Estabilizar sobre la miseria de los humildes

No hay impulsividad conducente ni alegorías bíblicas que sirvan cuando la megalomanía que caracteriza al gobernante lo remonta a Moisés, sus tablas y su cólera contra su pueblo

Javier Milei

Son pocas las voces dignas que se oyen. Escucho a Federico Storani, a Lilita Carrió, a Facundo Manes, al Gobernador de Chubut, expresando su desazón frente a una coyuntura en la que personajes menores y entreguistas nos plantean como destino el empobrecimiento. Fue trascendente la reaparición pública de Elisa Carrió, el hecho de que mencionara la “traición a la Patria” y agregara que, con el tiempo, esto va a marcar al Presidente y a los suyos porque es responsabilidad de la historia explicar los actos: ¿Por qué las lacras justifican su voto, por qué venden, por qué se arrastran, por qué regalan?

La idea parece clara. Los grandes grupos económicos pueden subir sus precios sin límites y a los trabajadores les mantienen fijos sus salarios. Eso es la estabilización por el empobrecimiento. Para ellos, la inflación es el problema de la moneda; no la pobreza, que es el problema de los humanos.

Por su parte, el kirchnerismo no tiene nada qué decir, casi ninguna de sus expresiones puede ser rescatada. Y me duele. El radicalismo está muy limitado, pero quedan voces, que son las que nos van a devolver la esperanza de ser patria, concepción esencial de la política que muchos empresarios y periodistas rentados, pensadores dependientes y políticos rastreros han abandonado y pisoteado.

La dignidad de ser patria es lo que el grupo gobernante actual y sus adláteres nos cuestiona creyendo que se trata simplemente de un detalle. La moneda, sostienen sin decirlo, podrá estabilizarse sobre la miseria de los humildes. Es grave, pero está claro, dicen que hay que esperar, y no solo ellos, algunos de los que los votaron también, en un silencio cómplice. Ahora bien, si todo sube y los salarios, no, ¿qué es lo que se espera? ¿El estallido de la rebeldía o la desaparición por la miseria? No veo otra salida para este pobre personaje, este economista-contador público y sus lamentables acompañantes. Todos ellos son la expresión más pura de la decadencia de una sociedad que se vino devaluando y empobreciendo a la par y hoy quiere tomar distancia de la miseria engendrada.

Se les cayó la Ley Ómnibus, quizá en ella estaba contenida toda la ignorancia política de este presidente. Cuando uno recorre los medios televisivos, queda solo uno defendiendo a ultranza y con paupérrimos argumentos, anécdotas irrelevantes y chicanas varias, una visión del mundo esencialmente autoritaria. Milei no soporta al disidente porque su inseguridad y su dogmatismo no son capaces de asumir la riqueza de la duda, de la reflexión y la templanza. No hay impulsividad conducente ni alegorías bíblicas que sirvan cuando la megalomanía que caracteriza al gobernante lo remonta a Moisés, sus tablas y su cólera contra su pueblo.

Es muy penoso lo que estamos viviendo. La imagen de Milei y de los seres menores y fanatizados que van quedando a su lado no es el principio de una nueva etapa, es simplemente el final del odio a la política que hace unos cuantos años no logramos superar.

La caída del proyecto legislativo muestra a las claras que las urgencias del Gobierno eran los precios de las petroleras y de las prepagas, y las exigencias de los grandes grupos económicos que lo apoyan y cuyos representantes más conspicuos lo acompañan en su viaje a Roma. Entre tanto, la casta está compuesta por los necesitados, en un gobierno que dijo venir a luchar contra un sector privilegiado y repleto de prebendas, al que ellos llaman casta, esa a la que antes solíamos llamar pueblo y hoy paga por todos.

Antes de cerrar, no puedo dejar de mencionar la muerte de Sebastián Piñera. Quizá porque la analogía se impone. El ex presidente de Chile simbolizaba a una derecha, a un sector conservador digno, dialoguista, respetuoso, era alguien que podía hablar con sus opositores , incluso con presidentes de países hermanos, como Cristina y Macri -quienes nunca pudieron hacerlo entre sí- y llegar a acuerdos. No siempre, claro está. Chile sufrió a Pinochet, fue un tiempo muy duro, pero supo salir del resentimiento. Los chilenos tienen la capacidad de respetar al otro; nosotros, en nombre de la secta o de la grieta, vamos cambiando el lugar del odio aunque no la trinchera que nos divide. Y lo que es peor, alentados peligrosamente por quienes, como Milei, tienen la responsabilidad de gobernarnos a todos.