Hay delitos que muestran hasta el horror el desprecio por la vida. La trata de personas es una realidad criminal que nos avergüenza como seres humanos. Considerar a los semejantes como objetos transferibles y vendibles según la anti-ley de la oferta y la demanda es un atropello vil. Se organizan mafias que promueven la explotación laboral o sexual, la pornografía infantil, o la extracción forzosa e ilegítima de órganos.
Es un drama muy serio que nos muestra la bajeza en que se consigue caer. Cuando una persona puede ser comprada, ofrecida o alquilada como si fuera una mercancía estamos ante un síntoma severo de descomposición social, que viola las enseñanzas de todas las tradiciones religiosas y lo expresado en diversas convenciones internacionales.
Las víctimas suelen ser niños, niñas, adolescentes y jóvenes, y cerca del 90% son mujeres. En muchas oportunidades los victimarios se abusan de familias migrantes y vulnerables. Por lo general las abusadas son llevadas lejos de casa al principio con engañosas propuestas de trabajo o estudio, aunque no falta también el secuestro liso y llano a la salida del colegio o del boliche. El horror no cesa; desde el principio son mantenidas en cautiverio por medio de cadenas, violencia y golpizas, o amenazas de matar a algún miembro de la familia si se escapan. Otro modo de sometimiento es hacerlas adictas a alguna droga, obligándolas a prostituirse para suministrarles las dosis de sustancias según el grado de dependencia química.
Las víctimas que logran ser liberadas –muy pocas- de estas redes no tienen recuperación fácil. Pasan por un largo proceso de desintoxicación química, terapia psicológica, reinserción laboral. Por lo general no regresan a vivir con su familia de origen ni a su pueblo, por miedo o vergüenza.
Estos crímenes no son hechos casuales o aislados. Son el resultado de la operación de estructuras de pecado que se consolidan por medio de organizaciones facinerosas que tienen como finalidad la explotación de otros hermanos. El Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti señalaba: “La aberración no tiene límites cuando se somete a mujeres, luego forzadas a abortar. Un acto abominable que llega incluso al secuestro con el fin de vender sus órganos. Esto convierte a la trata de personas y a otras formas actuales de esclavitud en un problema mundial que necesita ser tomado en serio por la humanidad en su conjunto, porque “como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad” (FT 24).
Estas mafias operan impunemente por medio de sobornos o amenazas a quienes debieran controlar y hacer cumplir la ley. Generan dinero manchado de sangre inocente. Corrupción e impunidad son las dos caras de una misma moneda necesitada una de la otra. Hace pocos meses pudimos ver la película “Sonido de libertad” que narraba historias reales de miles de niños y adolescentes sometidos a redes de explotación sexual.
El Profeta Isaías, siglos antes de Jesús, denunciaba a parte de su pueblo con palabras que tenemos que gritar hoy: “Las manos de ustedes están manchadas de sangre y sus dedos de iniquidad; sus labios dicen mentiras, sus lenguas murmuran perfidias (…). Sus obras son obras de maldad y en sus manos no hay más que violencia; sus pies corren hacia el mal; se apresuran para derramar sangre inocente” (Is 59, 1-7).
Hay Congregaciones Religiosas que son el rostro de una Iglesia samaritana que se acerca con corazón de mamá y se inclina ante el sufrimiento enorme que no encuentra consuelo. Un espacio eclesial en red integrado por las diversas vocaciones del Pueblo de Dios, varones y mujeres que muchas veces enfrentan amenazas y persecuciones. Cada 8 de febrero, el Papa convoca a la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, este año con el lema “Caminando por la dignidad: escuchar, soñar, actuar”. En estos primeros días de febrero, jóvenes de diversos países se encuentran en Roma junto a Francisco para sensibilizar a la humanidad ante este drama que conmueve.
Estamos en la conmemoración de Santa Josefina Bakhita, secuestrada cuando tenía entre 7 a 9 años, y obligada a caminar descalza casi 1000 kilómetros. Fue esclavizada y vendida en 5 oportunidades, siempre torturada y maltratada, salvo la última vez.
Nació el año 1869 en Sudán. Murió el 8 de febrero de 1947 a los 78 años de edad. Por el trauma que le ocasionó el secuestro y las torturas olvidó su nombre, y los secuestradores le apodaron irónicamente “bakhita”, que en su lengua nativa significa “afortunada”.
Bautizada cerca de los 21 años, eligió llamarse Josefina “afortunada” (bakhita), ahora por elección propia. Cuando conoció la fe cristiana, se sintió y supo amada por Jesús, que también fue azotado y torturado, y ahora la abraza a la derecha del Padre. Decía “Dios me ama y me quiere feliz”. Tuvo la esperanza puesta en Jesús.
Acojamos con compromiso este llamado y “soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra […] todos hermanos” (Papa Francisco FT, 8).
[El autor es arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano]