Democracia versión Bukele

Según el mandatario salvadoreño, la suma del poder público en sus manos se llama democracia

El actual presidente y ganador de la reelección, Nayib Bukele, habla desde el Palacio Nacional junto a su esposa Gabriela Rodríguez de Bukele (EFE/ Bienvenido Velasco)

Al frente se ve el majestuoso edificio del Palacio Nacional, en el centro histórico de San Salvador. La flamante Biblioteca Nacional, de imponente arquitectura modernista, a un costado; la Catedral Metropolitana, de estilo clásico-ecléctico con reminiscencias coloniales e indigenistas, al otro lado. El contraste hace a la escena: la plaza cívica en el centro, el ágora repleta de gente.

Las luces, estratégicamente ubicadas, están dirigidas con precisión. La iluminación sugiere una cierta ceremonia religiosa. La escenografía a tono; el vestuario engamado con el marco edilicio, informal y de color beige, una palette perfecta. El sonido acorde; la plaza, colmada, es el teatro. El balcón es el escenario, solo con el protagonista y su partenaire.

La producción visual era espectacular. Me hizo recordar la producción fotográfica en ocasión de la inauguración de la megacárcel, también poderosa, aquella fue una mezcla de película de terror y ciencia ficción. Es la “cárcel más grande de América”, según fue llamada, para el encierro de las pandillas.

En esta puesta en escena el personaje es Nayib Bukele. Y allí frente al micrófono pronunció su monólogo. “No sólo hemos ganado la Presidencia de la República por segunda vez con más del 85 por ciento de los votos, sino que hemos ganado la Asamblea Legislativa con 58 de 60 diputados, como mínimo; 58 de 60 como mínimo, es posible que sean más. Sería la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema plenamente democrático”.

Y todo esto lo dijo sin resultados oficiales. Hasta allí yo estaba bastante sorprendido, pero la declaración de sus convicciones políticas continuó, sin timidez ni sustancia constitucional, aunque sí con candor. Continuó Bukele, de la sorpresa pasé al estupor.

El presidente salvadoreño obtuvo la reelección con el 85% de los votos a su favor (TSE)

Toda la oposición junta quedó pulverizada. El Salvador este día ha vuelto a hacer historia. En el 2019 vencimos el bipartidismo que nos tenía sometidos y le pusimos fin a la postguerra, pero no teníamos gobernabilidad. En el 2021, ustedes nos dieron, no una mayoría simple, sino una mayoría calificada en la Asamblea Nacional con la que pudimos sacar a la sala constitucional anterior, sacar al fiscal general anterior, aprobar lo que necesitábamos para el plan territorial. Y en marzo de 2022 aprobar el régimen de excepción”.

Me quedé pensando, de manera muy desordenada, mientras apenas me concentraba en el discurso. Pensaba en la Cuba castrista, sistema de partido único y con sufragio universal. Pensaba en la frecuencia con la que se concibe la democracia a partir del voto y en el voto se agota su significado; la conocida falacia del electoralismo.

El razonamiento de Bukele es oximorónico: la noción “partido único en un sistema plenamente democrático” es una contradicción lógica y empírica. Con un sólo partido no hay competencia electoral, y sin ella se podrá votar, pero no elegir. Y además un partido con garantía de permanencia indefinida en el poder no rinde cuentas, no hay quien se lo pida. Como es el caso del PRI antes de 2000, 70 años ganando elecciones.

Me quedé pensando en James Madison, su preocupación con el faccionalismo y su verdadera angustia con la posibilidad de que una facción se convierta en mayoría; la tiranía de la mayoría. Su solución era dividir el poder regionalmente para equilibrar las asimetrías inevitables, el Federalismo. Así como Montesquieu proponía compartir el poder en sus dimensiones funcionales, las tres ramas autónomas del Estado.

La ONU felicitó a Bukele por ganar las elecciones presidenciales el domingo pasado (EFE)

Entre los dos sintetizan buena parte del pensamiento constitucional de Occidente, fundante de la democracia liberal. Pero Bukele no parece haberlos leído. Celebra, y admite sin disimulos, la “pulverización” de los partidos de oposición, la mayoría calificada propia, el control de la Sala Constitucional y un fiscal general de la República adepto. Es decir, para Bukele la suma del poder público en sus manos se llama democracia.

Volví a escuchar el mensaje en Youtube, con el resultado ya oficializado. Pensaba en tantos episodios de autoritarismo, si no de totalitarismo, con ceremonias de coronación desde un balcón en una plaza, líderes mesiánicos que suben, y cuando caen, siempre caen, dejan desolación detrás y las instituciones, imprescindibles para la continuidad normal de la política, hechas añicos.

Y me quedé pensando en los retrocesos de las Américas en términos de gobernabilidad democrática. Qué lejos quedó aquel septiembre de 2001, cuando todos los países excepto Cuba se comprometieron con la democracia representativa, “basada en el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en un régimen plural de partidos; y la separación e independencia de los poderes públicos”. El manual de Bukele dice otra cosa.

Y a propósito, casi ni se recuerda que su candidatura también fue inconstitucional. Es que la Constitución de la Republica prohíbe la reelección, no importa la autorización de sus partidarios de la Sala Constitucional. Así fue como ocurrió en Bolivia y Nicaragua, sin reforma, y con reforma en Cuba y Venezuela, entre otras ex–democracias de la región.