanos y no soportan la posibilidad de ser derrotados en las urnas.
Entre estos monstruos, el ex represor de la KGB en la Alemania ocupada por la URSS, se destaca por su ferocidad. En Georgia o Chechenia, Siria o Ucrania, centenares de miles han sido asesinados por sus tropas de ocupación.
La mitad de la población de Ucrania ha huido al exilio y centenares de miles han sido masacrados. Entre ellos miles de mujeres y niños.
El código penal ruso ha sido modificado al arbitrio del amo del Kremlin y hasta los periodistas terminan en las mazmorras por el solo delito de contar una parte de la verdad sobre el sufrimiento del pueblo ruso, en medio de la orgia de sangre producida por la absurda agresión a Ucrania.
Putin tiene admiradores e imitadores en América Latina.
En la primera categoría están Alberto Fernández, Lula da Silva, Evo Morales y algunos kirchneristas argentinos. En la de los imitadores se destacan Nicolás Maduro, el matrimonio Ortega y los herederos de Fidel Castro.
El dictador venezolano está en el podio de los predadores de estas tierras. El informe de Michelle Bachelet sobre el padecimiento de jóvenes torturados y asesinados es desgarrador. Proscribió a Maria Corina Machado ante la certeza de su triunfo en las próximas elecciones presidenciales. Hay temor por la seguridad de la candidata opositora, sus familiares y allegados.
Los Putin y los Maduro no se detienen ante nada.
Es imprescindible el pronunciamiento del Tribunal Penal Internacional y el de quienes estamos por la Democracia y la Libertad.
Tolerar la impunidad de estos déspotas es abrir el camino a aventuras similares.