La educación ambiental es un proceso participativo que busca concientizar la identificación de problemas ambientales tanto de nivel global como local. Su importancia radica en que aspira a identificar las relaciones e interacciones entre el ambiente y las personas y busca promover una relación armoniosa entre las actividades humanas y la naturaleza para garantizar la calidad de vida de las generaciones futuras.
Teniendo en cuenta el contexto de nuestro país, este asunto podría considerarse una cuestión de menor importancia, dado la grave situación socioambiental constituida por un nivel de pobreza que afecta a más del 40 % de la población. Considerando que todo proceso educativo genera resultados a mediano y largo plazo, es lógico reflexionar sobre ella aún en la situación actual.
Vale la pena resaltar la conceptualización que realiza la Unesco respecto a la Educación ambiental. Esta establece que las soluciones deberían englobarse en el concepto de desarrollo sostenible, satisfaciendo a la vez las miradas económica-financieras, las sociales y las ambientales.
Al hablar de educación resulta de utilidad distinguir entre la formal y no formal, conceptos que se utilizan para describir diferentes tipos de aprendizaje y desarrollo de habilidades. La educación formal se refiere a la enseñanza estructurada y organizada en instituciones educativas reconocidas, escuelas, colegios y universidades; mientras que la no formal es un proceso de aprendizaje que no sigue un plan de estudios estructurado y no conduce a una certificación formal o grado académico.
Ambos tipos de educación son importantes y complementarios, ya que ofrecen oportunidades de aprendizaje en diferentes contextos y para diferentes propósitos.
Desde el punto de vista de los enfoques pedagógicos, cada uno utiliza herramientas, actividades y objetivos diferentes, ajustables en función de la edad de los educandos, así como del ámbito geográfico y sociocultural en el que se desarrollan. Algunos ejemplos que se pueden llevar a cabo en función del nivel educativo:
Para el nivel primario, hay juegos y actividades interactivas, exploración al aire libre, cuentos y narrativas, alguna actividad concreta asociada a la sostenibilidad, en función de la comunidad en la que se desenvuelven. Llegado al nivel secundario, se puede incursionar en proyectos de Investigación, concientización sobre la biodiversidad y con desarrollo de habilidades digitales para abordar cuestiones ambientales a través de la tecnología.
En la instancia del nivel universitario, es posible desarrollar investigación avanzada, programas de estudio especializados, participación en proyectos comunitarios, conferencias y seminarios. Por último, para el nivel de Posgrado ya es viable realizar investigaciones aplicadas a la resolución práctica de problemas ambientales.
El último nivel comprende colaborar con organismos gubernamentales y empresas para implementar soluciones, desarrollar habilidades de liderazgo ambiental en decisores de políticas y prácticas sostenibles, fomentar el liderazgo socioambiental en la comunidad científica y empresarial; estudiar y contribuir al desarrollo de políticas ambientales a nivel gubernamental, participar en debates y foros sobre cuestiones ambientales críticas.
Todo lo expresado ofrece oportunidades, pero en todos los casos se requiere de una base sólida para su desarrollo. Sin duda la primera variable en la formación de un comportamiento ambientalmente responsable del individuo está constituida por la promoción de la sensibilidad ambiental, definida como una perspectiva empática hacia el ambiente. ([1] Hager, 2018)