Cuando publiqué un artículo con este título por primera vez -hace más de seis años- muchos me dijeron: “Leo, es peligroso, de eso no se habla y si lo hacés, tené cuidado”. El mundo está cambiando y Argentina, en particular, puede estar cambiando más rápido. Debemos hablar de los temas que no se deben tocar, discutirlos con respeto, pensar en el futuro y actuar en consecuencia.
“Puedo elegir qué trabajo hacer y para qué cliente cada día, de acuerdo a mi motivación”, me dijo Janis Ozolins, desde Alicante, en España. ¿Para qué podría necesitar un sindicato? Janis, originario de Letonia, sin un título universitario, pero con una laptop y una determinación férrea, trabajó durante una década en diferentes empresas en su país natal, hasta que decidió buscar su independencia.
Cuatro años después, y habiendo probado muchas cosas, encontró esa independencia tuiteando dibujitos (sí, dibuja conceptos y los comparte en redes sociales); gana más, vive mejor y hace lo que le gusta.
La era del estancamiento asalariado y el auge de la independencia
Mientras la cantidad de empleados asalariados en la Argentina permanece estancada -o baja en proporción a la población-, los trabajadores independientes (monotributistas, autónomos y, por qué no, muchos informales) florecen. “Desaparece el empleo privado”, gritan algunos políticos sin hacer nada, mientras que, en realidad, es un indicativo de que más personas están eligiendo un camino de mayor autonomía y satisfacción personal. Es un cambio de paradigma que abraza la flexibilidad y desafía las normas laborales establecidas. Sí, ya sé, es un tema tabú porque hay demasiada gente que no tiene para comer, ¿pero será que no tienen para comer porque nunca hablamos de esto?
El 5 de mayo y la revelación
El 5 de mayo de 2010 marcó un antes y un después en mi percepción sobre los sindicatos. Ese día, el sindicato de camioneros bloqueó las puertas de la empresa, exigiendo condiciones inaceptables que, como CEO, tuve que aceptar porque si no, dejaríamos de operar. Estas condiciones terminaron inflando nuestros costos más del 5% sobre ventas. Claro que lo pasamos al consumidor; no éramos una ONG. Pasar un aumento de costos a precios, otro tema tabú.
Lo absurdo de la situación era que ese incremento no se traducía en beneficios para los empleados, sino que se evaporaba en cuotas sindicales (tanto en los recibos de sueldo como fuera de ellos), en sueldos para delegados que se la pasaban en el sindicato o en marchas, y muchos otros costos ocultos. Esta experiencia fue una lección brutal sobre cómo los sindicatos, con el pretexto de proteger al trabajador, pueden distorsionar la esencia del trabajo y desviar recursos valiosos de quienes realmente aportan valor.
Es importante recalcar que otra fecha clave fue el 19 de marzo de 1999, el día en el que entró por primera vez el sindicato a la empresa. Y entró porque exigíamos tanto a los demás como a nosotros mismos y como emprendedores jóvenes que éramos, no supimos escuchar. Me pregunto entonces, ¿si los empresarios hubieran cuidado más a los trabajadores desde fines del siglo XVIII, habrían nacido los sindicatos?
Automatización e Inteligencia Artificial: la liberación del yugo repetitivo
La automatización, potenciada por avances en la inteligencia artificial, está redefiniendo el concepto de trabajo, liberándonos de tareas monótonas y abriendo un mundo de posibilidades para concentrarnos en lo que verdaderamente importa. Este fenómeno va más allá de simples mejoras en eficiencia; marca el inicio de una era donde la IA se convierte en nuestra compañera de trabajo (un asistente que no se enferma, no se ofende y no se cansa), asumiendo responsabilidades que antes nos ataban a procesos repetitivos y poco estimulantes. A medida que abrazamos estas transformaciones, surge un desafío crítico: la dificultad de captar con precisión las dinámicas emergentes del trabajo mediante las estadísticas actuales. Organizaciones como la OIT, el WEF y la OCDE a menudo se apoyan en marcos que no reflejan adecuadamente la complejidad de la realidad laboral en transformación.
Al igual que muchos peajistas pueden preocuparse por “perder sus trabajos” ante la automatización o los canillitas ante la digitalización de los medios, como les ocurrió en su momento a ascensoristas y boleteros de cine, la realidad es que la IA nos invita a repensar nuestra relación con el trabajo. No se trata de un enemigo, sino de un aliado que nos empodera para dedicarnos a tareas genuinamente humanas: creatividad, empatía, resolución de problemas. Este salto cualitativo en cómo abordamos nuestro labor cotidiano nos permite aspirar a ser más productivos, valiosos y, en última instancia, más satisfechos con nuestro trabajo.
Abrazar la inteligencia artificial y la automatización no solo enriquece nuestra experiencia laboral, sino que también eleva nuestro valor en el mercado. Nos deshacemos de la monotonía para enfocarnos en contribuciones que realmente marcan la diferencia, tanto para nosotros como para la sociedad. Como resultado, podemos ganar más por hora trabajada, siguiendo el ejemplo de Janis, quien eligió trabajar de manera más inteligente, no más dura, aprovechando las herramientas que la era digital pone a nuestra disposición.
“El Estado debería hacer eso…”, claro, el Estado debería, pensando en el largo plazo, formarnos, ayudarnos a abrazar ese futuro. Sin embargo, es momento de empujarnos a hacerlo aunque nadie nos ayude.
El teletrabajo y la obsolescencia sindical
El auge del trabajo remoto puso de manifiesto la ineficacia de los sindicatos en el nuevo paisaje laboral. En un entorno donde el espacio físico pierde relevancia, las estrategias tradicionales de sindicalización, basadas en la presencia y la coacción colectiva, se tornan inefectivas. La comodidad y satisfacción que muchos hallamos en la flexibilidad del trabajo a distancia evidencian una desconexión fundamental entre las prácticas sindicales y las necesidades actuales de los trabajadores.
Pero el teletrabajo no es hacer lo mismo que hacíamos antes de manera remota.
El teletrabajo son los cientos de miles de programadores (difícil encontrar una estimación contundente) que desde Argentina dan servicio a otros países directamente. Si, estos aparecen como desocupados, o de la economía informal.
El teletrabajo también son otros cientos de miles que están empleados por empresas, en donde estas dan servicios a otros países. Desde las Globant, proveedoras de servicios a terceros, hasta las multinacionales que eligen hacer sus procesos administrativos -y repetitivos- desde Argentina, porque tiene la mejor combinación “calidad/precio”.
Las fronteras geográficas van desapareciendo sin que nuestros líderes se den cuenta y, de a poco, las tasas de desempleo se equipararán entre países. Salvo que los políticos y sindicatos se den cuenta y tratan de evitarlo, claro.
Y en el extremo, trabajando remoto, podremos dar servicio a tantos clientes (o jefes) como querramos y podamos. Llevándonos a otro concepto negativo del pasado que debemos revisar.
“Debemos luchar contra el pluriempleo”, diría un sindicalista tradicional. Claro, todavía muchos necesitamos tener más de un puesto para sobrevivir. Pero a medida que nos hacemos más valiosos, el pluriempleo emerge como un modelo atractivo en esta nueva economía laboral. La idea de tener múltiples trabajos o clientes para distintas tareas refleja una flexibilidad y diversificación de ingresos que contrasta con el modelo de empleo único y a largo plazo del pasado. Renunciar y cambiar de proyectos o empleadores se convierte en una norma más aceptada, ofreciendo a los individuos una nueva forma de estabilidad basada en la variedad y la adaptabilidad más que en la permanencia.
Sindicatos de programadores: un oxímoron en la era digital
Los intentos por sindicalizar a los programadores no solo son anacrónicos, sino que también subestiman la esencia del sector tecnológico: la constante evolución. Proponer sindicatos en un campo definido por su dinamismo y por la meritocracia es ignorar la realidad del mercado tecnológico, donde la adaptabilidad y el aprendizaje continuo son cruciales. En lugar de ofrecer un refugio seguro, estos esfuerzos parecen más bien intentos desesperados por parte de aquellos que resisten el cambio, buscando protección en estructuras obsoletas. En otras palabras, solo un programador mediocre querría formar un sindicato de programadores.
El dilema sindical: evolucionar o desaparecer
Los sindicatos enfrentan una encrucijada crítica: adaptarse a las nuevas realidades del trabajo o arriesgarse a la irrelevancia. Su supervivencia depende de su capacidad para reinventarse, ofreciendo servicios que respondan a las necesidades de la fuerza laboral moderna, como la educación continua, el networking y el soporte a trabajadores independientes y remotos.
Tal vez el único lugar en donde los sindicatos seguirán teniendo fuerza es cuando muchos empleados sigan haciendo tareas repetitivas y tengan que negociar con un patrón que no escucha. En otras palabras, para empleados públicos. Esto puede explicar por qué en algunos países las tasas de sindicalización se mantienen muy altas.
Futuro laboral brillante
Mirando hacia atrás, el mundo ha experimentado una transformación más radical en los últimos 20 años que en los dos siglos anteriores. Este ritmo de cambio sin precedentes nos impulsa a preguntarnos: si hemos sido testigos de tal evolución en tan corto tiempo, ¿por qué no considerar posible un futuro laboral sin sindicatos? Pero este no es un futuro sin protección ni representación para los trabajadores; es, más bien, una invitación a imaginar nuevas formas de organización que se alineen con las realidades del trabajo global y digital, así como con el creciente fenómeno de la independencia laboral en Argentina.
La transformación en el mundo del trabajo nos invita a reimaginar nuestras carreras en términos de flexibilidad, autonomía y aprendizaje continuo. El cambio hacia una mayor libertad laboral es tanto inevitable como beneficioso. Frente a nosotros se abre un panorama lleno de oportunidades para aquellos dispuestos a abrazar el cambio y tomar el control de su futuro laboral. En este nuevo amanecer, los sindicatos tienen la opción de transformarse en aliados relevantes o quedar atrás como reliquias de un pasado laboral que ya no existe. El futuro del trabajo es ahora, y está en nuestras manos moldearlo para nuestro beneficio individual y colectivo.
Como escribió John Maynard Keynes en “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”, en 1930:
“Por tanto, por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente: cómo usar su libertad de preocupaciones preocupantes, cómo ocupar el ocio, que la ciencia y el interés compuesto le habrán ganado, para vivir sabia, agradable y bien”.
Tal vez quiso decir “de los nietos de nuestros nietos” pero claramente existe un futuro en donde los sindicatos no tendrán razón de ser. Podemos seguir tratando de volver a las formas de nuestro pasado laboral o abrazar el futuro y ser exitosos.